El desencuentro y el olvido de la literatura oriental agrava la brecha entre Oriente y Occidente

In by Simone

En medio del creciente interés por la literatura oriental gracias a la premiación con del Nobel de Literatura 2012 al escritor chino Mo Yan, hacemos un recorrido por la vida y obra del primer japonés galardonado con tal reconocimiento: Yasunari Kawabata (Osaka, 1899 – Zushi, 1972) y segundo asiático, después de Rabindranath Tagore. 

Kawabata recibió el premio en 1968 y marcó un contacto entre las literaturas de Oriente y Occidente. De la misma manera que hoy sucede con Mo Yan, y con los grandes autores asiáticos, la ausencia de traducciones directas del mandarín al español agrava la brecha entre ambas latitudes.

Kawabata y el frío de la soledad
El desencuentro y el olvido de la literatura oriental agrava la brecha entre Oriente y Occidente

El novelista japonés Yasunari Kawabata (Osaka, 1899 – Zushi, 1972) es considerado uno de los mayores exponentes artísticos de su tierra. En 1968 se convirtió en el primer escritor japonés en ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura y el segundo asiático en recibir este homenaje en más de 50 años.

Inició sus estudios literarios en la Universidad Imperial de Tokio en la carrera de literatura inglesa, que luego cambió por literatura del Japón.

Formó parte de un grupo de jóvenes conocido como “neosensacionalistas”. Ellos procuraban realzar la percepción de las sensaciones mediante el lirismo y el impresionismo; además, querían prescindir del realismo social imperante en la primera mitad del siglo XIX.

Más tarde, con Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños (1925), el escritor revela atisbos de un estilo propio que irá depurando toda su vida. En 1953 se incorpora a la Academia de las Artes del Japón, en el 57 recibe la medalla Goethe en Frankfurt y once años más tarde se convierte en el primer japonés en ser recibir el Premio Nobel de Literatura.

Para Kawabata, la soledad no se limita a una especulación filosófica, sino a una experiencia íntima. Sus padres murieron antes de que cumpliera los tres años y debió trasladarse a vivir con sus abuelos. Su abuela murió cuando él tenía siete años, su hermana cuando él tenía diez y finalmente su abuelo cuando tenía 15.


La belleza como escudo

La soledad es entropía. La entropía es la condensación de materia a tal grado que suprime el movimiento y todo se congela. Según muchos físicos, el universo se dirige hacia la muerte térmica. El hombre alienado por la ciudad, quizá también se dirija a la entropía existencial.

No por coincidencia, Nietzsche se queja a través de Zaratustra del “frío de la soledad” cuando desciende de la montaña. No por casualidad, Kawabata crea a Shimamura para entrar en los invernizos paisajes del País de nieve. La razón es evidente: ambos quieren comprender el aislamiento del hombre moderno.

En La bailarina de Izu , El país de nieve y su Discurso de aceptación del Nobel , son recurrentes los temas de la mente introspectiva, la sexualidad y la reflexión femenina.

Con un estilo depurado y casi intraducible, Kawabata describe la soledad del japonés de la posguerra, quien a su vez, sirve de paradigma para desnudar la angustia del hombre universal.

No obstante, el autor nos ofrece además una esperanza para sosegar el aislamiento: la belleza como purificadora del ser.

Hablamos de una belleza inexpresable para muchos –pero fácil para Kawabata–, del universo condensado en una gota de agua, en una letra o en la refulgencia de un tren que se hunde en El país de nieve.

Un escritor lírico

El país de nieve es la novela con la que Kawabata conquistó al lector occidental. En ella expresa la imposibilidad de Shimamura de concretar su amor por Komako.

El protagonista es abatido por un Tokio tumultuoso y decide serenarse en una aldea “a la espalda del Japón”, donde la nieve –la soledad– nunca acaba. Pronto se separa del simbolismo del paisaje para descubrir, en la belleza, una nueva alternativa a su pesar.

El lirismo del autor refleja su separación de las corrientes románticas tradicionales cuando realza la hermosura de la mujer, no en su cuerpo o atributos, sino en la oscuridad creciente de sus cabellos y en su rostro sin pintura de Geisha, que contrastan con la superficie nevada.

Otra de sus obras es La casa de las bellas durmientes . Dueña de un argumento muy original, narra la historia de una casa donde los ancianos adinerados pagan por la compañía de jóvenes vírgenes, que duermen a sus lados, desnudas y drogadas.

Los hombres pueden disfrutar y sufrir de la compañía de las damas siempre que cumplan con las regulaciones: no tener relaciones con las jóvenes, no despertarlas y no estar más de un día con la misma mujer. Eguchi, el personaje de esta historia, experimenta los dolores del deterioro físico y hace nacer, en el lector, profundas reflexiones sobre la vejez y la lozanía.

En un fragmento de uno de sus mejores trabajos, El crisantemo y la roca, Yasunari nos dice: “Mientras uno está vivo no hay razón para ponerse a pensar en la tumba que tendrá cuando muera; pero, cuando empiezan a multiplicarse las tumbas de los amigos y conocidos, hay momentos en que la idea nos pasa por la cabeza”.

El autor reafirma su amor por el Japón ancestral y nos anticipa reflexiones sobre su muerte, que culminaría en 1972 inhalando gas, aquejado por la enfermedad de Parkinson y el suicidio de su gran amigo, Yukio Mishima.

La esperanza

En su discurso de aceptación del Nobel, Kawabata recuerda a Rabindranath Tagore, el indio que obtuvo ese premio en 1913: “Este primer reconocimiento a un Oriental en cincuenta años ha producido una gran sorpresa en el Japón y quizá también en otros países de Asia cuyas lenguas son poco conocidas internacionalmente, (…) y lo agradezco”.

El laureado también expresó su esperanza y su preocupación por un olvido que ha mejorado poco a poco con la premiación de su coterráneo Kenzaburo Oe en 1994 y del chino exiliado en Francia, Gao Xingjian, en el 2000. Este año el turno fue para el chino Mo Yan.

Kawabata representó un momento de auge de la literatura oriental en occidente; pero tal vez su mayor logro haya sido el encuentro con la belleza y el descubrimiento de su potencial como defensa frente a la alienación del hombre contemporáneo.


Traducciones insuficientes

Aún hoy, las barreras del idioma permanecen. Una vez que un autor oriental adquiere cierta fama, sus obras son rápidamente traducidas al inglés o a otras lenguas, mientras que el público monolingüe hispanohablante debe esperar muchos años para recibir su equivalente.

En una breve exploración por las cadenas distribuidoras de libros en Internet, comprobamos que gran parte de las obras de escritores orientales permanecen sin traducción española. Y muchos de los que se encuentran están traducidos de una versión intermedia sea del inglés, francés o del alemán.

Es fácil pensar en la ausencia de traductores para un idioma donde existen varios sinónimos para el verbo ‘llover’ (si llueve sobre el tejado, el piso o un lago), donde 1.945 caracteres son considerados una “reducción” del alfabeto y donde el pronombre ‘yo’ indica matices de rango, género y carácter.

Sin embargo, ese no es el problema: miles de hispanohablantes dominan el japonés y algunos lo han traducido con maestría. Tal es el caso Amalia Sato, María Martoccia y Nélida Machain, entre otros.

El verdadero problema se reduce a la demanda, y esta a su vez al desconocimiento de los autores. La traducción nos priva de la literatura asiática y la poca difusión acrecienta el inconveniente. Japón ha ganado dos veces el premio de la Academia Sueca, China lo hizo por primera vez en el 2000 y repite este año. India no lo obtiene desde 1913. Imaginemos ahora la situación de la literatura menos conocida –jamás por eso menos valiosa – del sudeste asiático y el archipiélago malayo.

Quizá, tomando un librito del Este, otros del Oeste, del Norte y del Sur, nos daremos cuenta de que los sentimientos, las ideas y las situaciones que dan origen a la literatura, se repiten en cada cultura, cada lengua y cada nación con increíble sincronía.

Una versión de este artículo se publicó en La Nación, Costa Rica.