En nuestra sinología de esta semana les traemos un artículo escrito por el sinólogo argentino Sergio Cesarín, en donde expone los puntos de interés de China sobre América Latina, desde una perspectica académica china.
Silenciosa, permanente, de bajo perfil y ajustada a objetivos estratégicos, la política exterior de China hacia América Latina y el Caribe se ha ido modificando en los últimos años. Sin perder de vista sus grandes metas (convertir al país en un actor central del escenario internacional), la nueva estrategia tiene un costado poco explorado: la fuerte interacción entre la política exterior y el conocimiento que se genera en los centros de investigación y los think tanks. El artículo repasa la producción teórica china sobre América Latina y refleja la evolución de las inquietudes de las elites de ese país, hoy interesadas en estudiar los efectos de las reformas económicas de los 90, el crecimiento del desempleo y la desigualdad social, como un modo de extraer lecciones aplicables a su propia realidad.
Fundamentos de la acción político-diplomática china
La comprensión de los fundamentos y principios que rigen la acción político- diplomática china permite entender las lógicas con que opera en América Latina y el Caribe. En primer lugar, deben considerarse las aspiraciones chinas de ampliar su influencia en el sistema internacional a medida que construye poder político, económico y militar. Desde la perspectiva china, el estilo y las prácticas aplicadas para el logro de este fin se diferencian claramente de las difundidas en Occidente. Las funciones de representación, comunicación e información, típicas del accionar diplomático occidental, apuntan a resolver problemas concretos; en cambio, la persistencia de una tradicional visión de largo plazo exige a los planificadores de política externa y estrategas económicos chinos la definición previa de principios generales sobre la base de los cuales ajustar acciones, decisiones, estrategias de negociación y resolución de problemas. Desde esta perspectiva, es posible comprender la persistencia y la estricta sujeción de China a tradicionales enfoques sobre derechos humanos, proliferación nuclear, resolución de controversias internacionales y seguridad global.
Un segundo aspecto por considerar es el carácter gradual y progresivo con que se manifiesta el despliegue de capacidades por parte de China en el mundo, y en particular en América Latina y el Caribe. Esta concepción subyace a las prioridades fijadas por región, a la definición de estrategias convergentes, a la necesidad de captar apoyos por parte de actores gubernamentales (aunque representen fuerzas políticas e ideológicas distintas) y, fundamentalmente, a la búsqueda de relaciones con actores sociales considerados relevantes (partidos políticos, sindicatos, organizaciones profesionales, empresarios). También se manifiesta en el interés por ganar la «simpatía de la gente», es decir una alta valoración social, maximizando los beneficios derivados de sus reconocidos atributos como cultura y civilización (soft power). Tanto para los planificadores como para los ejecutores de la política exterior china, los detalles son relevantes y la aproximación sutil –y no la generalización– es la clave; el bajo perfil es una regla inviolable y la alta exposición pública se considera negativa.
La historia guía la definición de la política exterior china. Frecuentemente, quienes hemos estudiado en China escuchamos de nuestros colegas el sabio consejo relativo a la necesidad de explorar en el pasado las certezas y dilemas del presente. Recurrir a la tradición para no cometer errores demuestra que la sabiduría extraída de la experiencia aún posee un valor capital para la mentalidad china, aplicada a la evaluación y el análisis del sistema político y económico mundial.
A partir del inicio de las reformas económicas, en 1979, la diplomacia, entendida como un escenario de confrontación para el logro de reconocimiento internacional, ha sido dejada de lado, y sus determinantes ideológicos han perdido relevancia. En su lugar, los recursos y las capacidades se reorientaron al logro de objetivos de desarrollo pacífico (peacefull development) que permitan a China consolidar su ascenso en la jerarquía de poder mundial durante el presente siglo. De esta forma, en una era de cooperación y consenso, la buena voluntad y la cooperación priman sobre los esfuerzos aplicados a resolver conflictos bi- o multilaterales. Uno de los escenarios donde mejor se manifiestan estas tradiciones, y la sostenida voluntad cooperativa por parte de China, es América Latina y el Caribe.
Perfiles de una relación histórica
Trazar una perspectiva general de las relaciones sino-latinoamericanas implica asumir su desarrollo y evolución como resultado de un ejercicio histórico de contactos culturales y diplomacia bilateral y multilateral. Aun en tiempos del Imperio Chino, la ausencia de Estados nacionales en la región no fue impedimento para que las potencias coloniales (España, Portugal, Gran Bretaña) unieran costas distantes como parte de la lógica imperial del comercio. El resultado fue no solo el reconocimiento de identidades diferentes, sino la posterior recepción de emigrados chinos, que llegaron al continente en reemplazo de la mano de obra esclava negra. Así, durante el reinado de la última dinastía (los Qing, 1644-1911), China y nuestra región encontraron un punto de contacto, sensible y profundo, en la presencia de chinos expulsados del imperio en decadencia1. Los nexos territoriales establecidos mediante el comercio entre China y México (bajo dominio español) y entre Macao y Brasil (bajo dominio colonial portugués) constituyen registros históricos de una vinculación geográfica, cultural y comercial temprana. Se trata de vínculos permanentemente citados por analistas chinos y latinoamericanos para explicar los fundamentos de una relación que, desde mediados del siglo XX, comenzó a cobrar mayor intensidad.
Desde el inicio de la Guerra Fría hasta mediados de los 70, las relaciones se mantuvieron políticamente distantes debido a las restricciones impuestas, tanto a los Estados latinoamericanos como a China, por el sistema bipolar de orden mundial. Con excepción de Cuba, América Latina y el Caribe se encontraron condicionados en su inserción externa por los imperativos de la potencia dominante (Estados Unidos), al igual que China en el marco de su puja ideológica y estratégica con Washington y Moscú. En este periodo, la región fue determinante para los objetivos de China, que intentaba sumar el apoyo político del Tercer Mundo: las economías en desarrollo, aquellos países ideológicamente díscolos y enfrentados con la Unión Soviética, y los países «no alineados». El objetivo era, por medio de este sofisticado sistema de alianzas, legitimar su posición internacional, presionar por reconocimiento diplomático, sortear la contención internacional a la que se veía sometida, propagar la práctica revolucionaria campesino-maoísta y constituirse en contrapoder frente a la URSS y EEUU. Como respuesta, China desplegó en América Latina y el Caribe una activa diplomacia «no oficial» que buscaba establecer contactos con sectores empresarios y fuerzas políticas que simpatizaran con su modelo revolucionario.
La obligada contención a la que eran sometidos los Estados latinoamericanos comenzó a resquebrajarse en 1970, cuando el chileno Salvador Allende reconoció el gobierno de Beijing. Luego, cuando en 1971 Richard Nixon normalizó las relaciones con su antiguo adversario, se produjo la apertura de fronteras diplomáticas y los países latinoamericanos más importantes establecieron vínculos oficiales con la República Popular China. Paradójicamente, fueron gobiernos militares los que otorgaron el preciado reconocimiento a Beijing: pese a las diferencias ideológicas entre los regímenes militares de derecha y un país gobernado por «dirigentes marxistas», el deshielo de todos modos se produjo, y América Latina descubrió nuevas oportunidades políticas y económicas tras la «cortina de bambú». El eje formal de vinculaciones permitió a las desprestigiadas dictaduras latinoamericanas ampliar sus respectivos márgenes de acción internacional, mientras que le aportó a China un gran capital político, que luego volcaría a su favor en desmedro de Taiwán. Argentina es un ejemplo concreto de esta nueva situación: en 1972, un gobierno militar estableció relaciones diplomáticas con China; después, sucesivos gobiernos de facto profundizaron los vínculos políticos y económicos bilaterales.
Con el fin de la Guerra Fría, los factores político-ideológicos perdieron relevancia; la desideologización de la política exterior china, la distensión global y el auge del proceso de globalización brindaron un marco propicio para la expansión de las relaciones sino-latinoamericanas, centradas ahora en aspectos económicos. China, que atravesaba fuertes reformas económicas, y América Latina, sometida a reformas estructurales, coincidieron en la necesidad de explotar complementariedades para aumentar el intercambio económico y la radicación de inversiones y avanzar en una sociedad que neutralice la consolidación de asimetrías de poder Norte-Sur.
En síntesis, la trayectoria histórica sugiere siglos de contactos entre China y América Latina y el Caribe. En los tiempos modernos, a pesar de los cambios en el sistema internacional y en el plano interno, los principios que guían la acción china siguen vigentes. La región es considerada parte del mundo en desarrollo, y comparte con China aspiraciones similares respecto a salvaguardar la paz mundial y promover el desarrollo conjunto. Desde este punto de vista, es parte importante de la política exterior china –diplomacia omnidireccional y multipolar–, orientada a sostener la paz y la estabilidad internacional.
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