Río abajo del Mekong: TransTailandia

In by Andrea Pira

Tailandia es un país transgresor, transcultural, transformista y travesti. Es un país que entendió cómo adaptarse y fusionar las tradiciones milenarias con los avances de la modernidad. Entendió cómo llevar lo que tiene hasta el límite, incluso un poco más allá. Por eso en el sudeste Tailandia es el país de los excesos. –¿El rey vive en Bangkok?– le pregunté a un taxista que manejaba como loco por las calles de la ciudad mientras me llevaba a la Khao san road.

La pregunta no es de extrañarse, pues, como Buenos Aires está inundada con Messi, en Bangkok –y todo Tailandia– la imagen del reyBhumibol Adulyadej, oficialmente Rama IX, aparece hasta en la última valla en el rincón más lejano. Él es la imagen del país que los turistas guardan desde el minuto cero hasta que se van: la de un hombre vestido con sus mejores ropas y adornos de oro, sereno, digno y diligente con su pueblo. Él es, o quiere ser, el mejor recuerdo que la gente se lleve cuando salgan de su reino.

–Claro que sí, el viejo vive acá. Pero no en el palacio real, yo creo que le queda poco tiempo en el hospital porque está llevado con sus 90 años. Pero al fin y al cabo es un buen hombre– el taxista al que le faltan dientes se ríe aferrado al volante –El rey, viejo. Yo, viejo. Ya quisiéramos tener la edad de ustedes para pasarlo bien ¿si me entienden? solo es que digan y los llevo a donde las “ladies”.

En todas las ciudades de todos los países hay taxistas amigueros esperando que la propina por llevar a los turistas donde “las chicas” sea, precisamente, una chica para hacer más llevadera la jornada. Entre risas y chanzas lo que el hombre desdentado deja ver es que Tailandia no es un solo país sino tres: el reino de Tailandia, con sus templos e historias milenarias; el país de los excesos, donde viven los lady-boys, las drogas y las “ladies” del taxista; y Eco-Tailandia, los extramuros de Bangkok por donde corren los tigres y elefantes en las selvas del sudeste asiático.

El reino de Tailandia es el que gobierna Rama IX desde 1946 cuando heredó el trono tras la sospechosa muerte de su hermano mayor, después que Japón, su aliado, perdiera la segunda guerra mundial. Estos hermanos son los herederos de la dinastía Chakri, que rige el país desde 1782 y consolidó a Tailandia como el canal de la Mancha en el sudeste asiático separando a Francia de Gran Bretaña.

Al oriente, la corona británica dominó desde 1858 lo que se conoció como el Raj Británico o la India Británica, que actualmente es India, Pakistán, Birmania y Maldivas; porque hubo una época en que la reina Victoria I gobernó sobre la costa sur de Asia central. Por el otro lado, al este, Francia tomó lo suyo cunado consolidó al protectorado de la Indochina francesa, colonia que incluía a Camboya, Laos y Vietnam: ¡Liberté, égalité, fraternité, ou la mort! Tailandia, por su parte, mantuvo su independencia con la pleitesía, diligencia y sobre todo astucia de sus monarcas. Ellos se presentaron como el aliado clave que pondría la balanza a su favor apelando a las rivalidades franco-británicas, y no se pudieron resistir.

En ese clima se irguió la Tailandia moderna, con la abolición de la monarquía absoluta en 1932 y rencillas políticas y revueltas sociales que desembocaron en golpe de Estado tras golpe de Estado. El último ocurrió en mayo de 2014 dejando al país en manos de una junta militar bajo ley marcial. En Tailandia no es un secreto que el Ejército siempre estuvo detrás del poder y que el rey que aparece en todas las esquinas es un símbolo cultural con poco poder político, pero los turistas no se dan por enterados.

Para saber que Tailandia sufrió un golpe de Estado hay que preguntar, y a fondo, porque no hay manifestaciones, ni comandos del ejército patrullando las calles, ni se siente la incertidumbre de que algo va a pasar. Los turistas pasean tranquilamente de templo en templo, de Buda en Buda, de mercado en mercado, y lo único que rompe su sosiego es la noche, cuando Tailandia se convierte en el país de los excesos.

Ese país tiene por capital el distrito de Patpong y Khao san Road en Bangokok, precisamente a donde iba cuando el taxista se ofreció muy servicial a mostrarme las otras atracciones.

De día Khao san es un mercado callejero y de noche pura fiesta, rodeada de bares, hostales, baldes de vodka y pipetas de “gas de la risa”. Yo no sé qué sea eso, podría ser helio o Popper, qué más da, pero después de ver a un hombre desmayarse al frente mío cuando inhaló en la máscara me pareció una advertencia. En esa calle venden desde un plato de Phat Thai para calmar el hambre, hasta la combinación de drogas más inconcebible, hay que ver hasta donde se quiere llegar.

Las reinas de la noche, que son los lady-boys y las prostitutas, están en Patpong, el distrito rojo. De ahí se hicieron famosas, aunque están en todas partes y ni te das cuenta. Después de bailar toda la noche con una tailandesa ella te puede decir sin ningún problema, y sin ningún reparo: “bueno, si quieres seguir te va a costar tantos bhats” o “tengo que decirte la verdad, yo nací hombre”. Esas cosas pasan, y tú en ningún momento pensaste que fuera un hombre o que te fuera a cobrar, o las dos.

La prostitución, la homosexualidad y el travestismo perdieron su tabú; nadie se escandaliza por ver a un niño de niña, a una niña cobrando por ser niña, o a un niño cobrando por parecer niña.

La fama de los lady-boys y prostitutas tailandeses es tal, que captaron su propio nicho de turismo e instauraron su show original: el ping-pong show. El espectáculo ocurre en una mezcla entre burdeles y bares, donde las acróbatas desarrollaron habilidades con músculos que no deberían hacer lo que ellas les enseñaron. Aprendieron a disparar dardos con cerbatanas y pelotas de pin-pong sin usar los pulmones. A escribir sin manos. A abrir botellas sin destapador. Y los tigres que se excitan y quieren dar un paso más pueden hacerlo dependiendo del grueso de la billetera.

Los verdaderos tigres y elefantes están a ocho horas de Bangkok en tren. Están en Chiang Mai, una ciudad al norte del país que vive del eco-turismo. A pesar que Tailandia es famosa por su fiesta, la fiesta nunca le va a ganar a la selva y lo que ofrece, y hay un tour para todo: para montar en elefante entre los bosques, para visitar a la tribu Karen que escapó de Birmania y alarga el cuello de las mujeres, o para tener a un tigre frente a frente.

Tiger Kingdom es un centro de conservación para tigres en el que los turistas pueden entrar a las jaulas e interactuar con los animales. Imagínate estar tocando por la espalda a un macho de 200 kilos con colmillos de 7 centímetros, que de pronto se dé la vuelta y quede mirándote agazapado de; y tú te sientes un venado. Hay pocas cosas como mirar a un tigre a los ojos.

Crédito foto [cardinalpres.com]

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