China y Japón: las islas de la discordia

In by Andrea Pira

La furia antijaponesa que invadió a China la semana pasada adquirió caracteres dramáticos cuando miles de chinos recorrieron las calles de cien ciudades mientras quemaban banderas blanquirrojas, lanzaban objetos contra los consulados nipones y reclamaban por atrocidades de guerra cometidas hace más de medio siglo. Las protestas en muchos casos se tornaron violentas, con el incendio de carros, el saqueo de tiendas y la destrucción de locales comerciales. Y, para sorpresa de muchos, la policía se mantuvo al margen.
Los más de 100.000 japoneses que residen en China tuvieron que esconderse y ocultar su nacionalidad. Kimika Touyama, una estudiante de 22 años, no ha salido de su casa en Shanghai en toda la semana. "Nuestra embajada envió un correo para informarnos de los incidentes contra ciudadanos y establecimientos japoneses. Nos advirtieron que tuviéramos cuidado e incluso que mejor no saliéramos a la calle", contó a China Files esta japonesa casada con un chino. Su hermano, empleado por una empresa nipona, tampoco ha ido al trabajo desde el lunes. "Nunca había sentido ninguna discriminación por ser japonesa, pero estoy embarazada así que me preocupa que llegue a suceder algo y que mi hijo se vea afectado. Muchos no se atreven a hablar afuera, pues no quieren ser reconocidos como japoneses. Mi esposo ha hecho todas las compras", añade Touyama.

A raíz de los disturbios, Tokio aconsejó a sus ciudadanos en China evitar los lugares concurridos y no hablar japonés en la calle. Las multinacionales como Canon, Panasonic, Mazda y Toyota detuvieron sus fábricas temporalmente, mientras que tiendas como Uniqlo y FamilyMart, cuyo origen japonés es ampliamente conocido, cerraron sus puertas para evitar ataques. Incluso los abundantes restaurantes japoneses, muchos de ellos de propiedad china, se vieron obligados a colgar banderas chinas o carteles pro-China para aplacar la ira popular.

En el centro del conflicto entre las dos mayores economías de Asia está un pequeño archipiélago del Mar de China Oriental que los chinos llaman Diaoyu y los japoneses Senkaku. Se trata de cinco islas rocosas y deshabitadas que según Beijing son chinas desde la dinastía Ming, pero que fueron ocupadas por Tokio en 1895. Habían permanecido en manos privadas hasta hace una semana, cuando fueron nacionalizadas por el gobierno japonés pese a las advertencias de Beijing.

Se trata apenas de uno de los conflictos por islas que tiene China en esa región (ver mapa). Nunca fueron consideradas más que una zona pesquera, hasta que en los años setenta Naciones Unidas alertó sobre la posible existencia de yacimientos de petróleo y gas natural en su suelo marino. Desde entonces, China y Taiwán reclamaron soberanía sobre el archipiélago. Pero el conflicto nunca había escalado hasta este nivel.

Durante los primeros días las manifestaciones fueron emotivas y caóticas, con carros de fabricación japonesa volcados, negocios nipones destruidos y una fábrica de Panasonic incendiada en Qingdao. La policía no parecía interesada en llamar a las multitudes al orden, dando pie a la interpretación de que el gobierno chino aprobaba tácitamente las marchas.

El martes 18 de septiembre las cosas cambiaron. El ambiente era de nuevo tenso, al cumplirse el aniversario del incidente que utilizaron los japoneses como pretexto para invadir el noreste de China en 1931 y dar inicio a una aventura expansionista que sólo culminaría con su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Los chinos, incitados por los medios estatales, salieron a airear su histórico resentimiento y su molestia adquirió gran fuerza gracias a la repentina y atípica libertad para protestar.

Ese día las protestas ya no eran violentas, sino coreografiadas. La policía agrupaba a los manifestantes en tandas, los rodeaba con un cordón de seguridad y los guiaba por turnos hasta el frente de la embajada, permitiéndoles lanzar huevos y botellas. Había, por primera vez, casi tantos oficiales de seguridad como civiles. Resultaba evidente que las autoridades chinas permitían la protesta, pero hacían al mismo tiempo contención de daños.

Dos economías ligadas

Hasta el momento Japón y China han logrado evitar que los incidentes tengan efectos sobre sus relaciones económicas. Ni siquiera las visitas del premier Junichiro Koizumi en 2005 al Santuario Yasukuni, donde están sepultados varios militares nipones condenados por crímenes de guerra, consiguieron deteriorar el fluido comercio entre ambos pese a las protestas y los llamados al boicot que produjeron.

Al final, ambos países son conscientes del nivel de interdependencia de sus economías, sobre todo desde la crisis financiera global en 2008. El comercio entre la segunda y la tercera economía mundial alcanzó los 345.000 millones de dólares en 2011, su pico histórico. China es hoy el primer socio comercial de Japón, y Japón el cuarto para China.

La actual oleada de protestas ha generado preocupación entre la élite económica nipona. "Los empresarios japoneses ven la posibilidad de invertir en China cada vez con mayor cautela y entienden que tras las protestas masivas el riesgo para el país allí es más grande", explicó a China Files Kosuke Takahashi, un reconocido politólogo y periodista japonés especializado en temas militares.

Muchos ven la crisis no solo como una expresión del expansionismo chino en un mar que considera propio y que resulta vital para su deseo de proyectar su influencia militar con una Armada de alta mar. También se ve como el reflejo del delicado momento interno que vive China a semanas de una transición política que ocurre una vez cada diez años. La plenaria del Partido Comunista prevista para octubre designará a los sucesores de Hu Jintao y Wen Jiabao al frente del país, pero el proceso se ha visto sacudido por el escándalo que provocó la caída del dirigente Bo Xilai y la angustia por la desaceleración de la economía. Bajo estas circunstancias, la oleada de sentimiento antijaponés podría ser la dosis perfecta de nacionalismo para mantener la casa en orden.

Una situación similar se vive en Japón, donde la oposición nacionalista ha hecho de las críticas contra China uno de sus caballitos de batalla. Los japoneses, sin embargo, parecen más preocupados por la recesión y el apagón nuclear que por el vecino país a diez meses de sus próximas elecciones nacionales.

"La transición política en ambos países será una gran oportunidad para un reinicio en las relaciones diplomáticas", señala Takahashi. El virtual sucesor de Hu, Xi Jinping, en reunión con el secretario de defensa de Estados Unidos León Panetta -quien ya visitó Japón para calmar las tensiones- expresó la posición del Partido: "Japón debe contener su comportamiento, no pronunciar ninguna palabra y prevenir cualquier acto que mine la soberanía y la integridad territorial de China". Xi demuestra que la rígida posición continuará con la nueva generación de líderes. Solo que, justo en este momento político, China buscará mediar el conflicto a nivel privado y controlar los brotes públicos de protesta, pues fácilmente podrían volcarse las emociones negativas hacia ellos mismos.


Artículo publicado en Semana (Colombia)