La historia americana de Xi Jinping

In by Simone

Un líder será siempre recordado por un gesto, una frase o una acción. Mientras más se toquen las fibras sensibles con el pueblo, mejor. Recordemos a Deng, con su sombrero de cowboy o a Nixon con los palitos chinos. En adelante, todos los líderes chinos han demostrado un acto de amistad con mucho soft power detrás que lo acerca, en lo amistoso y sentimental, a otro país y pueblo.
La cuestión es que comparado a Hu Jintao y los anteriores, Xi Jinping, el futuro líder de China, no se había caracterizado por nada. Hasta ahora. La primera movida llego muy acorde a la decisión de cambiar la imagen de China en el exterior: Xi Jinping se va a Estados Unidos en Febrero. Retrato China Files del próximo al mando.

Irá a Washington, en un San Valentín de encuentros con Obama y luego irá a Iowa….¿Iowa? Si. Regresará a la tierra agrícola donde ya estuvo en 1985. Pero la decisión, que tiene corriendo a los funcionarios chinos en Washington, responde no a política ni diplomacia, sino a la amistad y el corazón. Y de paso, comenzar a esculpir su retrato en el imaginario occidental.

Xi se perfila ya como un líder moderno, capaz de sentarse en una misma mesa con Obama (o con Biden en Sichuan, en su pasada visita a China) o con agricultores de Iowa y empresarios un tanto freak de California.

Pero muchas veces se le ve sonriente, casi como forzando esconder una personalidad acartonada y preparada para asumir el cargo. Parece consciente de su rol y posición. El “principito” ha asumido su rol con gusto y si bien ha trabajado como cualquier otro, tiene claro que su misión es hacer sentir su presencia, especialmente en el exterior.

Kissinger, conocedor de China y sus líderes, lo resumió muy bien: “Se siente inmediatamente su presencia cuando entra en el salón”. Como buen zorro, supo elevar el rango y mover la tierra estable de la política china con una simple frase. En su descripción, resaltó el peso de su linaje dinástico –desde luego socialista- y disminuyó el rol de Hu Jintao, un líder hecho a pulso, considerado muchas veces como tímido y torpe en sus relaciones personales –incluso burdo y sin educación-, comparado con el sonriente, seguro y vigoroso Xi.

El actual líder chino es hijo de un comerciante de té. El que le sucederá en Octubre es hijo de uno de los padres de la revolución china.

Pero la sangre roja no ha sido el camino gratis al poder. El “principito” se ha ganado todo con trabajo. La mayoría de las veces los golpe de suerte o la influencia de su padre lo han puesto en riesgo de perder el poder, excepto algunas veces en lo han sacado de apuros.

El padre de Xi es Xi Zhongxun, un líder fundamental en la victoria de la nueva China y haber combatido junto a Mao. Sin embargo fue depurado en el 62, por haber autorizado la publicación de un libro que no le gustó al entonces padre de la China.

El hijo, el joven Xi, fue forzado a denunciarlos tres veces durante la revolución cultural. Xi padre fue luego rehabilitado, justo en tiempo para educar a su hijo en el camino correcto. Y por supuesto rojo. Primero, trabajo en el campo, luego una agonizante inscripción al Partido Comunista (rechazada nueve veces) y la inscripción a la prestigiosa Universidad de Tsinghua de Beijing (rechaza tres veces consecutivas).

Luego, logró ubicarlo como asistente de uno de sus viejos “compañeros”, Geng Biao, encargado del Ministerio de la defensa. La movida estuvo justo a tiempo, pues el padre, luego de rehabilitado, se adhirió al ala reformista del Partido. Justo el grupo que condenó la masacre de Tiananmen.

Cuando Xi padre logró recuperarse de la conmoción, se encontró con un hijo ya con futuro asegurado. Tenía los contactos que ni Jiang Zemin ni Hu Jintao han logrado ni lograron crear durante su reino: el ejército, que no es cualquier cosa en China.

Escalando posiciones, en 1985 fue enviado a Estados Unidos para ocuparse de la agricultura y los animales. Es por esto que llegó a tener amigos en Iowa. Y no son amigos con los que habla de política. No. Habla de cerdos y de papas dulces.

Esta es una pequeña señal de cercanía a Estados Unidos que llena de emoción a los comentaristas en Washington. Ellos lo definen como el líder más “western” de China.

A Xi le importan los lazos de amistad y tiene una potente memoria afectiva: muchas veces recuerda esa pequeña habitación de la familia que lo acogió esos años, mientras escalaba y dudaba de su futuro políticos.

Es por eso que cuando Biden lo invitó –como próximo líder chino- al San Valentín explosivo con Obama, Xi intuyó la buena suerte. No será la ocasión para la foto tipo Deng, con sombrero en rodeo, pero sí una ocasión para dejar huella.

Xi sabe lo importante que es el imaginario colectivo. Su esposa es una cantante pop muy famosa, que viene no sin coincidencia, del mismísimo ejército. Y cuando se habla de imaginario occidental, sabe que prima el toque humano, muchas veces difícil de percibir en los ojos orientales.

El próximo presidente de China parece cercano, disponible, pero más importante, es decidido. Por esto llama al Embajador en Washington y le dice: quiero ver a mis amigos, aquellos de 1985, los americanos de Muscatine, Iowa.

Y mientras en China se estudiará minuciosamente su acercamiento a Obama, preguntándose si será mejor concentrarse en temas internos o mejor imponer un rol “duro y puro”, Xi será el primer líder comunista en pisar las tierras fértiles de Iowa –por segunda vez-.

“Le contábamos como se cultivan las papas dulces” contó un viejo agricultor al Wall Street Journal. Es una historia americana, que ya hoy, se convierte también en historia china.