Una cosa es que una obra de teatro reflexione sobre la lucha entre un gobierno y una prensa independiente. Pero otra muy diferente organizar una discusión sobre esa misma obra. En una muestra de lo compleja y con frecuencia contradictoria que es la política cultural china, se presentó en tres ciudades chinas el montaje de Top Secret: la batalla por los papeles del Pentágono, sobre el conflicto entre el gobierno de Estados Unidos y la prensa durante la Guerra de Vietnam, pero se cancelaron a último minuto -por órdenes ‘de arriba’- las conversaciones con el público que la seguían.
Tras presentarse con éxito en Guangzhou y Shanghai, la obra sobre los célebres Papeles del Pentágono -que demostraron que Washington había mentido sobre la Guerra en Vietnam- llegaba a Beijing. Justo en la mitad de la presentación en la Universidad de Beijing, su productora Alison Friedman recibió un mensaje de texto. Le estaban notificando que quedaba cancelada la discusión programada para el final, por el temor a “consecuencias no predecibles más allá del teatro”. Ya había sucedido en la Universidad Sun Yat-sen de Guangzhou y volvía a ocurrir ahora en la capital china.
¿Censura o no censura? Es una cuestión difícil de responder en un país donde las cosas difícilmente son blancas y negras. Por un lado, a muchos les sorprendió que una obra que gira en torno a un debate sobre la libertad de prensa fuese autorizada en un país donde no existe. “Yo sabía que resultaría complejo traer una historia sobre la libertad de prensa a China, pero sabía que los chinos la comprenderían de inmediato y no quería traer algo que no fuese significativo”, señaló su productora Susan Loewenberg al Los Angeles Times. Pero por el otro lado, no cabe ninguna duda que las autoridades culturales y políticas no querían un debate -menos contextualizado y limitado geográficamente- en torno al tema, en momentos en que la censura en Internet ha aumentado considerablemente.
¿Pero por qué permitió Beijing una obra sobre la Guerra de Vietnam? La historia que narra la obra es esta: en 1971 el New York Times publicó un artículo en su primera página que sacudió el avispero. Un reporte confidencial del Departamento de Defensa, que había sido filtrado al periódico por un analista militar llamado Daniel Ellsberg, demostraba que el gobierno del presidente Lyndon B. Johnson había mentido de manera sistemática a la ciudadanía y al Congreso sobre la Guerra en Vietnam. A pesar de la indignación que causaron las revelaciones en el público americano, cuatro días después una corte ordenó al New York Times que detuviese su publicación.
El Washington Post obtuvo entonces una copia de los ya célebres documentos y así comenzó una larga batalla entre gobierno, prensa y público por el derecho a informar y el de salvaguardar información sensible. Al final, su publicación contribuyó a incrementar el sentimiento antibélico en Estados Unidos y a volver más impopular aún una guerra que nunca contó con el respaldo completo de la opinión pública. Y ahí puede estar precisamente la explicación a la autorización de la obra: que Washington no sale muy bien parado.
La obra de teatro, escrita por el periodista y profesor universitario Geoffrey Cowan, comienza el día en que la corte ordena al Times que deje de escribir sobre los documentos. Sus personajes principales son Katharine Graham y Ben Bradlee, la directora y el legendario -y diminuto- editor general del Post que comenzarían una dura batalla legal para poder publicarlos y que protagonizarían un par de años más tarde otro episodio definitivo en la historia del periodismo, las revelaciones sobre espionaje político -el célebre Watergate- que terminaron derrumbando el gobierno de Richard Nixon. En el otro bando están Nixon, su fiscal general John Mitchell y su secretario de defensa Henry Kissinger, que llevan al periódico a los estrados judiciales. El final de la obra no resulta un secreto: prima la importancia de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense, que protege entre otras la libertad de expresión y de la prensa.
La gira china de la obra -financiada en parte por la Embajada de Estados Unidos- tuvo una muy buena acogida en Beijing, Shanghai y Guangzhou, con presentaciones vendidas por completo y un público bastante joven. “Resulta un contraste muy refrescante, si se tiene en cuenta que en Estados Unidos nuestros espectadores siempre rondan los 60 años y nos es difícil conectar con públicos más jóvenes”, señaló Loewenberg al New York Times. Esto de alguna manera palió el hecho de que dos veces -siempre en universidades- se cancelara la discusión.
Lo curioso es que las cancelaciones de Beijing siempre ocurren a último minuto, casi pensando en un efecto dramático. Hace apenas un mes hubo una caso similar, cuando las autoridades ordenaron la cancelación de una ópera sobre la vida de Sun Yat-sen, el revolucionario de comienzos del siglo XX que lideró la transformación de China de un imperio a una república. Cuando ya estaba todo listo para su inauguración en el flamante Centro para las Artes Escénicas de la capital china, llegó la noticia de que la obra había sido oficialmente postergada. Aún no se conocen las razones de la cancelación, pero a sus productores se les indicó que resultaba ‘políticamente problemática’ pese a que su guión había sido aprobado ya con anterioridad.
Al final, la presentación de los Papeles del Pentágono en China fue todo un éxito. “Habla muy bien de China que hayan acogido esta obra”, señaló el dramaturgo Geoffrey Cowan.