Pablo Martínez se llevó una medalla de oro y una de plata en el tercer Campeonato Mundial de kung Fu en Pekín el pasado fin de semana. En la tierra del kung Fu, Pablo fue el mejor en el manejo del kuan dao (Sable largo) y el Bianze (Látigo de acero), las dos armas más difíciles, por encima de cientos de competidores, en su mayoría chinos. Cuando Pablo Martínez terminó su presentación en la ronda final de la categoría kuan dao en el Campeonato Mundial de kung fu, el pasado 26 de julio, hubo una discusión interna entre los jurados. Después de haber descartado a 150 participantes, el colombiano quedó entre los dos mejores, ¿pero sería el primero?
“Yo lo había hecho más corto pero más rápido y fluido. El otro había mostrado más movimientos, pero los había hecho muy lento”, recuerda. “Tenían que pensárselo mucho antes de darle el oro, por encima de un chino, a un colombiano a en un arma como el kuan dao antes que a un chino”.
El Kuan Dao es una de las armas más importantes del kung fu y una de las más representativas en la mitología china, pues se cuenta en leyendas que fue inventada por general Guan Yu, el gran guerrero chino del clásico Romance de los Tres Reinos y que con el tiempo se deificó, convirtiéndose en un dios de protección, venerado hasta hoy en hogares y algunos templos budistas y taoístas.
Después de dos horas de deliberaciones, Pablo finalmente recibió el oro y se hizo campeón mundial de kuan dao, por encima de los chinos, los creadores y expertos de esta arte marcial.
Pero hubo mucho más durante su paso por el campeonato, al que asistía por primera vez. Un día después se llevó la medalla de plata en la categoría bianze, el arma más mortal del kung fu. Es un látigo que normalmente mide 4 metros, y está formado por una cadena de metal, que en la punta tiene un tejido de hilo grueso. Para manejarla se requieren años de entrenamiento y habilidad, pues se genera una velocidad 4g, similar a la de los jets, que corta el viento haciendo un ruido explosivo y saca chispas cuando toca el suelo.
Pocos la pueden manejar. De hecho, para esta categoría Pablo compitió solo contra 17 personas. El fue el único extranjero. “Estaba muy nervioso de hacer el ridículo ante tantos chinos que tienen el cuerpo hecho para hacer kung fu. Pero me fue bien y me sentí muy orgulloso de representar a Colombia y de que me haya ido tan bien”, dice.
Aprendió a manejar esa compleja arma tan solo hace 11 meses, cuando piso Beijing persiguiendo la historia del kung fu y logró conocer a los grandes maestros.
Paso a paso hacia este arte
Parecía estar destinado a este arte marcial. Lo conoció por primera vez en la Universidad de Brasilia, a donde llegó en 2000 por una beca del gobierno de Brasil para estudiar administración de empresas, después de haber servido en el ejército colombiano por tres años como agente de inteligencia en la sección segunda del batallón de Policía Militar 15, de la brigada 13.
Justo al frente de su habitación estaba la escuela de entrenamiento de kung-fu de la universidad. Como había aprendido tácticas de defensa durante su entrenamiento militar, se lanzó a la escuela para volverse un alumno. Pero el maestro lo rechazó tajantemente. Así que se dedicó a imitar los movimientos desde la ventana por unos meses, hasta que se sintió listo para probarse ante el maestro. Su esfuerzo le valió la entrada.
El maestro resultó siendo Nereu Graballos, uno de los pioneros del kung fu en Brasil y quien fue el alumno estrella de Chan Kowk Wai, uno de los tigres del kung fu chino en el mundo y quien fue el portador de este arte marcial al país suramericano.
Martínez pasó rápidamente de entrenar 1 hora al día, a 16, y después de cinco años que duró su beca, terminó graduándose de Kung Fu en lugar de administración.
A su regreso en Colombia en 2005, le ofrecieron volver al ejército. Martínez se reinventó con el Kung Fu para asumir las nuevas misiones de inteligencia, que cada vez se hacían más sofisticadas. Decidió que para combatir “las fuerzas del mal” -como llama a los que están por fuera de la ley, muy al estilo de guerrero oriental- era importante saber actuación para poder infiltrarse con éxito.
Durante seis meses estudió con Edgardo Román, pagando sus clases con clases de kung fu en la Fundación Actuemos. Su propuesta se hizo famosa en el Ejército colombiano, pues empezó a traer buenos resultados. “Yo era el que vendía la naranja, el que gritaba ‘se arregla la olla exprés’, el borracho, el indigente o cualquier tipo de personaje alrededor de las milicias y las bandas que investigábamos. Ellos nunca me detectaban porque no andaba armado”, cuenta.
Se volvió –afirma con orgullo- el éxito de las misiones: “Cuando íbamos a capturar a alguien, siempre entraba de primeras. Nadie pensaba que un viejito que llegaba cojeando, iba a convertirse luego en un guerrero de kung fu que los neutralizaba a todos. Ya cuando los ‘malos’ querían reaccionar, estaban rodeados por el Ejército o la Policía”.
Después de dos años de misiones, el 13 de enero de 2007 le hicieron un atentado del que salió ileso. Siguieron amenazas telefónicas, que terminaron llevándolo exiliado a Estados Unidos, en donde pidió asilo político. Comenzó entonces un proceso que se extendió por siete años, esperando una respuesta positiva que nunca llegó. Sin permiso de trabajo, su salvación económica fue el kung fu: primero como maestro y luego, como extra en series y películas.
Terminó renunciando al proceso y al no poder regresar a Colombia, se dirigió al lugar que le había dado su gran pasión. “Quería ver el kung fu de cerca y tenía en la cabeza a China”, cuenta.
Después de una larga travesía, y gastándose todos sus ahorros, llegó a Pekín. Con la ayuda de unos amigos y de nuevo, gracias al kung fu, encontró trabajo.
A menos de una semana de estar en la capital, le ofrecieron participar en un desfile de Aimer, una reconocida marca de ropa interior en Asia, para que hiciera movimientos de kung fu mientras las modelos caminaban por la pasarela. “Cuando se acabó el show, nadie aplaudió. Pensé que la había embarrado, pero era porque a los chinos les parecía raro que un extranjero estuviera haciendo kung fu”.
De ahí consiguió un agente que lo llevó a tener nuevos papeles y roles. Ya ha participado en 18 películas, 8 comerciales y 2 series de televisión. El año pasado fue extra en la película sino-estadounidense Outcast, con Nicholas Cage, y este año grabará El Súper Guardaespaldas, una producción china que cuenta la historia de un magnate chino que tiene una mina de diamantes en África y guardaespaldas especiales, entre ellos el que interpretará Martínez.
Entre maestros
Pero lo que más aprecia de estar en China son los círculos de artes marciales a los que ha podido entrar y que le han permitido entrenar con personas que han aprendido de generación en generación el arte del kung fu.
Con la llegada de Mao, el kung fu cambió radicalmente en China y por poco desaparece. Los grandes maestros fueron expulsados y el Partido Comunista creó un nuevo estilo, más sutil, que no contenía los movimientos mortales, precisamente para eliminar de raíz potenciales amenazas militares. Los maestros emigraron a otros países, como Brasil, donde Martínez aprendió.
Un día, mientras entrenaba en un parque de Pekín, otro artista de kung fu reconoció su estilo. No solo se hicieron amigos, sino que este lo introdujo a otros maestros de Pekín, en su mayoría ex militares o miembros de la élite china, que recibieron una educación privilegiada.
Cada reunión se convirtió en una prueba de nivel, al punto que un día organizaron un encuentro especial para que los grandes shifu (maestro en mandarín) del Círculo de artes marciales de Pekín valoraran sus movimientos. “Yo creo que siempre he pasado las pruebas porque pasé de ser ‘hermano pequeño’ a ‘hermano grande’, y continuamos entrenando juntos”. Esta forma de referirse en China, denota grados de respeto en la relación.
Pablo es uno de los más jóvenes del grupo, que está integrado por señores mayores, incluso algunos de más de 90 años. Con ellos fue que aprendió realmente el arte del qilinbian, la técnica antigua de manejar el bianze. “Todos hemos crecido dentro del grupo. Cada vez mejoramos más y creo que ellos me aprecian, no solo porque soy bueno, si no porque gracias a mi, otros jóvenes chinos se han acercado al grupo y han comenzado a entrenar”, asegura.
Su fama se extendió por China y llegó a oídos del gran maestro del Qilinbian, Zhao Chixu. “En la navidad pasada terminé en una cena secreta con el maestro. Nadie que no tenga mérito puede entrar. Yo llegué sin saber quien era él ni lo que me esperaba”, recuerda.
En la puerta, el maestro le pidió una demostración. Luego, él respondió con un movimiento. “El hombre parecía volar, como en las leyendas. Era un shifu elevado”, cuenta. Después de cuatro rondas, el maestro asintió y lo aceptó. Y ante la sorpresa de todos sus alumnos, el maestro lo sentó al frente suyo en la cena; una posición que en China simboliza una ubicación de gran importancia.
“A partir de ese encuentro me convertí en un shifu como ellos. Y hoy, me atrevo a decir que soy el único extranjero que maneja el Bianze y sabe el Qilinbian a un nivel cercano al de los grandes maestros chinos del kung fu original”, afirma.
Reconoce que aún le falta mucho por aprender, y planea quedarse al menos otros cinco años. Ya se está preparando para el próximo campeonato, que se realizará el año que viene, en donde buscará el oro en el bianze, el arma suprema del kung fu.
Artículo producido para El Tiempo, Colombia
[Crédito fotos: Nicola Longobardi]
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