Para sorpresa de muchos, fue nada menos que Mao Zedong quien puso al pueblo chino en el centro de su gobierno. Ya en 1919 señalaba, en un ensayo citado por Henry Kissinger en su libro On China, que “algún día, la reforma del pueblo chino sería más profunda que la de cualquier otra civilización, y que su sociedad sería a su vez más radiante que la de cualquier otro pueblo. La gran unión de los chinos será alcanzada antes que la de cualquier otro lugar o gente”. Sin embargo, ni el mismo Mao pensó que dicha cohesión sería canalizada hacia un objetivo que se oponía completamente a su ideología marxista-leninista: el libre mercado.
De esta forma, a través del proceso de reforma y apertura iniciado por Deng Xiaoping a partir de 1978 (luego de la muerte de Mao acaecida dos años antes), la originalidad, fuerza y superioridad numérica del pueblo chino fueron puestas al servicio de su economía. Fue en este entonces cuando el Partido Comunista tomó la decisión de abrir la economía china al mundo, ofreciendo a las diferentes empresas un lugar para producir a un costo antes impensado.
El proceso de movilización de cientos de empresas multinacionales convirtió a China en la fábrica de la producción mundial. Ya no convenía instalarse en Estados Unidos o Europa, sino que era económicamente más eficiente para la cadena de producción hacerlo en China, donde existía una mano de obra disponible de más de 1.300 millones de habitantes, caracterizada por su poca calificación, y por lo tanto, un bajísimo costo de la misma.
Sin embargo, la transferencia de know how de occidente hacia China durante tres décadas y de forma ininterrumpida, hizo que el panorama del “taller del mundo” cambiara de forma radical y acelerada.
Actualmente, se ha visto que los costos de producción en la zona este de China (donde se inició el procedimiento de reforma y apertura) han aumentado considerablemente. Los salarios han tenido un crecimiento considerable en muchas provincias. Según estimaciones del Boston Consulting Group (BCG), los salarios del cinturón económico del río Yangtze han aumentado de 72 céntimos de dólar la hora el año 2000 a US$2.72 el año 2010, y se espera que alcancen los $6.31 el 2015. Han comenzado a surgir los primeros indicios de agrupaciones sindicales con una desarrollada consciencia de protección hacia el trabajador, como las movilizaciones experimentadas por las empresas Foxconn, Toyota y Honda.
Asimismo, y lo cual constituye la esencia del asunto, la constante capacitación y educación de los chinos ha hecho que su sociedad se esté transformando a pasos agigantados, dando origen a una clase media de alrededor de 150 millones de personas, que se espera alcance los 500 millones el año 2020, según el informe “La República Popular China y América Latina y el Caribe: Hacia una Nueva Fase en el Vínculo Económico y Comercial” de la CEPAL.
Efectos de una transformación de fondo
Este fenómeno ha tenido tres consecuencias fundamentales. Primero, las empresas internacionales se han visto forzadas a migrar en búsqueda de nuevos lugares de producción, ya sea al interior de China (zonas rurales) u otros países de la región (como India y Vietnam). Es decir, China, en muchas provincias ya no es sinónimo de producción a bajo costo.
Segundo, se ha producido el surgimiento de una serie de empresas chinas internacionalmente competitivas en diversas industrias como la energética, telecomunicaciones, infraestructura, extracción de recursos naturales, automotriz, informática, bancaria y transporte. Es así como se han dado a conocer State Grid, Huawei, ZTE, Sinopec, Geely, Lenovo, ICBC, China CNR Corp, JAC Motors o Sinochem, entre muchas otras. Y, finalmente, nació una clase media con una altísima capacidad de consumo, que se espera siga aumentado exponencialmente.
Si bien este panorama no es algo nuevo, la verdadera transformación es algo que probablemente se comenzará a vislumbrar en los próximos años, a causa de la crisis económica mundial que ha afectado al mundo desde el año 2011.
La contracción económica de Estados Unidos y Europa ha obligado al gobierno chino a acelerar la puesta en práctica de muchas medidas tendientes a reemplazar su dependencia hacia las exportaciones, que han tenido cifras poco alentadoras los últimos meses (tuvieron un crecimiento cercano al 5% el mes de abril). A tal punto que han anunciado la urgente necesidad de modificar el sistema económico, pasando de un centro de producción a uno de consumo con el objetivo de enfrentar el mal momento en el que muchas economías del mundo se encuentran actualmente.
China ha sido muy hábil en comprender la debilidad de un sistema basado en las exportaciones de productos de bajo valor agregado, pues implica depender de la estabilidad de las economías de destino de los mismos. Asimismo, es consciente de que si quiere mantener su alto índice de desarrollo, y sobre todo, mejorar la calidad de éste, es necesario que se consolide como un actor líder en consumo e inversión global.
Es decir, el desafío está en ir reemplazando el carácter primario de su producción -que tiene como destinatario una economía global en crisis- por un modelo que tenga un sello chino propio, que salga en búsqueda de la reactivación de diversas economías mundiales a través de proyectos de inversión y de la adquisición de diferentes productos tendientes a alimentar, vestir, educar y entretener a la población china.
Ya se están vislumbrando los primeros indicios de este fenómeno. En los últimos años, hemos visto que una serie de empresas chinas se encuentran explorando diferentes industrias con el objeto de poder iniciar inversiones a lo largo de todo el mundo y evaluando diversos proyectos en los cuales podrían eventualmente participar. Las cifras son claras sobre cómo China se ha ido convirtiendo en un actor líder en el consumo de diversos productos, ya no sólo de recursos naturales, sino que también de una canasta que incluye extremos desde alimentos básicos y hasta artículos de lujo.
Es decir, el fenómeno que el mundo está comenzando a vivir no es sino un adiós a lo que durante estas tres décadas ha sido el por todos conocidos “made in China”.
Ignacio Tornero Ochagavía es egresado de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile y ex alumno de la Universidad de Nanjing en China.
[Foto cortesía de Aldas Kirvaitis]
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