La ciudad de México y Beijing son dos de las ciudades más antiguas y más pobladas del mundo. Aunque en la actualidad su densidad, diversidad y caótica cotidianidad nos parezcan similares, en algún momento del siglo pasado no podrían haber presentado modelos de desarrollo urbano más diferentes; la primera con base en el higienismo de la Ilustración, y la otra en una combinación del modelo soviético y un pasado confuciano.
A pesar de grandes diferencias en tipos y niveles de urbanización, las capitales se caracterizan por ser centros políticos, económicos y culturales, cosmogramas de sus civilizaciones, depositarias de poder y símbolos de legitimidad. La Ciudad de México y Beijing, ciudades antiquísimas, son casos ejemplares que reflejan no sólo aspectos importantes de los dos países, sino también del sistema internacional. Partiendo de ese argumento, a continuación se presenta una breve descripción de los modelos urbanos que han influido en Beijing y la Ciudad de México, con el objetivo de demostrar que las transformaciones del sistema económico internacional han ocasionado que se presenten desarrollos urbanos semejantes.
Beijing emergió como capital durante la dinastía Yuan (1206-1368) y se expandió según principios confucianos y de fēngshuǐ. La planeación urbana moderna llegó con la República Popular, buscando la construcción de una ciudad socialista –basada en equidad de acceso a bienes y servicios, así como en la reducción de la segregación espacial– que fungiera como base industrial del país. Comenzaron planes quinquenales urbanos según el modelo soviético: se abolió la provisión de vivienda privada, se construyeron fábricas, zonas de educación superior y distritos poco diferenciados que giraban en torno a un lugar central de trabajo, danwei. Posteriormente, el Gran Salto hacia Adelante intensificó la construcción de viviendas e infraestructura, mientras que la Revolución Cultural desaceleró su ritmo de crecimiento. Sin embargo, el cambio más drástico en las últimas décadas se dio con las reformas económicas a finales de los setenta, con las que el Comité de Planeación adoptó influencias occidentales. Empezó entonces la internacionalización y liberalización económica de Beijing; se privatizó la vivienda y se fomentaron la especialización, las zonas comerciales de desarrollo, las estructuras de alto ingreso y las comunidades extranjeras de negocios para atraer inversión privada y promover empresas mixtas, transformando notablemente el paisaje de la capital.
La historia de la Ciudad de México contrasta notablemente, principalmente por la adopción de modelos de urbanización extranjeros desde la etapa colonial. El primer cambio significativo ocurrió en 1780, cuando el urbanismo ibérico fue remplazado por uno correspondiente a la Ilustración, basado en un higienismo que rechazaba las mezclas, reglamentando la circulación de actividades y personas. Los valores de este modelo y los intentos de dar a la Ciudad de México un aspecto europeo se mantuvieron hasta finales del siglo XIX, cuando el nacionalismo emanado de la Revolución desencadenó la nostalgia por rasgos típicos mexicanos.
Sin embargo, el auge económico de los 50 y 60 provocó un crecimiento urbano sin precedentes y las necesidades de la industrialización y modernización rigieron los planes para su desarrollo. Se intensificó la construcción de infraestructura y viviendas para satisfacer las demandas de la explosión demográfica, no sólo de sectores populares, sino de una emergente clase media. Entonces, la ciudad se desbordó. Cabe mencionar que la autonomía de la ciudad comenzó hasta la década de los 90, pues anteriormente el gobierno se constituía por medio de un órgano federal a cargo del presidente y no por elección popular. Las dos últimas administraciones han enfatizado la importancia no sólo de construir infraestructura, sino de mejorar áreas públicas y espacios verdes, atraer inversión extranjera y alentar proyectos conjuntos que aumenten su proyección internacional.
Como se ha mostrado anteriormente, la urbanización depende de la ideología y proyectos económicos de cada país en distintos tiempos. Sin embargo, la influencia de lo internacional no debe pasarse por alto. Si se considera a la urbanización como una respuesta natural al crecimiento y expansión del sistema económico mundial, el desarrollo de modelos y métodos en diferentes ciudades no sólo es dependiente de cambios en la manera de crear y acumular riqueza en el mundo: también es interdependiente entre las diferentes ciudades y economías que lo integran. Queda claro que acontecimientos y fuerzas nacionales, tanto en México cuanto en China, han diferido bastante a lo largo del tiempo. Sin embargo, durante el siglo XX, el desarrollo urbano de ambas capitales ha tenido coincidencias que podrían atribuirse a la evolución de la economía internacional.
Cabe preguntarse, si fue la situación de entonces –la destrucción de Europa, los planes de reconstrucción, el comienzo de la Guerra Fría y conflictos consecuentes– la que influyó e hizo posible la industrialización centralizada que persiguieron ambos países, aunque con características propias, y que otorgaba a sus respectivas capitales un papel fundamental en el proceso, transformándolas de maneras similares. Son más parecidos aún los cambios que han presentado la Ciudad de México y Beijing en las últimas décadas, que se basan principalmente en la descentralización, liberalización e internacionalización de sus administraciones y economías, lo que al mismo tiempo les plantea problemas y retos comunes. En este caso es quizá más notoria la relación de estos acontecimientos con el rumbo que ha tomado el sistema económico internacional desde la década de los 70, el cual ha intensificado el libre comercio y las relaciones financieras entre estados, modificando las acciones de élites políticas y económicas, los valores de los discursos dominantes y al parecer, también los modelos urbanos.
También puedes leer:
– Jane Jacobs visita Beijing
– Ciudades chinas para dummies