Río abajo del Mekong: Ahora que Vietnam es uno solo

In by Andrea Pira

Aunque los vietnamitas ya no hablan de política, los túneles de la guerrilla, palacios y museos que se encuentran en su capital dan fe de una sociedad dividida que se tuvo que reconstruir de las cenizas. Crónica de un recorrido por Ho Chi Minh – o Saigón –, donde queda latente la dolorosa historia de tantos años de invasiones y guerras.
El río Mekong es uno de los más largos y caudalosos del mundo, atravesando 6 países desde su nacimiento en las montañas del sur de China, pasando por Birmania, Tailandia, Laos y Camboya hasta su desembocadura en el sur de Vietnam, cerca de Ho Chi Minh. El río ha sido testigo de la historia del sudeste asiático, del auge y la caída de sus civilizaciones, de las batallas que se libraron en ambas orillas y de un siglo XX convulsionado en la región que manchó sus aguas de rojo. Con la reciente estabilidad en la zona sus países están resurgiendo y Vietnam es un país que, poco a poco, se pegó con babas.

“¿Ustedes sienten que hay represión?”, le pregunté a Álvaro y Javier, dos españoles que llevan años viviendo en Vietnam, y a quienes conocí una noche en Hanói, la capital del país.

“¡Que va, colega! Si la policía hace algo es cerrar las discotecas más temprano cuando pasan a hacer ronda” – explica Javier, oriundo de Málaga pero residente en Hanói, mientras se acomoda en su silla –. “Pero apenas se van las vuelven a abrir y la fiesta sigue como antes hasta que amanece”.

“¿Y en Ho Chi Minh?”, pregunto mirando a Álvaro, un ingeniero informático de Madrid que llegó de intercambio con la universidad y se quedó para hacer empresa en esa ciudad.

“¡Saigón!” – me corrige –. “En todas partes se conoce como Saigón que es el nombre de siempre. Ho Chi Minh le dirán algunos en el norte y en las actas oficiales, pero nunca va a dejar de ser Saigón” – hace una pausa y recupera el aliento –. “Allá sí que es un desfase, si alcanzan a llegar el sábado hay una ‘pool party’ que no se pueden perder”.

Vietnam, como algunos de sus vecinos en el Sudeste asiático, acogió a forasteros que llegaron a probar suerte, a escaparle a la crisis como Álvaro y Javier porque “ni de coña se quedaban en España”, a vivir mejor con menos, lejos de los precios exorbitantes en euros y dólares.

Pero no siempre fue así. Esta apertura al extranjero es muy reciente porque las heridas que dejó la guerra tardaron más en sanar de lo que tomó rectificar los mapas, cuando Vietnam dejó de ser dos países para convertirse en uno solo.

Desde que los franceses y españoles desembarcaron en el sur de la península en 1858, el destino de los vietnamitas estuvo en manos extranjeras. Los deseos expansionistas de Francia se fueron apoderando de la región hasta materializarse en 1887, en el protectorado de la Indochina francesa, colonia que incluía a Camboya y Laos; y a Annam, Tonkín y Conchinchina, hoy en día Vietnam.

Desde entonces pasaron 60 años de dominio francés, hasta que el protectorado fue invadido por fuerzas japonesas en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial. Pero al terminar la guerra, aunque cayó el Tercer Reich y Japón se retiró de la península, Francia no logró recuperar su poder y se vio enfrascada en una guerra contra el Viet Minh, un movimiento nacionalista de izquierda que abogaba por la independencia de Vietnam y que se había enfrentado contra los japoneses.

El Viet Minh lograría su cometido parcialmente en 1954, liderado por su fundador Ho Chi Minh, cuando una Francia derrotada abandonó sus intenciones de dominar el país. Para repeler a los japoneses, el Viet Minh, que durante la Segunda Guerra Mundial fue apoyado por los Estados Unidos, entró en conflicto con su antiguo aliado. Fue entonces cuando el país quedó dividido por la mitad.

En el norte se instauró la República Democrática de Vietnam, que tomó por capital a Hanói, la ciudad donde no se acaba la fiesta; y en el sur se consolidó la República de Vietnam apadrinada por Estados Unidos, cuya capital era Saigón, que sería rebautizada Ho Chi Minh cuando el sur perdiera la guerra en 1975. Por eso las heridas siguen abiertas, porque la guerra, que en realidad fueron dos guerras, consumió a una generación completa de vietnamitas.

Hoy los recuerdos de aquella época todavía recorren las calles y están latentes, pero la gente ya no habla de política. “Vietnam es un país pobre y corrupto pero las personas se acostumbraron a vivir así y a la gente ya no le interesa la política”, cuenta Loan, una guía turística en los túneles de Cu Chi, en las inmediaciones de Ho Chi Minh que el Viet Cong utilizó durante la guerra. “Por eso yo le cuento a los turistas cómo es la vida para nosotros, porque después de la guerra hay muchos problemas que no hemos podido solucionar”, dice.

Es muy difícil cohesionar a una sociedad cuando en el norte decían que los del sur traicionaron su patria, y en el sur señalaban a los del norte de no ser más que campesinos incultos; esto guardando el lenguaje porque los términos que utilizaban eran más fuertes.

Aunque la situación ha mejorado, Loan dice que quedaron secuelas: “La mayoría de conductores (taxistas, mensajeros, choferes etc…) en el país son hijos de padres del sur, porque después de la guerra el gobierno le negó la educación superior a los hijos de quienes hubieran colaborado con los americanos. No necesariamente políticos o militares: choferes, cocineros o empleadas que trabajaran en sus casas”. El país está plagado de museos que recuerdan esta historia, pero desde los ojos del vencedor.

En Hanói se encuentra el Museo de la Mujer, que reivindica su rol en la sociedad vietnamita, en especial el papel decisivo que tuvieron en las guerras. Las vietnamitas fueron de armas tomar. El museo conmemora la memoria de las líderes guerrilleras del Viet Cong, las que fueron espías o soldados del ejército norvietnamita. Se elogian sus hazañas, el número de enemigos que dieron de baja o aviones que derribaron, porque entregaron su vida por la patria. Si el sur y Estados Unidos hubieran ganado la guerra, estas mujeres engrosarían la categoría de terroristas. Claro, hay otro muro con miles de fotografías de otras heroínas, las mujeres que perdieron a sus hijos y esposos, y que debieron reconstruir el país de las cenizas.

Otra parada obligatoria queda en Ho Chi Minh, o Saigón (como se sienta más cómodo) y es el ‘War Remnants Museum’, o Museo de la Guerra. Ahí se encuentran las armas y las fotografías que cuentan cómo ocurrió todo. Los aviones que bombardearon el delta del Mekong esperando enterrar los túneles del Viet Cong, los uniformes de los caídos, las cartas de los políticos, una foto de la niña quemada por napalm que corre por su vida, que no es más que una foto entre miles.

Pero el peso de la historia se siente en el Palacio de Independencia, la ‘Casa Blanca’ por la que en otro tiempo caminó Nixon. El centro de un país que ya no existe. El lugar exacto donde se firmó la rendición en 1975 y solo turistas y fantasmas deambulan por sus corredores. Adentro del edificio todo sigue igual, como si el tiempo se hubiera detenido, pero por fuera –en Vietnam– todo es diferente.

La guerra como tal se vivió en los túneles guerrilleros, como los de Cu Chi a los que Loan me llevó cerca de la ciudad. Miles de vietnamitas rebeldes vivieron bajo la tierra en madrigueras que después ocuparon ratas y murciélagos. En túneles del ancho de los hombros, con un olor permanente a humedad y un calor insoportable. Con bombardeos constantes, valles minados, tropas enemigas surcando el perímetro, y la tos y las enfermedades de vivir bajo tierra como los topos.

“Por eso los vietnamitas se sienten orgullosos”, dice Loan, mientras nos muestra las trampas y el sistema de túneles con los que conquistaron el sur. “Porque apenas con el ingenio y la necesidad lograron vencer a un enemigo mejor armado y claramente superior. Los americanos no pudieron contra el pueblo”.

 [Crédito foto: Vision Travel Blog

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