Desde el Far West Chino: Viajar por Xinjiang

In by Andrea Pira

Para todos aquellos que gusten de emociones fuertes, aquí se relata en breve qué es viajar por Xinjiang: autobuses-cama, centrales de pasajeros y baños rudos, son algunas de las instituciones ineludibles que todo pasajero debe superar para llegar a las ciudades-oasis esparcidas en esta provincia.
Hasta hace un siglo, el medio de transporte para viajar por Xinjiang —provincia de grandes desiertos e implacables cordilleras— era el camello. Comerciantes cruzaban los grandes desiertos y las implacables cordilleras de Asia Central detrás de un burro, el animal con el mejor sentido de dirección en la caravana. Lo que hacía el camello, lo hace ahora un autobús de larga distancia, y considerando la manera de conducir, el nivel de peligrosidad no ha bajado mucho (el chofer es ahora quien tiene el mejor sentido de dirección supuestamente). El “autobús de larga distancia”, lo definiría la Real Academia, como aquel compuesto únicamente de camas pequeñas, cada una del tamaño de esas camillas con las que sacan a los lesionados de un partido de futbol. Los únicos sentados en ese autobús son el chofer y el chofer de refacción.

El autobús no tiene baño, y se detiene sólo cada seis o siete horas. La mayoría de las veces, el chofer se orilla en un paraje en medio de los grandes desiertos o en las implacables montañas. Sin requerir mayor explicación, todo el autobús se baja, sea desierto o montaña. Hombres buscarán por el lado izquierdo un lugar donde relajarse; mujeres, por el lado derecho. Nunca falta ese momento incómodo en el que, al buscar un arbustito, un pasajero sorprende a la señora de la cama de alado puesta en cuclillas, absorta en hacer su asunto.

Sí hay ocasiones en las que el chofer se detiene en un restaurante o gasolinera. Los restaurantes cobran unos yuanes por aliviarse en un cuartito hecho de azulejo que limpian cada año y medio (o algo así). No hay agua corriendo más que la que corre fuera de los cuerpos. Ni jabón ni papel. Las gasolineras en las carreteras exhiben relucientes baños cromados que siempre tienen llave: los empleados remiten al pobre pasajero a una fosa, y además le cobran.

Las camas son individuales, diseñadas para personas pequeñas y delgadas (o sea chinos, válgame el estereotipo). Son tres filas separadas por dos angostos pasillos. Hay dos niveles (las camas son literas), e ir arriba es un 10% más barato que ir abajo (y más emocionante ya que brincas más un 10% con los baches en la carretera). En la parte posterior del autobús hay una sola gran cama inferior y una superior donde suelen acomodar a cinco pasajeros arriba, y a cinco abajo.

Cabe señalar que todo el autobús está alfombrado y es considerado pecado capital que zapatos mundanos pisen la alfombra. Al entrar al vehículo, el chofer regala bolsas de plástico para que los pasajeros se despojen de los zapatos y los guarden en el compartimento debajo de sus camas. El combinado de unos cincuenta pares de pies sudados es un olor que sólo se equipara al del bazar promedio.

Cada pasajero busca su lugar designado y se acomoda en su pequeña cama, ya sea superior o inferior. Las señoras batallan para subir a las camas superiores ya que la tradición islámica manda que vistan vestidos, tan largos como los trayectos. Las camas no son completamente horizontales, sino que tienen una ligera inclinación para que la cabeza vaya más elevada que los pies. Los que tienen equipaje de mano duermen abrazados de él, porque no hay espacio dónde ponerlo (fuera de los compartimentos inferiores en los costados del autobús). El chofer pasa y entrega a cada quien una colcha blanca (que huele a cloro) y un cojín decolorado (que huele a muchas cosas). La colcha será requerida en el momento en que el chofer tenga calor y ponga el clima a toda potencia. Él es quien tiene el poder para controlar la temperatura. La vida le ha otorgado ese pequeño reducto de autoridad, y la explotará a su antojo, sólo limitado por la responsabilidad que tiene de hacer que rinda la gasolina diluida que venden las refinerías chinas.

En Xinjiang, ningún pasajero puede pisar el área de la carga de gasolina, sin importar qué vehículo se trate (aún vehículos privados). No falta algún vivo que se pone a vender sandías o melones a toda la gente que espera fuera de las gasolineras. La idea es evitar el robo de combustible, que en tiempos de escasez se vuelve un bien muy codiciado naturalmente. Fuera de las autopistas principales, las gasolineras se pueden quedar sin gasolina hasta por varios días. Fue por eso que Fuyao cargaba con dos tanques metálicos repletos de gasolina en la cajuela de su carro cuando cruzábamos Gansu y Xinjiang en octubre del año pasado (fue descubierto y multado).

Dada la poca frecuencia de las escalas para ir al baño, lo más recomendable es llevarse un litro de agua y sólo comida indispensable. Sin embargo, los uigures suelen comprar refrescos, frutas y semillas de girasol con las cuales entretenerse durante el recorrido. Se llevan costillas de cordero, arroz frito y mucho nan (pan árabe). Los que no van preparados no pasan hambre, puesto que en cada parada habrá una señora que sube a vender de cama en cama huevos hervidos en vinagre, maíz asado y refrescos de dudosa procedencia.

Xinjiang —provincia de grandes desiertos e implacables cordilleras— contiene un sexto de todo el territorio chino, y entre ciudad y ciudad se hacen fácilmente de ocho hasta treinta horas en autobús (a los trenes les toma más todavía porque son reliquias comparados con los de China central). Estar tanto tiempo privado de movimiento en esos pequeños ataúdes produce somnolencia perene. En los lapsos en los que los pasajeros están despiertos pueden disfrutar de videos musicales uigures en las pantallas, como aquel en el que un hombre le canta a un árbol o el de la mujer que le baila al río que pasa por su huerta.

Retenes policiales son comunes en las principales autopistas y en las afueras de las ciudades. Todo pasajero tiene que bajarse a pasar su identificación por el escáner. En caso de extranjeros, hasta cinco policías tratarán de descifrar lo que dice el pasaporte. No suelen dar problemas a los que tienen visado de turista. Aquellos con visado de periodista tendrán dificultades a lo largo y ancho de la provincia.

Las centrales de autobuses son de lo más ameno por el gran volumen de gente que va y viene con grandes sacos de lona, repletos de ropa, sartenes y hasta un televisor. Viajar es considerado una experiencia ardua y temeraria, y eso se ve en los rostros solemnes tanto de aquel que hace un viaje de recreo hasta aquel que se va a buscar trabajo. Entre toda esa gente está el comerciante que va con catálogos de productos; está el maestro en camino a una escuela rural; la señora que va a visitar a un pariente lejano; el estudiante que regresa a casa para la boda de su hermano; la joven que viaja con una chaperona; la anciana de más de cien años; el roncador empedernido. Es la clase media quien puede regularmente costear un boleto, cuyo costo varía de doscientos hasta quinientos yuanes (de $40 a $80 dólares). La clase baja carga además con las ambiciones de hacer dinero y de una mejor vida.

Son tantos los pasajeros que cruzan que las centrales son focos rojos de delincuencia. En casi todo China, la provincia de Xinjiang tiene fama de ser tierra de niños a los que les gusta llevarse tu billetera. No es mala idea colocar lo valioso en los bolsillos de adelante del pantalón. Por esto y tantas razones más, viajar por Xinjiang —provincia de grandes desiertos e implacables cordilleras— es LA EXCURSIÓN para aquellos que buscan algo más que un paseo en Disneylandia.


Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en
Cambalú. Haz click acá si quieres saber más de este blog.


Lee otras entradas de este blog:

Desde el Far West Chino: Casa Uigur

Desde el Far West Chino: Una computadora para Parhat

Desde el Far West chino: ¿De dónde vienen los uigures?

Desde el Far West chino: Qué está permitido comer y qué no

Desde el Far West Chino: IELTS a madianoche

Desde el Far West chino: La clase de mandarín

Desde el Far West chino: El paraíso de un uigur

Desde el Far west Chino: Cena Saudí