Para la Revista Economía Mundial, Pablo Bustelo, de la Universidad Complutense de Madrid, explora la relación económica entre China e India. El curso que pueden tomar ambas economías puede o fortalecer el crecimiento y posicionar al continente asiático como epicentro de la economía mundial o, en el peor de los casos, generar una relación de competitividad que estancaría el progreso de ambos países. A lo largo del texto se estudian brevemente los grados de competencia en términos de inversión extranjera directa, flujos de capital, energía y materias primas. China e India no sólo son ya dos gigantes demográficos. Reúnen a 2.500 millones de personas, equivalentes a dos quintas partes de la población mundial. Pero su peso económico es cada vez mayor. La parte de China e India en el producto bruto mundial, en paridad de poder adquisitivo, ha pasado del 6,7% en 1980 al 27,3% en 2005, una proporción ya superior a la de la UE (21,0%) y EEUU (20,1%). El peso conjunto de esos dos países asiáticos en el comercio internacional de bienes y servicios tiene ya una dimensión apreciable. En lo que se refiere a las mercancías, alcanzó el 8% en 2005, frente al 3,5% en 1995.
En los servicios, fue del 5,5% en 2005, una proporción muy superior al 2,5% registrado diez años antes. Además, son grandes receptores de capital extranjero y enormes consumidores de energía y otros recursos naturales. Por ejemplo, en 2005 China recibió una inversión directa extranjera que ascendió a 72.406 millones de dólares, mientras que la India alcanzó 6.598 millones.
La cifra conjunta supone casi la cuarta parte de la inversión directa extranjera dirigida a países en desarrollo. Entre 1990 y 2005 el consumo de energía primaria de China e India, en proporción del total mundial, pasó del 10,8% al 18,4%. En consumo de carbón, su peso conjunto aumentó del 28,5% al 44,2% mientras que, en consumo de petróleo, creció del 5,3% al 11,5%.
Preguntarse si esos dos países cooperarán o bien competirán entre sí en los próximos años es una de las cuestiones de mayor importancia en el análisis de las tendencias de la economía mundial. Sin embargo, ha sido muy poco estudiada hasta el presente (siendo excepciones recientes Trinh, 2006, con carácter muy general; Qureshi y Wan, 2006, para el ámbito comercial y, en cierta medida, Panagariya, 2006, para el comercio y las inversiones).
La cooperación entre los dos gigantes asiáticos (el escenario que cabría llamar “Chindia”) podría acelerar sustancialmente el desplazamiento hacia Asia del centro de gravedad económica del planeta e incluso, dicen algunos, dar lugar a una nueva forma de globalización, alternativa a la basada en la hegemonía de Occidente. Si, por el contrario, las economías china e india entran en fuerte competencia en mercados propios y terceros (el escenario que se podría denominar “China + India”), las rivalidades consiguientes podrían retrasar el ascenso de Asia y consolidar, de paso, el tipo vigente de globalización, aunque, eso sí, a costa de un impacto comercial duplicado en los países occidentales y quizá también de un acceso más difícil de otros países en desarrollo a los flujos de capital y a los recursos naturales.
En el plano comercial, ¿cómo es y, sobre todo, de qué manera evolucionará la especialización internacional de los dos países? ¿Se registrará una creciente competencia entre ellos en mercados propios y terceros? Tal cosa podría ocurrir si la India desarrolla con fuerza su sector manufacturero y si China se adentra decididamente en los servicios de tecnologías de la información (STI). Por el contrario, ¿evolucionarán sus perfiles exportadores hacia una mayor complementariedad? Si China sigue especializada en hardware, mientras que la India continúa produciendo sobre todo software, podría darse una división del trabajo entre los dos países en sus mercados internos y externos, así como un fuerte crecimiento del comercio bilateral.
En abril de 2005, el primer ministro chino Wen Jiabao, de visita oficial en la India, señaló que “la cooperación es como dos pagodas, una de hardware y otra de software. Combinados, podemos ser líderes en el mundo. (…) Cuando llegue ese día, significará el advenimiento del siglo de Asia en la industria de tecnologías de la información”. Manmohan Singh, primer ministro indio, había afirmado previamente que “juntos, India y China podemos reconfigurar el orden mundial”.
No obstante, algunos economistas tienden a pensar exactamente lo contrario, esto es, que China y la India están abocadas a entrar en fuerte competencia. Consideran que China podría empezar a controlar la tecnología de suministro de servicios globales, al igual que hizo en su momento con el grueso de la industria manufacturera, y comenzar a hacer sombra e incluso a superar a la India en ese terreno. Piensan igualmente que la India, empujada por la necesidad de crear empleo, creará, más pronto que tarde, un sector manufacturero de gran tamaño, orientado a la exportación y capaz de rivalizar con el chino.
En cuanto a los capitales extranjeros y a la energía, hay especialistas que consideran que la carrera de China e India por atraer financiación externa y por acceder a los recursos podría provocar una reducción del capital extranjero disponible para el resto del Tercer Mundo, así como un encarecimiento de los recursos energéticos y de otros productos primarios.
De entrada, conviene tener en cuenta que los dos escenarios no son totalmente incompatibles entre sí. Una mayor cooperación en determinados campos, como la debida, por ejemplo, a una mayor especialización de China en la industria electrónica y de India en la exportación de determinados STI, no está reñida con una creciente competencia entre los dos países, sin ir más lejos en el sector textil, la industria farmacéutica o algunos segmentos de los STI. Por otra parte, una mayor rivalidad en la atracción de inversión en cartera podría combinarse con un reparto de papeles en lo referente a la inversión directa extranjera. Una competencia exacerbada por el acceso a los recursos energéticos de África o Asia central no excluye una cooperación más o menos estrecha en otras áreas geográficas, como Oriente Medio o América Latina.
La cuestión, por tanto, es determinar, si es que no es aún demasiado pronto para hacerlo, cuál de los dos escenarios (“Chindia” o “China + India”) será el predominante en los próximos decenios.
La cooperación o, si se quiere, la división de trabajo entre los dos países va naturalmente mucho más allá de las facetas evidentes del aprendizaje mutuo. Es obvio que la India tiene mucho que aprender de China en cuanto al desarrollo de un sector manufacturero dinámico e intensivo en trabajo, al fomento de las exportaciones de productos industriales o a la creación de unas infraestructuras modernas de transporte y comunicaciones. China, a su vez, puede inspirarse en la experiencia india para promover los STI o fortalecer el sistema bancario, los mercados de capital o su sistema legal.
Este trabajo explora brevemente el grado de competencia y/o complementariedad, actual y potencial, entre China e India en el comercio exterior de bienes y servicios (sobre la base de Bustelo, 2007b) y en las inversiones extranjeras y el acceso a los recursos naturales.
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