El morbo es sin duda un componente muy importante en el turista chino a la hora de elegir Taiwán como destino de sus vacaciones. Presenciar una enorme estatua de bronce del archienemigo de la República Popular, visitar los tesoros de la Ciudad Prohibida, leer libros imposibles de encontrar en el continente… son, desde luego, alicientes considerables.
Recientemente, la Oficina Presidencial se ha unido al grupo de destinos populares para los turistas chinos en Taipei. Más del 40% de los visitantes del edificio colonial japonés son continentales y, según dejó saber la encargada de la tienda de souvenirs, lo más popular entre ellos es comprar banderines del edificio y sacarse una foto con la reproducción sintética del presidente Ma Ying-jeou.
Durante la presidencia del independentista Chen Shui-bian (2000-2008) los turistas chinos tenían prohibida la entrada al edificio, aunque también es cierto que el número de visitantes del continente era más bien escaso dada la gran tensión en el Estrecho. Con la llegada de Ma Ying-jeou las relaciones bilaterales mejoraron ostensiblemente y la afluencia de visitantes a la isla ha crecido exponencialmente año a año, hasta el punto de que los turistas chinos son ya imprescindibles para la industria de servicios taiwanesa.
Algunos profesionales chinos aprovechan para comprar o leer libros que en el continente no tendría ocasión de leer. Especialmente curioso es comprobar sus caras en una librería al ver varias hileras de libros dedicados al caso de Bo Xilai y otros análisis políticos. Muchos de estos libros les son requisados en la aduana, pero algunos profesionales, sobre todo del periodismo, consiguen hacerlos pasar alegando investigaciones académicas en curso.
Probablemente esto provoque un mayor impacto en ellos que no la pesadez de los miembros de Falun Gong que los esperan a las puertas del Taipei 101 practicando un taichi muy sui generis y mostrando carteles con supuestas vejaciones y torturas sufridas por los miembros de esta secta a manos de las autoridades chinas. Por experiencia propia, puedo decir que son muy pocos los chinos que se acercan a leer dichos carteles. El resto, simplemente pasa olímpicamente del asunto y se dedica a sacar fotos del rascacielos o se dirige directamente a Ding Tai Fung para comer xiaolongbao y sopa de pollo.
También la propia Oficina Presidencial, con su insoslayable historia política reciente, suponen un descubrimiento. Un guía del edificio me confesaba que la práctica mayoría de los visitantes chinos salen encantados de la visita, tras haber hecho decenas de preguntas de carácter histórico y degustar unas excelentes albóndigas de cabeza de león, que son la especialidad de la casa.
Sin embargo, a pesar de los indudables beneficios del turismo chino en forma de divisas, muchos temen que Taiwán acabe teniendo los mismos problemas que Hong Kong si la apertura y el acercamiento a China Continental sigue, como hasta ahora, a velocidad de crucero: incremento de la burbuja inmobiliaria, colapso de la seguridad social, absorción del dólar taiwanés por el renminbi o deterioro del comportamiento de los espacios públicos.
Tanto morbo puede acabar matando.
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