China, al otro lado del tiempo

In by Simone

Una queja bastante normal en Occidente es que en China todo es al revés. No solo están al otro lado del mundo, al otro lado de la historia, sino también al otro lado del pensamiento. Todo lo ajeno, extraño, exótico, incomprensible, pareciera sinónimo de “chino”. Comprender el pensamiento chino, a los chinos cotidianos de nuestros días, involucra, necesariamente, retornar y conocer las raíces, a fin de dar una explicación certera, nutrida y plausible al asunto. De lo contrario, estaríamos reduciendo una cultura de cinco mil años a un par de concepciones atemporales, sin el peso de su propio pasado.
Una queja bastante normal en Occidente es que en China todo es al revés. No solo están al otro lado del mundo, al otro lado de la historia, sino también al otro lado del pensamiento. Todo lo ajeno, extraño, exótico, incomprensible, pareciera sinónimo de “chino”. Sentimos que sus costumbres, su idioma, sus concepciones filosóficas nos son tan opuestas, que llegamos al límite de la idealización de esa oposición, categorizándola como lo místico, lo único y lo misterioso.

No obstante, si hacemos una revisión de la cosmología china, curiosamente encontramos muchas coincidencias en aspectos tanto generales como particulares con el pensamiento de los pueblos originarios de América, asunto que podríamos tratar en otra oportunidad. Algunos investigadores han llegado a sostener el contacto previo a la llegada de Colón entre chinos e indígenas americanos que permitió un claro intercambio económico, político y cultural. Aún así, la tendencia predominante ha sido la de reafirmar nuestro origen común, el tronco mongol, de los mismos hombres que cruzaron el estrecho de Bering y le dieron vida a ambos continentes. Todavía no hay respuestas cerradas a este problema, pero en el último tiempo se está avanzando a pasos agigantados.

Uno de los aspectos más interesantes a considerar es la de la cosmología. La explicación que cada pueblo da al orden del universo, el espacio y el tiempo ha sido una necesidad constante entre los antiguos. Es la forma de justificar el origen y el lugar que se ocupa en el cosmos. De allí surgen los dioses y demonios, los hombres, la autoridad política etc., y en esta configuración el lenguaje ha de ser el espejo que refleje y permita explicar dicho orden.

El caso chino no es ninguna excepción, no obstante, dada su trascendencia y continuidad cultural, es posible evidenciar estos elementos tan antiguos hasta el día de hoy. En otras palabras, comprender el pensamiento chino, a los chinos cotidianos de nuestros días, involucra, necesariamente, retornar y conocer las raíces, a fin de dar una explicación certera, nutrida y plausible al asunto. De lo contrario, estaríamos reduciendo una cultura de cinco mil años a un par de concepciones atemporales, sin el peso de su propio pasado.

Precisamente a esto apuntamos hoy. La configuración del cosmos en China se dio en torno a la idea dialéctica del Ying y el Yang. Así se le da un ritmo a la realidad, se justifica la existencia de las cosas a través de su opuesto: hay cielo porque hay tierra, hay fuego porque hay agua, hay orden porque hay caos, etc. A través de la lógica de “la atracción de los opuestos” se configuraba el orden cósmico: las relaciones del Tiempo, el Espacio y los Números (entendido como un conjunto de juegos concertados). Estas relaciones se reunían y simplificaban en la noción del dao. Es la categoría suprema, el principio único de un orden universal. El orden inmanente y omnipresente, en cuyo corazón danzan las fuerzas del Ying y el Yang.

Hasta aquí, es una historia más o menos conocida. Lo nuevo surge al interpretar la concepción de Tiempo y Espacio que actúa bajo este marco. No se conciben como asuntos separados -como lo haríamos hoy en nuestro mundo-, sino que van siempre asociados, y en torno a ellos, se vinculan una serie de elementos (colores, animales, cualidades, etc.) que configuran el cosmos. Por ejemplo, las relaciones entre direcciones, colores y animales: Sur-Pájaro-Rojo; Oeste-Tigre-Blanco; Norte-Tortuga/Serpiente-Negro; Este-Dragón-Verde. En términos lingüísticos, las palabras shi时 y fang方 representan las proporciones de duración y extensión, respectivamente. Estos conceptos de la antigüedad -y usados hasta hoy, pero con variaciones- no representaban el Espacio en sí, ni el Tiempo en sí, sino que se centran en la acción, como bien lo describió el sinólogo francés Marcel Granet. En consecuencia, no hay afán por centrarse en la dimensión estática del Tiempo y el Espacio, sino en la dinámica que concentran, el movimiento, tal como danza el Ying y el Yang en el corazón del Tao.

Ahora bien, no podemos pasar por alto la espacialidad del Tiempo, o en otras palabras, qué lugar ocupa el hombre en el tiempo. En términos temporales, anteayer es qianmian前面, y pasado mañana es houmian后面. Tomados estos conceptos, y definidos en términos espaciales, qian前 es “enfrente”, “adelante”, y hou后 es “atrás”. En consecuencia, anteayer -el pasado- es lo que espacialmente está frente a la persona, y pasado mañana -el futuro- es lo que está detrás de la persona. Totalmente contrario a la visión occidental contemporánea, del hombre que está mirando al futuro, y carga con su pasado a las espaldas.

A partir de esta lectura, podemos inferir la temprana valoración por la historia en China, ya que al entender que el hombre se encuentra “observando” el pasado, resulta plausible sostener que el aprendizaje de ese pasado -la historia- permite un mejor conocimiento de la realidad. Así podemos comprender la lógica de pensadores como Confucio o Sima Qian, que en el retorno al pasado encontraban las herramientas claves del desarrollo político. El pasado era lo seguro, porque se vivía en el presente. En otras palabras, el presente no es la realización del futuro, sino la proyección del pasado.

Pablo Ampuero Ruíz es licenciado en historia con mención en ciencia política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).

[Foto de las cuevas de Dazu, cortesía de Erwyn van der Meer]