El historial de vetos de China en las Naciones Unidas durante la Guerra Fría

In by Simone

China y Rusia de nuevo expresaron su fuerte posición en contra de una intervención internacional en Siria.  Los dos países vetaron por tercera vez una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que daba un ultimátum al gobierno Sirio frente a sus acciones contra la oposición. La resolución amenazaba con fuertes sanciones si no abandonaban el uso de armas pesadas y ataques directos contra los miembros del levantamiento. También extendía una misión observadoras de Naciones Unidas por 45 días en el país árabe.  La votación final fue de 11 a favor, dos vetos y dos abstenciones de Sudáfrica y Pakistán.  Aprovechamos esta coyuntura para presentar un análisis del rol de China y la ONU durante la Guerra Fría. 
La respuesta China se basa, como en otros casos internacionales, en la política de la no intervención. Una decisión contra otro país podría ser una mala jugada para el país asiático en el futuro, en cualquier momento que deba enfrentar un levantamiento. Así se ha visto en casos anteriores, tan antiguos como los enfrentamientos en Tíbet o Xinjiang, y recientes como han sido las protestas en Mongolia o Guangdong.  Por otro lado, China no quiere afectar las relaciones con un país que ve como un punto comercial en la región y que ha sido un centro importante desde tiempos milenarios en la ruta de la seda.

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Al abordar el estudio de las relaciones entre China y la ONU durante la Guerra Fría es más que perceptible cómo las mismas responden claramente, y ya desde el comienzo, al clima internacional vivido tras la Segunda Guerra Mundial. La relación entre ellos no pudo empezar con mejor pie, pues China había sido uno de los Estados fundadores de la organización internacional y desde su primera sesión en 1945 ocupó un puesto permanente tanto en la asamblea como en el Consejo de Seguridad, encontrándose incluso entre la delegación un miembro del PCChi. Sin embargo, la división bipolar que tanto afectó a Asia oriental pronto cambiaría las cosas.

Una vez el gobierno de Beijing cambió su color al rojo, EE.UU., en su lucha contra la expansión comunista, se negó a aceptar la situación y consiguió que el sillón continuase en poder del gobierno nacionalista, exiliado en Taiwán. Como vemos, el papel estadounidense fue fundamental en esta cuestión pese al pretendido carácter global de la ONU, pero es que a ello hay que sumar que los acontecimientos en esta región durante las primeras décadas estuvieron lejos de jugar a favor de la causa de la República Popular.

Sólo 9 meses después de la victoria de los de Mao estalló la guerra en Corea, y el apoyo de China al condenado como agresor le valió el rechazo de la gran mayoría de la Asambleaii, en cuyo Consejo, además, no se encontraba el gran aliado soviético, retirado precisamente como protesta por la cuestión China. Este dato es importante, pues muestra cómo las tormentosas relaciones entre la RPCh y la ONU afectaron a más estados: tanto a Corea, cuya misión de las Naciones Unidas no pudo ser vetada, como a la URSS y Taiwán por sus constantes desencuentros en la Asamblea.

Y en cualquier caso, los partidarios de mantener la representación nacionalista alegaban que la belicosidad china rompía con la idea fundacional de la ONU: el mantenimiento de la paz. China, además, perdió una gran oportunidad de “enmendarse” ante la comunidad internacional, ya que sus peticiones para la pacificación en Corea fueron demasiado elevadas, y no quedó mejor más adelante con la intervención en la revuelta tibetana.

Así, en los años 50 se estancó la situación, con la URSS primero y la India después como máximos aliados del gobierno de Beijing a la hora de exigir la sustitución de la delegación nacionalista por la comunista, y EE.UU y Taiwán consiguiendo que todas las peticiones en ese sentido fuesen rechazadas. Este cambio de aliado para China, no obstante, respondía nuevamente a las dinámicas de la región, y en años sucesivos se mostró como uno de los factores decisivos para la vuelta del gobierno comunista a la ONU: en la segunda mitad de los 50 soviéticos y chinos se encontraban cada vez más distanciados, y ello provocó que Washington empezase a ver la posibilidad de debilitar al que no dejaba de ser su principal enemigo, Moscú.

Sin embargo, antes de que estas ideas cobrasen forma, la década de los 60 vio aparecer las mayores hostilidades entre China y la ONU: apartados durante años del concierto internacional y tras el ataque de Estados Unidos a Vietnam los dirigentes chinos declaraban que la Organización de Naciones no era más que un instrumento al servicio del imperialismo yanqui, e instaban a las naciones asiáticas y africanas, las más cercanas a China en tanto pertenecían al tercer mundo, a retirarse, aplaudiendo la valentía de Indonesia en este sentido.

Pero Vietnam resultó ser un infierno para Washington a la vez que chinos y rusos llegaban a enfrentarse abiertamente, por lo que el acercamiento no se hizo esperar.

Hay que tener en cuenta, además, que las razones desde el punto de vista norteamericano obedecían a otro factor añadido: China empezaba a ser un jugoso mercado en el que, de seguir así las cosas, los europeos tomarían la delantera. La República Popular, por su parte, necesitaba un cambio de orientación: la creación de una ONU “alternativa” era poco menos que una fantasía y su situación internacional, al perder a su gran aliado ruso, empezaba a ser asfixiante, más aún cuando varios países de la región, con Japón como pionero, iniciaban un despegue social y económico sin precedentes.

A lo que podemos sumar un tercer factor que por fin posibilitó la aprobación de una resolución que expulsase a Taipei y devolviese su silla a Beijing: durante los años 60 la idea de “mundialización” se había extendido y la ONU dio entrada a muchos países por desarrollar, más cercanos, como ya se ha dicho, a la sensibilidad china que a la de las superpotencias. Su voto resultó decisivo en el año 1971 y, como muestra de que se abría una nueva época en las relaciones ONU-China, en la primera sesión con el país asiático presente los discursos de bienvenida se alargaron durante más de 6 horas. La cuestión sobre “la otra China”, por su parte, aún hoy sigue sin resolverse.

Ya miembro de pleno derecho de la ONU y de su Consejo de Seguridad queda analizar el papel que desempeñó China en la misma. En general podemos afirmar que el gobierno de Beijing mantuvo durante los 70 un perfil bajo, incluso negándose a participar en las Misiones de Paz, ya que las consideraban una intromisión al libre desarrollo de los estados y una herramienta del imperialismo que ellos tanto habían sufrido durante el XIX y principios del XX. Su actividad, decíamos, se centró en aumentar su reconocimiento internacional tanto a nivel político como cultural, y sólo ejerció le derecho a veto en dos ocasiones.

La década de los 80, sin embargo, vio un giro en la política internacional china, el país experimentaba un importante cambio interno con las reformas y la apertura al exterior, toda vez que la situación regional se estabilizaba, y ello se vio reflejado en sus actuaciones en la ONU: ahora se trataba de aumentar el liderazgo y el prestigio de China, con el fin evidente de acelerar el desarrollo interno.

Y es por ello que desde entonces hasta el fin de la Guerra Fría (y hasta nuestros días) la toma de decisiones en todas las reuniones, así como su participación en las Misiones de Paz, no dejaron de ir en aumentovii, normalizándose, al fin totalmente, las relaciones entre el organismo internacional y la RPCh.

Vemos por tanto el importante papel que tanto la URSS como los EE.UU. jugaron (por acción y en el caso soviético incluso por omisión) y cómo la situación entre los dos agentes estudiados pasó por todos los estados posibles: desde el rechazo unilateral de la ONU al rechazo mutuo conforme la situación en Asia oriental se agravaba (y por ende en el mundo), a la búsqueda de posturas comunes toda vez que las voces sobre política internacional se multiplicaban, y así hasta la plena cooperación y participación china en el organismo conforme la Guerra Fría se iba extinguiendo en los años 80.


Héctor Gómez Pinos es un investigador y especialista en Asia oriental que vive ahora en Chengdu. Escribió el libro La transición japonesa hacia la modernidad y ha publicado numerosos trabajos de investigación sobre China.

Texto publicado originalmente en el Observatorio de la Economía y la Sociedad China (España)


BIBLIOGRAFÍA

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