Con vergüenza de ser chino

In by Andrea Pira

En chino, los llaman: 崇洋媚外 (Chóngyáng mèiwài), y se refiere al tipo de personas que adoran lo extranjero en desmedro de lo nacional, o xenofilia. Kevin es uno de ellos: “si algún día salgo de China, diré que soy de Taiwan o Hong Kong”.
Dice que su padre es un campesino de bajo nivel y escasa educación. A su madre es mejor no mencionarla. Y a su ciudad natal prefiere esconderla. Es mejor decir que nació en la capital provincial, Chengdu, de la provincia occidental de Sichuan en China. Provincia a donde el sorprendente desarrollo del dragón asiático ha llegado a cuentagotas. En China, una ciudad es más próspera cuanto más al Este se encuentre, como es el caso de las ricas Shanghai, Hangzhou o Guangzhou. En el Oeste, en cambio, China tiene otra cara, sin tanto maquillaje ni pompa. Más arrugada y desgarbada, menos western. Y eso es algo que le molesta a Kevin, como prefiere que lo llamen. Sus padres, esos a los que no quiere ver, lo llamaron Zhong Ke hace 26 años, pero cuando creció decidió que se llamaría Kevin, un nombre más acorde a su personalidad. “Si algún día salgo de China, diré que soy de Taiwán o Hong Kong”.

En la universidad estudió Geología, aunque realmente no le interesaba la estructura interna de la tierra, sino más bien todo lo que estaba en el exterior de su país. Por eso es que estudió inglés con tanto empeño y hoy trabaja en una empresa estadounidense que organiza conferencias y consigue expositores de alto nivel como políticos, académicos y expertos de Estados Unidos y Australia. El trabajo de Kevin consiste en organizar la logística de estos mega-eventos y, sobre todo, atender a los expositores. Esos que viajan en primera clase, firman con una Montblanc y dejan sus huellas con unos Bottega Veneta. Esos que tienen todo lo que Kevin anhela.

Si bien, su sueldo que casi llega a los 1500 dólares no le permite tener el estilo de vida que quisiera, sus tarjetas de crédito sí incrementan la elasticidad de su bolsillo. Kevin toma taxi, no bus ni bicicleta. No come miantiao (面条), sino pasta. Toma Coca Cola. Come queso. Prefiere un Vodka o vino en lugar de una Tsingtao. Jamás se pondría ropa que no fuera de marca. Y no cualquier marca. Tiene que ser Nike o Adidas si se trata de ropa deportiva; Lacoste si es algo más casual. No practica taiji (太极拳), sino boxeo.

Es miembro del grupo Dragon Adventures que practica escalada y esquí. Grupo en el que los miembros chinos hablan inglés incluso entre ellos, piden vino francés a la hora de la cena y se van de vacaciones a costosos resorts en China, aunque estén sobregirados y, a veces, tengan que prestar dinero a sus roommates para poder sobrevivir hasta fin de mes.

Pero, además, hay algo en lo que Kevin gasta bastante dinero. Es aficionado a los juguetes sexuales. Tiene consoladores, vaginas falsas y lubricantes de varios sabores. Lleva un buen tiempo sin novio (sí, es gay) y le resulta complicado encontrar candidatos porque no sale con cualquiera. “Me gustan franceses, españoles, portugueses, italianos, no muy blancos, de cabello oscuro, barba. Y si es chino, tiene que ser ABC”. ABC es la abreviatura para referirse a los American Born Chinese, es decir una persona nacida en Estados Unidos, pero cuyos padres o familiares son chinos.

En su tiempo libre, Kevin ve series como Brokeback Girls, Mad Men, Friends y todo aquello que lo teletransporte a New York, San Francisco o cualquier ciudad estadounidense. Dice que habla mejor inglés que chino y odia las fiestas tradicionales del país donde lamenta haber nacido porque son ocasiones propicias para volver a su pueblo natal. Kevin ya no sabe qué nueva mentira inventar para tranquilizar a sus padres sobre por qué aún no le han conocido una novia. A ellos les preocupa que su hijo único no tenga descendencia pronto. Kevin ya está pensando en cómo resolverá ese asunto. “Lo ideal es que me vaya de China y no regrese más”. Pero en el peor de los casos, Kevin se casará con una amiga lesbiana o straight que esté dispuesta a fingir un matrimonio ante la tradicional familia del sichuanés. Al igual que muchos gays en China, él da por descartado “salir del clóset” ante su familia, “con la lesbiana podríamos llegar a un acuerdo y tener un hijo, contentar a su familia y a la mía, y luego separarnos”.

Kevin no es un personaje aislado ni una excepción en un país donde no a todos les surtió efecto el suero del nacionalismo que el Gobierno, a través de la propaganda, les ha inyectado desde niños. Él representa a un grupo de jóvenes chinos, muy influenciado por la cultura occidental, que rechaza a su propio país y cuyo sueño es irse de China. En chino, hay una frase para referirse a ellos: 崇洋媚外 (Chóngyáng mèiwài), es el tipo de personas que adora lo extranjero en desmedro de lo nacional, o xenofilia. Cuando China abrió sus puertas al mundo en 1979, los más conservadores se oponían férreamente porque sabían que no solo entrarían empresas a invertir, sino que los productos de las industrias culturales occidentales también entrarían e influenciarían en la mente. Los resultados ya se están viendo en la nueva generación.

[Crédito fotos: Archivo Rafael Valdez]

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