El hombre que dejaba de fumar

In by Andrea Pira

"Era la primera vez que me topaba con un deseo tan exótico en esa contaminada ciudad en la que para mí, todo hombre mayor de 16 años fumaba. De inmediato tiré bien lejos mi cigarrillo".
Bordeaba a pie la esquina que conecta Chaoyang Bei Lu y Qingnian Lu, bien al este de Beijing, casi llegando al Quinto Anillo. Era una mañana de colores opacos como casi todas las que recuerdo, enjambres de carros sonando como torpedos y motos eléctricas sonando como carros de juguete. Y peatones… muchos peatones, apareciendo por arte de magia, tal vez saliendo de abajo de los adoquines, de las cunetas, de los postes o de los sombreros de otros peatones. La ciudad se levanta apurada por las mañanas, pero había un hombre de unos cuarenta y tantos sentado sobre una banca en medio de la acera, y sentarse en esa colisión de hadrones me pareció un valiente gesto de resistencia.

Le dije hola mientras temía estar interrumpiendo alguna muy íntima elucubración, sus ojos estaban clavados en la entrada del JOY CITY, el imponente mall que estaba al otro lado de la calle. Por su vestir, sencillo y holgado, y por las líneas de sus facciones, sería un hombre de apariencia alegre y bonachona si no fuera por la expresión de su boca, esa sonrisa implosionada que parecía un hoyo negro en una galaxia de gestos citadinos. Respondió hola, sin volver a ver. No noté rasgos de indiferencia en su saludo; es más, sentí que lo quemaba el interés por volver a ver la fuente de esas palabras que le llegaban, pero por alguna razón oscura un carril invisible le prohibía apartar su mirada del mall.

– ¿Qué hace?- Le pregunté.

– Estoy dejando de fumar.

Era la primera vez que me topaba con un deseo tan exótico en esa contaminada ciudad en la que para mí, todo hombre mayor de 16 años fumaba. De inmediato tiré bien lejos mi cigarrillo.

– Es muy difícil dejar de fumar.- Me dijo

– Estoy de acuerdo.

Al verlo tan concentrado en lo que hacía, no pude más que pensar que para él, dejar de fumar no era abstenerse de una acción, el no fumar era la acción y no solo le requería total concentración si no que lo agotaba terriblemente.

– Y cuánto tiempo lleva dejando el cigarrillo?

– Este es mi segundo día.

– Dicen que después del tercer día, ya cuando el cuerpo se haya librado de la nicotina, se hace mucho más fácil- Le dije tratando de motivarlo.

– Ese no es el problema, al menos no es el mío. Lo que pasa es que ahora que no fumo, nada parece tener sentido. Ese carrito de comida que está allá es mío, ¿sabe cuántos jianbing vendo cada mañana?

– No sé.

– Adivine

– Treinta o cuarenta

– ¡Doscientos!

– ¡No puede ser!

– Es cierto, porque ¿sabe cuánta gente camina por esta acera todas las mañanas?

– No, no sé.

– Yo tampoco.

Un autobús amarillo y azul de dos pisos se parqueó justo enfrente de nosotros reventando el tenso hilo de mirada que conectaba este hombre con el mall y entonces me volvió a ver.

– Todos los días son iguales, las personas que pasan, todas son iguales y si son diferentes las diferencias se cancelan y al final todo queda igual. Yo vengo de lejos, de Lianyungang. ¿Sabe dónde es?

– Sí eso sí lo se, es una ciudad costera, estuve ahí una vez.

– Muy bien. Lo que hice fue vender lo poco que tenía, me compré este carrito y me lo traje hasta Beijing.

– ¿Y por qué no lo compró aquí en lugar de traérselo desde tan lejos?

– Por que nunca había visitado Beijing, no sabía si aquí había; y si existían ¿cómo iba a saber el precio? Mi dinero era el justo para empezar.

– Qué valiente venirse hasta acá sabiendo tan poco.

– Sí…en ese entonces fumaba.

– ¿Y qué diferencia hace?

– Muchísima. ¿Sabe cuántos cigarrillos existen en el mundo?

– No.

– Muchos más que personas en la tierra, y no se acaban; puesto que aunque se fuman muchos, cada año se producen trillones, y son todos iguales.

Me hubiera gustado quedarme indagando un poco más pero el tiempo no se detiene. Ese día, así como este hombre no podía apartar su mirada del mall,yo no pude apartar mi mente de este hombre, de su carrito de comida, de sus miles de jianbing ni de los infinitos cigarrillos que pueblan el orbe. Un cigarrillo es como todo; se prende con una chispa y se va consumiendo, se disfruta pero se esfuma. Entonces al rato prendemos otro y lo inhalamos desesperados y nos tratamos de engañar pensando que es el mismo cigarrillo; pero en el fondo sabemos la verdad, una verdad más pesada que todas las cajetillas del universo.

[Crédito foto: yahoo]

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