Las grandes urbes dejan su marca en quienes habitan en ellas, y demuestran que, a lo largo de la escala del desarrollo económico y social, hay paraísos e infiernos en todas las ciudades. Nuestra directora, Natalia Tobón Tobón, nos cuenta cómo ha sido su experiencia en la capital del gigante asiático.
Pekín es una ciudad de contrastes que no sólo se ven, sino que se sienten. Se vive el pasado, a través de los grandes emblemas de las dinastías precomunistas, y el presente, mediante las construcciones arquitectónicas retadoras a nivel mundial, con proyectos de Zaha Hadid o Paul Andreu.
Al mismo tiempo que se experimenta la angustia de vivir en una de las capitales más pobladas del mundo, con sus 22 millones de habitantes, y en donde es muy difícil estar en una calle completamente solo, se siente el aislamiento social de la distancia entre Oriente y Occidente.
En sus calles se atestigua la opulencia de la nueva potencia económica mundial, con sus autos, centros comerciales y productos de lujo, pero también se cruza la mirada con alguno de los siete millones de migrantes internos, que corresponden a casi el 20% de su población, que luchan por encontrar un espacio en la ciudad, a pesar de las estrictas leyes de residencia urbana que muchas veces los dejan sin derechos básicos.
Aunque la contaminación del aire en Pekín, según la OMS, es cinco veces mayor que el promedio declarado como saludable, la capital cuenta con más de 300 parques arbolados, lagos y plazas, espacios para las más diversas actividades, como taichi, danza o ping-pong.
Si bien los más de cinco millones de autos que circulan en sus cinco rutas periféricas, nueve autopistas y kilómetros de calles son responsables del 31,1% de la polución capitalina, la ciudad también es considerada "la capital de las bicicletas". De acuerdo con el gobierno local, hay alrededor de 9 millones de bicis. Y aunque andar en bicicleta no es fácil en ninguna ciudad china, por la falta de educación vial, es una ciudad amoldada para ser transitada en dos ruedas.
Pekín es una ciudad fascinante para vivir por su espíritu cosmopolita y culturalmente diverso. Y así sea la capital de un régimen en el que la fuerza policial aparece en menos de un minuto si hay disturbios y en la que Internet está controlada, la cotidianeidad es relajada. Sus habitantes viven en contrastes internos, del enojo a la felicidad, en un ciclo emocional que sólo es superado por aquellos que siguen la práctica oriental de "dejar pasar".
Artículo producido para La Nación, Argentina.
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[Crédito foto: worldpropertyjournal]