La lucha entre Estados Unidos y China por el poder deportivo

In by Simone

Hace medio siglo China no era un país de lustre deportivo. De hecho, su población era considerada enfermiza y débil, principalmente por sus necesidades económicas y porque los deportes -excepto aquellos de origen chino- no habían penetrado en la sociedad. Y, aunque Mao Zedong hizo del deporte un mandato nacional en 1952, China miraba desde lejos cómo otros países comunistas -la Unión Soviética o Alemania Oriental- volvían de los Juegos Olímpicos llenos de medallas. Pero la historia cambió y ahora China se enfrenta a Estados Unidos en una competencia que va más allá del medallero, en el que ni uno ni otro país logran sacarse aún grandes ventajas. Dos oros y un podio, lo que los separa en este instante.
La rivalidad es más que deportiva y refleja la necesidad de ambas naciones de afianzar su poderío a nivel global y la de sus respectivos gobiernos de ganar apoyo popular a nivel local.

China ganó su primera medalla olímpica en 1984 y, desde entonces, obtener éxitos deportivos se convirtió en una política de Estado y en una obsesión nacional. Los títulos se transformaron en una muestra interna de que el gobierno "hace las cosas bien", así como una forma de proyectarse como potencia política, económica y cultural.

El punto más alto fue los Juegos de Beijing en 2008, que la segunda economía mundial aprovechó para mostrarse ante el planeta y lanzar una señal inequívoca de sus ambiciones internacionales. El primer puesto en el medallero, que China busca repetir este año, fue el broche de oro.

Sin embargo, las aspiraciones deportivas chinas chocan de frente con las de Estados Unidos, que mantuvo un intenso duelo olímpico con la Unión Soviética durante medio siglo y busca recuperar ahora el primer puesto perdido hace cuatro años. Los Juegos Olímpicos siempre fueron una cuestión de orgullo nacional, pero este año cobraron una importancia política que no habían tenido desde el final de la Guerra Fría. Washington no quiere ver su poderío deportivo eclipsado de nuevo, menos aún en medio de una campaña electoral en la que Beijing es vista, por muchos norteamericanos, como una de las causas de sus males económicos.

La rivalidad tomó tintes políticos incluso en detalles nimios. Los uniformes de la delegación estadounidense desataron un escándalo al descubrirse que se habían fabricado en China. "Creo que deberían colocar todos los uniformes en una pila, quemarlos y empezar de nuevo. Si tienen que ponerse una remera que diga Estados Unidos, pintada a mano, pues que así sea", dijo Harry Reid, líder demócrata en el Senado.

Y también se trasladó a los escenarios deportivos británicos. El mayor blanco de críticas fue la nadadora Ye Shiwen, que rompió el récord mundial en los 400 metros combinados y cronometró una marca superior (en los últimos 50 metros) a la del campeón masculino, Ryan Lochte. El entrenador norteamericano John Leonard evitó usar la palabra doping, pero describió la hazaña como "increíble en el sentido de poco creíble", mientras los medios estadounidenses recordaban los escándalos que sacudieron al deporte chino en los 90. La tormenta estaba servida, pese al voto de confianza del Comité Olímpico Internacional (COI) en la nadadora y la evidencia de que Lochte había bajado el ritmo en sus últimos 50 metros.

El proyecto 119

Las reacciones no se hicieron esperar en China. Tanto la prensa oficial como los internautas -dos grupos que rara vez coinciden en algo- cuestionaron la "arrogancia" y el "escepticismo" de Occidente ante los triunfos chinos. "Los comentarios negativos sobre ella y los demás atletas chinos obedecen a un sesgo y a una reticencia por parte de la prensa occidental de ver a los chinos realizando hazañas", señaló en un duro editorial el Global Times, un diario oficialista escrito en inglés. "China también puede producir talento", titulaba el Southern Metropolis cantonés.

Los chinos se sintieron señalados por las acusaciones. Se duda de Ye Shiwen, aducen, porque es china y porque su país genera suspicacia. En cambio, argumentan, nadie cuestionó a Michael Phelps cuando conquistó ocho medallas de oro en Pekín, pese a que antes una hazaña semejante hubiera sido impensable. Al ser chino, "uno tiene que estar preparado para hacer frente a las dudas de Occidente", agregó el Global Times.

El éxito de Ye, como el de muchos otros deportistas chinos, no surge de un vacío. Hace una década, Pekín ideó el Proyecto 119, un misterioso plan deportivo -cuya existencia el gobierno chino nunca confirmó- con el objetivo de formar deportistas de alto nivel en disciplinas en las que el país no descollaba. Afuera quedaban deportes como el ping-pong o los clavados, donde ya eran buenos. En cambio, la gloria en la natación, el canotaje y el atletismo casi siempre les había sido esquiva. La meta era fortalecer esos deportes "no tradicionales" para tener oportunidades razonables de competir por 119 medallas de oro – de ahí el origen del nombre del proyecto.

Si China irrumpió en la cima del deporte mundial gracias a la masiva inyección de capital por parte del gobierno central, en Estados Unidos temen que la crisis económica tenga el efecto inverso. Por ahora el deporte norteamericano parece estar a salvo, gracias a que su éxito está anclado con firmeza en el sistema universitario.

En total, 92 de los 529 atletas estadounidenses en Londres son aún estudiantes y compiten en la NCAA, la liga universitaria nacional, sin contar a los que ya se graduaron. De ahí vienen muchas de sus actuales estrellas, como el nadador Ryan Lochte, de la Universidad de Florida; la jugadora de voleibol Kerri Walsh, de Stanford, o la esgrimista Mariel Zagunis, de Notre Dame.

El problema es que si las instituciones educativas se ven obligadas a reducir sus presupuestos y el número de becas que otorgan, los resultados deportivos se verán afectados. Muchas universidades como Maryland o Berkeley ya redujeron sus programas atléticos debido a la crisis, mientras que otras como Rutgers concentraron sus recursos en deportes rentables como el básquet.

En todo caso, es evidente que subirse al podio en los Juegos Olímpicos es un reflejo del desarrollo económico. El progreso deportivo chino ha coincidido con el despegue económico del país, impulsado por las reformas de Deng Xiaoping. En Barcelona 1992, los primeros juegos sin ningún boicot por razones políticas, China terminó cuarta en la tabla de medallas. En Sydney 2000 ya era tercera y en Atenas 2004, segunda. Y luego obtuvo el primer puesto en Beijing.

China sabe que será difícil repetir la hazaña de hace cuatro años. Su delegación estudió los desempeños de otros países tras haber sido anfitriones y concluyó que ganaría un 32% menos de medallas de oro este año, una baja considerable pero que podría ser suficiente para repetir el liderazgo. Estados Unidos, inmerso en un año electoral y una crisis económica que no termina, mantiene, sin embargo, sus motivaciones para intentar impedírselo. La ambición de ambos es la misma: volver a la cima del podio.

¿Y el fútbol?

Y si bien el fútbol aún no es un deporte de masas en China, el gobierno también ha tomado nota de su popularidad mundial. Tanto que el vicepresidente Xi Jinping, probable sucesor de Hu Jintao, aseguró el año pasado que tiene tres sueños: "Clasificar, organizar y ganar el Mundial". 


Reportaje publicado en portada de La Nación (Argentina)



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