“Un complejo mundo de capitalismo salvaje y diferentes tipos de resistencia dentro de las fábricas”. Así describe, Eli Friedman, profesor adjunto en el Departamento de Asuntos Laborales Comparados e Internacionales de la Universidad de Cornell, la situación que se ha vivido en China desde que se dieron las reformas al mercado a finales de los años 70. Desde entonces, las luchas de los trabajadores han estado enfocadas exclusivamente en el pago de salarios o la obtención de aumentos. En esta sinología, Friedman explora las últimas décadas de la resistencia obrera en el país y explica que las cosas están tomando un rumbo diferente.
En el imaginario político del neoliberalismo, la clase obrera china tiene dos caras muy distintas. Por un lado, se ve en ella a la gran ganadora en la arena competitiva de la globalización capitalista, el gigante cuyo auge irresistible sanciona la derrota de las clases trabajadoras de los países ricos. ¿Qué éxito pueden tener en sus luchas los obreros de Detroit o de Rennes cuando un migrante de la provincia de Sichuan es capaz de hacer el mismo trabajo por una remuneración muy inferior? Por otro lado, se describe a los trabajadores chinos como pobres víctimas de la globalización y la mala conciencia de los consumidores del Primer Mundo. Pasivos y sobreexplotados, padecen estoicamente su condición para producir nuestros iPhones y nuestras toallas. Y nosotros seríamos los únicos que podemos salvarlos absorbiendo su caudal de exportaciones u organizando campañas humanitarias para que sean mejor tratados por «nuestras» multinacionales.
En algunos sectores de la izquierda del Norte, estas representaciones contradictorias llevan a la conclusión de que cualquier forma de resistencia obrera en las sociedades desarrolladas sería fútil y estaría destinada al basurero de la historia. Además, la protesta laboral sería allí un fenómeno perverso y decadente. ¿Con qué derecho los mimados trabajadores del Norte, con sus «problemas del Primer Mundo», pueden exigir mejoras materiales a un sistema que ya provee en abundancia a sus necesidades a costa de los condenados de la tierra? Y en todo caso, no hay cómo resistir a una amenaza competitiva tan formidable.
Esta representación de los trabajadores chinos como un «Otro» hostil y amenazador o, por el contrario, como una víctima digna de compasión, distorsiona por completo la imagen de la realidad laboral de la China actual. Lejos de ser los grandes triunfadores de la globalización, los trabajadores chinos se enfrentan a las mismas condiciones de brutal presión competitiva que sus homólogos occidentales, a menudo de la mano de los mismos capitalistas. Más importante aún: lo que los diferencia de nosotros no es su estoicismo.
Hoy, la clase obrera china está en pie de lucha. Después de 30 años de liberalización económica promovida por el Partido Comunista (pcch), China es innegablemente el epicentro mundial de los conflictos laborales. Si bien no existen estadísticas oficiales, lo cierto es que cada año tienen lugar miles (sino decenas de miles) de huelgas, todas ilegales por la simple razón de que el derecho a huelga no existe en el país. Un día cualquiera, se producen entre diez y varias decenas de conflictos laborales. Y lo más relevante es que los trabajadores suelen salir victoriosos, ya que muchos huelguistas consiguen por medio de estas luchas importantes aumentos de salario que superan ampliamente lo estipulado por ley. La resistencia obrera es un serio problema para el Estado y el capital en China y, al igual que en Estados Unidos en la década de 1930, el gobierno central se ha visto obligado a promulgar una serie de leyes laborales para enfrentar la situación. En varias ciudades, el salario mínimo ha aumentado en más de 10% y muchos trabajadores se benefician por primera vez de un mínimo de protección social.
Desde la década de 1990, los conflictos laborales están en auge, y los últimos dos años marcan un progreso cualitativo en el carácter de las luchas obreras. ¿Qué enseñanzas puede aportar la experiencia de los trabajadores chinos a la izquierda del Norte? Para saberlo, hay que analizar las condiciones específicas a las que se enfrentan esos trabajadores, las que podemos considerar hoy en día con una mezcla paradójica de gran optimismo y no menos pesimismo.
Durante las últimas dos décadas de protesta, se ha podido observar la emergencia de un repertorio relativamente coherente de tácticas de resistencia. Toda vez que se presenta un nuevo reclamo, la primera reacción de los trabajadores suele ser la de acudir a los directivos. Casi siempre, estos pedidos son ignorados, sobre todo cuando se trata de reivindicar mejoras salariales. Por el contrario, las huelgas sí dan resultado. Pero su organización nunca está a cargo de los sindicatos oficiales, que están formalmente subordinados al pcch y, en general, sujetos al control de los directivos de la empresa. En China, las huelgas son organizadas de forma autónoma y, con frecuencia, en oposición directa al sindicato oficial, que fomenta la canalización de los reclamos por las vías institucionales.
Lo que busca el sistema legal, que incluye tanto formas directas de mediación y de arbitraje en los recintos laborales como el recurso a los tribunales, es individualizar el conflicto. Este fenómeno se combina con la complicidad entre Estado y capital para impedir que los reclamos de los trabajadores puedan resolverse por vías legales. Lo que le importa ante todo al sistema es evitar las huelgas. Hasta el año 2010, la causa más habitual de estas era el incumplimiento en el pago de los salarios. En estos casos, el reclamo era claro: páguennos lo que nos corresponde. Era poco frecuente que se reclamaran aumentos más allá del mínimo legal. Dado que estos incumplimientos en los pagos eran y todavía son un problema endémico, el terreno ha sido fértil para este tipo de luchas defensivas. En general, las huelgas comienzan con trabajadores que dejan sus herramientas y permanecen dentro de los talleres, o al menos en el perímetro ocupado por la fábrica. Curiosamente, las empresas chinas recurren muy poco a esquiroles (rompehuelgas), razón por la cual el uso de piquetes es poco frecuente.
A veces, cuando los directivos se resisten a satisfacer los reclamos, los trabajadores intensifican la protesta y salen a las calles. Se trata así de interpelar a las autoridades estatales: cuando la agitación afecta el orden público, el gobierno ya no puede ignorar el conflicto. Los huelguistas pueden elegir marchar hasta las oficinas del gobierno local o, simplemente, bloquear una carretera. Este tipo de tácticas conlleva un riesgo: a veces, el gobierno respalda a los trabajadores, pero con igual frecuencia recurre al uso de la fuerza. Aun cuando se alcance un acuerdo, los organizadores de manifestaciones públicas pueden terminar arrestados, golpeados y encarcelados.
Más riesgoso aún para los trabajadores, y no por eso menos usual, es involucrarse en sabotajes, ocasionar daños materiales, generar disturbios, matar a los patrones o enfrentarse físicamente con la policía. Estas tácticas violentas parecen prevalecer en respuesta a los despidos masivos o las quiebras. Se registró una serie de confrontaciones de particular intensidad entre fines de 2008 y principios de 2009 tras los despidos masivos en el sector exportador debido a la crisis económica en Occidente. Como lo explicaré más adelante, parecería que los trabajadores han empezado a desarrollar una conciencia antagónica en relación con la policía. Sin embargo, el elemento menos espectacular de este repertorio de protestas constituye también el telón de fondo de todas las demás prácticas: los migrantes se rehúsan cada vez más a aceptar los empleos precarios que solían atraerlos masivamente en las zonas industriales volcadas a la exportación del sudeste del país.
Las primeras señales de escasez de mano de obra se presentaron en 2004; en una nación que todavía cuenta con más de 700 millones de residentes en áreas rurales, esto fue en general percibido como un fenómeno pasajero. Sin embargo, ocho años después, ya no se puede negar la evidencia de que se trata de una evolución estructural. Existe entre los economistas un intenso debate acerca de las causas de la escasez de mano de obra. No me voy a adentrar aquí en esta discusión; basta con mencionar que para muchas industrias del litoral, en provincias como Cantón, Zhejiang o Jiangsu, se vuelve cada vez más difícil atraer y retener a los trabajadores. Cualesquiera sean las razones específicas de esta escasez, el hecho más significativo es que ha impulsado el alza de los salarios y fortalecido el poder de negociación de los obreros en el mercado laboral –una ventaja que estos han sabido aprovechar–.
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[Crédito foto: Simplify China]