En China es difícil distinguir qué es auténtico. Más en la provincia de Xinjiang, donde suele haber menos oferta y más ignorancia. Pero no menos ambición. Parhat quiere comprar algo que le ayude a salir adelante. Está dispuesto a apostar gran parte de su salario en un sistema donde todo pinta ser inescrupulosamente falso.
Parhat –22 años, hijo de campesinos del sur de Xinjiang– llegó del campo a Urumqi, a enseñarse cómo hacer dinero. Le concedieron unos cuantos años en Urumqi, que gasta trabajando –mesero– y estudiando –mandarín y un poco de ruso–. Me dice que desde hace unas semanas se inscribió en un curso de computación. Dice que es el futuro.
Su horario es, entonces:
10:00–13:00 Clase de mandarín
13:00–14:00 Comer
14:00–15:00 Clase de computación
15:00–02:00 Trabajar en el restaurante (con una hora de descanso, quince minutos para cenar, diez minutos para ir al baño)
– ¿Tú sabes de computadoras? Quiero comprarme una –me dice mientras subimos la calle Tuanjie.
– ¿Para qué la quieres?
– Office, Photoshop, Internet.
– ¿Tienes Internet?
– ¿Quieres ver dónde vivo? Me acabo de mudar.
– ¿Está muy lejos?
Vive sobre la Tuanjie, a unos cuatro minutos de mi casa (bueno, ocho porque es de subida). Un pasillo angosto, luego un edificio viejo (como todos realmente) de unos cuatro pisos. Bajamos la escalera, al sótano. Un pasillo oscuro y húmedo. Muchas puertas cerradas con candados de bicicleta. Se detiene en la cuarta, saca una llave y me pide que pase. Un foco fluorescente se mece de un cable en el techo. Tres por tres metros. Piso de cemento bajo grandes calcomanías de plástico que simulan un entarimado de madera. Dos camas, una sobre otra, sin colchones. Debajo de la litera, bolsas de lona. En las paredes, pósters gigantes que simulan ventanas con wallpapers de Windows XP.
Le halago su cuarto. El baño debe estar afuera, en el pasillo. De ahí la humedad.
– Doscientos yuanes ($32 dólares) al mes.
– ¿Y si te quieres bañar?
– Voy a las duchas públicas cada viernes, antes de ir a la mezquita.
– ¿Hay Internet?
– Sí hay.
Mi iPod muestra que no hay conexiones disponibles. Prefiero no decirlo. Dudo que alguien en el edificio tenga (es requisito que el gobierno te autorice una red inalámbrica). Le digo que le acompañaré al mercado de electrónica a ver laptops. Él me invita dumplings de cordero.
* * *
El mismo día, por la tarde, estoy en mi cuarto, frente a mi Acer AspireOne 722 (una mierdita comprada en Estados Unidos). Suena mi celular.
PARHAT: Armando, ni you kong ma? (‘¿tienes tiempo?’)
ARMANDO: ¿Para qué?
PARHAT: Estoy afuera de casa. ¡Rápido!
ARMANDO: Tengo treinta minutos.
Caminamos por un callejón que rodea mi compound residencial. Está lleno de restaurancillos, vendedores de verduras y de baratijas. Un vendedor de discos tiene música hindú a todo volumen. Discos piratas. Entramos a una tienducha que tiene unas veinte laptops en las repisas. Parhat me dice que las vea. La mayoría son marcas que nunca he visto, Made in China. Parhat me pasa una color hueso, bien desgastada por el uso, dizque Lenovo.
– El problema es que la laptop afuera dice algo, pero por dentro puede tener otras piezas. Es muy común en China –le trato de explicar–. Puede que sean robadas.
– Me gusta mucho la blanca. Cuesta mil cien yuanes ($176 dólares). ¿Lenovo es estadounidense?
– No te recomiendo comprar una compu aquí. Te va a durar un año o cuatro meses. Vamos al mercado de electrónica mejor –le digo–. Lenovo es chino.
Se queda callado. Música hindú.
Al día siguiente, al salir de clase de mandarín, Parhat me dice que va a comprar la compu blanca. Pregunta que si tengo tiempo, pero yo ya tengo otro compromiso. Saca una cadena dorada y me dice que si la quiero.
PARHAT: Doscientos yuanes por ella ($32 dólares).
ARMANDO: ¿De qué es? Un compañero de clase surge de la nada, toma la pulsera y la muerde.
TERCERO DESCONOCIDO: Sí, es oro.
PARHAT: Voy a la casa de empeño, a ver cuánto me dan.
TERCERO DESCONOCIDO: Yo te acompaño.
ARMANDO: ¿De dónde la sacaste? ¿Te la regaló tu mamá?
PARHAT: (ríe) Es robada.
Esa noche, en el restaurante, me topo a Parhat.
– ¿Ya la compraste?
– No… todavía no –dice algo decepcionado–. Tengo que juntar más plata.
– ¿Para la blanca? – No, otra, que me dijeron que es mucho mejor.
– ¿En la misma tienda?
– Sí.
Parhat mete la mano en un bolsillo y saca la pulsera.
– ¿No la empeñaste?
– Sólo me daban un yuan por ella ($0.15 dólares).
– ¿Por?
– Que es falsa.
– ¿Entonces qué harás? –digo.
– Seguir buscando.
*Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Desde el far west chino. Haz click acá si quieres saber más de este blog.
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