El Tíbet, más allá del Dalai Lama

In by Andrea Pira

Por primera vez desde que Xi Jinping llegó a la presidencia de la República, a finales del mes pasado China fue evaluada por el Comité de Derechos Humanos de la ONU. La sesión no deparó grandes sorpresas. Para los países occidentales, el gran lunar del gigante asiático es el mismo de hace cuatro años: el Tíbet.

El conflicto por el Tíbet lleva ya más de sesenta años. La República Popular China y algunos países occidentales han mantenido un debate político que parece no tener solución. En 1950 el Ejército de Liberación Nacional arribó al Tíbet, y desde una perspectiva china, el lugar fue liberado. Por el contrario, para la élite tibetana y para parte de la comunidad internacional fue una invasión y una nueva forma de colonialismo, perspectivas que perduran hasta hoy.

China siempre ha asegurado que el conflicto por el Tíbet no existe y que no es más que un complot entre Occidente y el Dalai Lama para desprestigiar a China. De hecho, la figura del Dalai Lama –en el exilio desde 1959- ha sido durante los últimos 50 años motivo de amores y odios entre sus seguidores y detractores. Para unos, representa la perfecta visión del deber ser de la humanidad, para otros es un terrateniente más con el afán de convencer a gobiernos internacionales de su legitimidad.

Pero el conflicto va más allá. En días pasados, el ex presidente de China Hu Jintao fue acusado de genocidio en contra de la comunidad tibetana. Será investigado por la Corte Nacional de España por su presunta participación en actos de tortura y represión. El Gobierno responde que eso no solo es completamente falso, sino que no es asunto de tribunales extranjeros.

El debate continúa y mientras diferentes gobiernos y organizaciones no gubernamentales asumen su verdad como única, los tibetanos del común pocas veces han sido escuchados, especialmente aquellos que no abandonaron Tíbet para exiliarse en India junto al Dalai Lama, y que al contrario permanecieron en su tierra o migraron a las grandes ciudades de China. Pocos se han interesado en conocer la voz de quienes ven el conflicto internacional como algo abstracto y que en poco o nada afecta su cotidianidad.

En Beijing hay alrededor de 20,000 tibetanos, entre estudiantes, vendedores de tiendas de artesanías y restaurantes tibetanos, y algunos cuantos empresarios, según el Instituto de Estudios Contemporáneos Tibetanos. Muchos de ellos se encuentran desarticulados a lo largo de la ciudad, excepto aquellos que se congregan cerca de uno de los templos budistas más importantes de la capital, que justamente es tibetano: el Yonghegong. También conocido como el Templo del Lama, fue construido en el siglo XVII y es un ejemplo de las fuertes y antiguas relaciones entre China y Tíbet. A su alrededor hay un sinnúmero de tiendas tibetanas que venden desde incienso hasta esculturas que superan los miles de yuanes.

Templos, monjes y budismo siempre han hecho parte del imaginario que se ha desarrollado en torno al Tíbet. El Templo del Lama es una de las representaciones más importantes de la cultura tibetana en la capital china, pero además es un elemento que confluye con una visión que se ha expandido en el mundo entero.

El Tíbet y Occidente

El Tíbet ha sido considerado por Occidente como uno de los baluartes culturales de la humanidad. Paz, amor y pureza son algunas de las interpretaciones que durante años han sido utilizadas para representar este mítico lugar. Durante todo el siglo XX esta región situada en la falda del Himalaya, adquirió un aura misteriosa, pues la fabulosa idea de su espiritualidad inundó la mente de muchos.

James Hilton –en su novela Horizonte perdido de 1933- describió al Tíbet como “un valle tranquilo y de total ausencia de preocupaciones mundanas. Nada menos que un paraíso terrenal. Es Shangri-La, un lugar cuya profunda emoción espiritual, destilado de la magia de los tiempos y milagrosamente preservado contra el tiempo y la muerte, presupone una esencia viva”.

Este mito se intensificó en la década de los 60. El movimiento hippie absorbió el imaginario que monjes tibetanos en el exilio propagaban. Además, el Dalai Lama quien siempre ha enviado un mensaje de paz y reconciliación a los países occidentales, se constituyó como una de sus figuras insignia.

Ya en los noventas, el libro publicado por Sogyal Rinpoche –budista tibetano reconocido internacionalmente por su discurso que involucra enseñanzas tibetanas antiguas con el modo de vida contemporáneo- titulado El libro tibetano de la vida y la muerte, tuvo un gran impacto en países occidentales. Desde su publicación en 1992, ocupó durante varias semanas los primeros lugares de los libros más vendidos de la lista del New York Times. El texto ha sido traducido a más de 30 idiomas y publicado en 56 países, según el sitio oficial web del autor.

“El Tíbet ha sido interpretado como un parque temático espiritual. La religión ha sido glorificada y en ese sentido, representa la oportunidad de alcanzar la iluminación. Textos como el de Sogyal Rinpoche alimentan esta glorificación, pero en realidad son libros escritos para movimientos como el New Age”, afirma a Shen Weirong, profesor de Budismo Tibetano de la Universidad del Pueblo en Beijing.

Sin embargo, no sólo Occidente se apropió de este imaginario. China también lo ha aprovechado. La ciudad de Zhongdian, situada en la provincia de Sichuan –fronteriza a la provincia del Tíbet-, fue renombrada en el 2001 por el gobierno chino como Shangri-La, siguiendo la visión desarrollada por Hilton. La ciudad está situada en la zona de “Las tres gargantas”, y la remodelación de su arquitectura –basada en diseños antiguos chinos y tibetanos-, está pensada para ser promovida como un centro espiritual y turístico de la región.

El Tíbet y China

La meseta tibetana abarca una región de 1.8 millones de kilómetros cuadrados, lo que representa el 30% del territorio actual de China. El número de ciudadanos tibetanos es de aproximadamente 5.4 millones –el 0.4% del total de la población-, y los ríos Amarillo, Yangtze, Mekong e Indio nacen en la cumbre de sus montañas. Además comparte fronteras con India, Nepal, Bután y Myanmar.

China siempre ha sostenido que Tíbet es parte de su territorio desde hace siglos, no sólo justificado en documentos históricos que vinculan a los lamas tibetanos con los emperadores chinos, sino con la firma en 1951 del “Acuerdo de 17 puntos” entre Lhasa y Beijing. El argumento ya no es sólo de interpretación histórica, es también legal.

“Tíbet es ahora parte de China. Las autoridades centrales no alterarán el sistema político existente ni el estatus, funciones y poderes del Dalai Lama. Se respetarán las creencias religiosas, costumbres y hábitos del pueblo tibetano, y los monasterios budistas se protegerán”, se escribió en este acuerdo.

Pero lo convenido entonces dejó de cumplirse muy pronto: de manera parcial, a finales de los 50 y, completamente, durante la Revolución Cultural (1966-1976).  Por esol, desde 1959 el Dalai Lama ha repetido en varias ocasiones que el tratado njo sólo fue quebrado, sino además que originalmente fue firmado bajo amenazas.

Sin embargo, el Partido Comunista Chino siempre ha objetado que el Tíbet vivía bajo un régimen déspota y que su liberación era necesaria. En su discurso argumenta que las mujeres tenían pocos o nulos derechos, se ejercía la esclavitud y la pirámide social era gobernada por una élite corrupta, a manos de monjes budistas.

Asimismo, criticaban la práctica tibetana de la poliandria, que es contraria a la moral inculcada por Confucio. En ella, una misma mujer puede casarse con varios hombres y fecundar hijos con ellos. Generalmente la mujer es compartida entre hermanos y es ella quien se encarga de la crianza de los hijos. “Era una condición habitual. Al crecer los hermanos no podían dividir la tierra heredada de sus padres, entonces compartían la misma mujer para no crear otras familias”, explica Li Kelin, profesora de Arte y Estética China de la Universidad del Pueblo en Beijing.

Voces encontradas

Pero hoy, casi 62 años después de que Tíbet se encuentra bajo la batuta comunista, las cosas han cambiado. Ya ni se practica poliandria, según cuenta un tibetano que le gusta circular cerca del Templo del Lama, quien prefiere reservar su nombre. “Sé que hace años esta forma de matrimonio era normal. Sin embargo nunca he conocido a nadie que la practique. Creo que ya desapareció. Ahora cada quien puede elegir a la chica de su gusto”, afirma con una sonrisa en el rostro.

También los tibetanos, especialmente aquellos que no han salido de China –sea porque no quieren o no pueden-, han comenzado a evaluar y revaluar su historia. “La verdad no sé nada sobre la independencia del Tíbet, tampoco me interesa. En lo personal me gusta el Dalai Lama, pero es difícil tener una opinión política al respecto”, comenta un monje tibetano propietario de una de las tiendas de artesanías cerca al Templo. Dice que prefiere no dar su nombre, y simplemente se presenta como un monje que lleva dos años viviendo en la capital.

Para muchos, la religión sigue atándolos a su cultura, pero no el sistema político y económico que se maneja en la zona. “El monopolio del poder en el Tíbet está en manos de algunos monjes que tienen muchas tierras y son ellos quienes están en contra de las restricciones impuestas por el gobierno chino. Son monjes que pertenecen a una clase social muy alta y no están en contacto con el verdadero pueblo tibetano”, añade.

Otros, sin embargo, cuestionan la fuerza con la que se ha impuesto un discurso contra el sistema tibetano. “El gobierno chino ha cometido bastantes errores. Desde 1950, a través del discurso comunista, intentó erradicar nuestro pasado cultural”, dice Linda, una chica tibetana graduada en Cultura y Lenguaje Tibetano, y que hoy trabaja como vendedora en una tienda de vinos. “El gobierno no se ha dado cuenta que por el hecho de que algunos países extranjeros admiren al Tíbet, no necesariamente están en contra de China”, afirma.

Para contrarrestar esa visión negativa, China se ha concentrado en invertir grandes sumas de dinero en la Región Autónoma del Tíbet –nombre que el gobierno chino utiliza para referirse a la zona desde 1965-, buscando desarrollar infraestructura en educación, transporte y seguridad social. “El Dalai Lama siempre ha dicho que el Tíbet necesita independencia religiosa y cultural, y no estatal. El asunto es muy sensible, pero es claro que necesitamos su apoyo económico”, concluye Linda.

Fuentes oficiales indican que la región es una de las que más ayuda económica recibe. Para 2012 la tasa de crecimiento anual alcanzó el 11.8%, logrando un número de dos dígitos por el décimo año consecutivo. También se espera que para finales de 2013 todos los residentes de la región vivan en casas subsidiadas por el gobierno que cuenten con calefacción, agua, electricidad, gas y televisión.

Además, con la apertura del ferrocarril en 2006 que une a Lhasa con el resto de China, la región ha visto un incremento significativo en su desarrollo económico, pues el tráfico de materias primas hacia la zona ha aumentado considerablemente.

El gobierno chino también argumenta que desde el 2011 la educación primaria y secundaria es gratis para todos los tibetanos, y que además tienen prioridad para conseguir cupos universitarios fuera del Tíbet.

Este crecimiento económico ha sido analizado por la crítica extranjera como una forma de sinicización, término que se refiera a la destrucción cultural tibetana a partir de la inversión económica y la masiva llegada de chinos de la etnia Han. Incluso algunos tibetanos niegan que el progreso realmente haya llegado a la zona. “Yo llegué a Beijing porque en el Tíbet las condiciones de vida aún son muy precarias. No sé qué piensan los extranjeros sobre el tema, pero sé que cuando van al Tíbet se dan cuenta de lo pobre que es”, cuenta una vendedora de artesanías en una tienda en Nanluoguxiang, una de las calles turísticas más famosas de Beijing,

En 1989 el francés Robert Badinter –abogado penal conocido por su lucha en contra de la pena de muerte y a favor de los Derechos Humanos- declaró en una reunión con el décimo cuarto Dalai Lama que las políticas chinas en la región del Tíbet tienden hacia el genocidio cultural.

En 2008, justo antes de los Olímpicos de Beijing, este término fue nuevamente utilizado. Para conmemorar el aniversario de la revuelta de 1959 –uno de los primeros movimientos independentistas del Tíbet-, 400 monjes salieron a marchar por las calles de Lhasa. La policía respondió con detenciones, y según la prensa estadounidense –Voz de América y Radio Libre de Asia- 80 tibetanos fueron asesinados, dato que el gobierno chino siempre ha negado. Además la prensa china fue rápida en demostrar que las fotos de las represiones no eran de policías chinos en Lhasa, si no de la policía en Nepal, en donde también surgieron manifestaciones.

En la misma época, diferentes manifestaciones alrededor del mundo se unieron en torno al discurso político pro-Tíbet. Durante el paso de la Llama Olímpica por diferentes capitales, parte de la comunidad internacional le hizo saber a Beijing que apoyaba al Dalai Lama.

El conflicto por el Tíbet es latente. Tanto en Occidente como en China la región ha representado la creación de un discurso subjetivo con fines propios. Sin embargo, una de las preguntas más recurrentes sobre el tema es el papel que otras regiones como Xinjiang y Mongolia Interior juegan en la conformación de la República Popular China, pues también se han visto sometidas a los han –minoría dominante en China- sufriendo cambios y presiones a su cultura.

El debate es muy similar, y en Xinjiang –más que en cualquier otra región de China- los choques entre Uigures –comunidad musulmana originaria de Asia Central-, Han y la policía se dan cada vez con más frecuencia. Desde el 2008 se han registrado 279 muertes violentas a causa del conflicto político-cultural, según reporta la prensa hongkonesa.

Aun así el cubrimiento internacional hacia esta zona es mucho menor que hacia el Tíbet, y mientras en occidente la figura del Dalai Lama es bastante conocida, pocas personas conocen el nombre de Rebiya Kadeer, líder separatista y defensora de los derechos humanos de la región de Xinjiang.

El problema parece no tener una solución próxima, y mientras los gobiernos recurren a la política para argumentar su punto de vista, la comunidad tibetana espera soluciones prontas para problemas tangibles.

“De pronto la independencia no es la cuestión en que los tibetanos están más involucrados, porque tienen otros problemas más urgentes que necesitan atención inmediata. En mi opinión uno de los problemas relacionados con la cuestión tibetana es que el gobierno en el exilio ignora hasta cierto punto los verdaderos problemas que los tibetanos residentes en la región enfrentan hoy en día”, manifiesta Mauro Crocenzi, tibetólogo y coautor del libro Marca Tíbet: la causa tibetana y su comercialización en Occidente.

Dada la gran migración de tibetanos al exterior –ya sea hacia el resto de China o hacia países extranjeros- el Dalai Lama he hecho un llamado repetitivo a los tibetanos para que no abandonen su hogar, pues la pérdida de identidad y de control de la zona es algo que preocupa. “El Tíbet ha perdido gran parte de su cultura. Hoy es muy difícil decir qué características de la sociedad son antiguas y cuáles son utilizadas para agradar al visitante extranjero. Es bastante confuso y lamentable”, concluye el monje tibetano, que vende artesanías cerca del Templo del Lama en el corazón de Beijing.

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[Reportaje producido para El Tiempo, Colombia]

[Crédito foto: El Tiempo]