No es ningún secreto que China se ha convertido en uno de los mayores laboratorios de arte contemporáneo. Sin embargo, en la treceava edición de la Documenta de Kassel -considerada el evento más importante de arte contemporáneo en el mundo- prácticamente brillan por su ausencia. Sólo Yan Lei y Song Dong representan al país que rápidamente se convirtió, en tiempos de crisis financiera, en uno de los mayores mercados para el arte en el mundo. ¿A qué se debe la ausencia china en la monumental muestra de tres meses, que se realiza cada cinco años, en la ciudad alemana de Kassel?
180 artistas, un millón de espectadores, una cita que se da solamente cada cinco años… Desde su nacimiento en 1955 como un espacio para rescatar a los artistas que el régimen nazi había declarado “degenerados”, la Documenta de Kassel se ha consolidado como uno de los momentos más esperados del calendario artístico y un escenario en donde se plasma una particular visión téorica, estética y a veces incluso política del arte que articula el hilo narrativo de la muestra.
Pese a no contar con un masivo reconocimiento popular, la última edición de la Documenta de Kassel consiguió atraer a 750 mil personas, una cifra que prácticamente cuatriplica la población -200 mil- de la pequeña ciudad situada cerca de la vieja frontera entre las dos Alemanias. Y esta edición su directora artística, la estadounidense Carolyn Christov-Bakargiev, aspira llegar al millón. Lo intentará de la mano de un grupo de artistas entre quienes figuran nombres de gran prestigio internacional como el sudafricano William Kentridge, la palestina Emily Jacir, los italianos Alighiero Boetti y Giuseppe Penone, la británica Tacita Dean, la etíope Julie Mehretu, la alemana Rosemarie Trockel y el mexicano-belga Francis Alÿs, y también de un gran contingente de creadores menos conocidos.
De odios y amores
Documenta nunca ha sido ajena a las controversias, ni tampoco a las airadas reflexiones y discusiones sobre qué es arte y qué no puede serlo. Uno de sus invitados más reconocidos hace cinco años, el cocinero catalán Ferran Adrià, nunca se había definido a sí mismo como artista plástico. Y aunque no se trataba del primer “artista no artista” -un perfil de participante que este año ya fue hecho oficial- era la primera vez que disciplinas como la culinaria eran acogidas el seno del “templo” de la reflexión plástica.
También es un escenario donde las declaraciones artísticas resultan políticas. Hace exactamente diez años, la célebre Documenta XI curada por el nigeriano Okwui Enwezor trajo a las periferias del mundo artístico (léase geopolítico) al centro de la mesa, incluyendo una proporción nunca antes vista de artistas provenientes del mundo emergente -o que vivían a caballo entre éste último y el “primero”- reflexionando sobre temas como la migración, el centro y la experiencia poscolonial. También fue el primero que concedió igual importancia -y estátus, se podría decir- al documental y el multimedia.
Este año la muestra concede un lugar predominante a las mujeres artistas, que suman una tercera parte del total. Entre ellas, muchas jóvenes poco conocidas pero también muchas obras rescatadas del relativo olvido, como los tapices sobre la invasión italiana de Etiopía en los años treinta -de la noruega Hannah Rygge- o las acuarelas autobiográficas de la alemana Charlotte Salomon durante la Segunda Guerra Mundial (a la que no sobreviviría). Al lado de ellas figura la activista feminista Nawal El Saadawi, que jugó un papel determinante en la revuelta popular que tumbó a Hosni Mubarak en Egipto. Y con todas ellas, el proyecto científico de un físico cuántico, una danza de personas discapacitadas preparada por un coreógrafo francés y una velada de cuscús con un grupo de mujeres activistas del Sahara Occidental.
¿Vale todo entonces? “Mi punto es que no es una exhibición de arte”, señalaba la curadora Carolyn Christov-Bakargiev, quien insiste en usar la palabra “participantes” en vez de la de “artistas”. “Lo mejor que puede hacer el arte no es transmitir una certeza, sino ofrecer incertidumbres y preguntas – una duda vertiginosa sobre lo que el arte puede ser. Creo que el arte es una forma de investigación, que tiene una relación importante con la sociedad”, le decía hace poco la ex curadora de la galería PS 1 del MoMA de Nueva York al Financial Times. Es decir, prima la creatividad y la relación que tiene con el mundo circundante.
La gran emigración china
Hubo una época en que los artistas chinos eran uno de los platos fuertes de Kassel. La última edición sumaron siete, de lejos una de las delegaciones más numerosas. Al frente del grupo estaba Ai Weiwei, cuya fama internacional se disparó con su “Cuento de hadas”, que costó más de tres millones de euros e incluyó el traslado de más de cien personas a la ciudad alemana. Ese mismo año expusieron -además de Ai Weiwei- Hu Xiaoyuan, Lin Yilin, Lu Hao, Xie Nanxing, Zheng Guogu y el recientemente convocado Yan Lei. En la edición inmediatamente anterior, de 2002, exhibieron Feng Mengbo y Yang Fudong, que desde entonces se han consolidado como dos de los artistas chinos más prestigiosos.
Este año se presentan en Kassel las obras “Limited Art Project” de Yan Lei y “Doing Nothing Garden” de Song Dong. La instalación de Yan -que no ha recibido muy buenas críticas- es una habitación cuyos muros albergan 377 pinturas -fotografías impresas en acrílico- que con el paso de los tres meses de exhibición irán cambiando de color. Cada día tres o cuatro de las pinturas son llevadas a una cercana fábrica de Volkswagen, donde son puestas en la línea de producción y emergen pintadas de un color monocromo. La instalación al aire de libre de Song es un jardín elevado hecho a partir de montículos corrugado de compost.
En cambio, la presencia latinoamericana este año es más numerosa que en otras ocasiones. México, con seis artistas seleccionados, figura como -según la aparente conclusión del equipo curatorial- el laboratorio artístico más vital del continente. La delegación mexicana la lideran Francis Alÿs, Mariana Castillo-Deball, Abraham Cruzvillegas, Mario García Torres, Pedro Reyes y Adriana Lara. Además, figuran en la Documenta XIII las obras de cuatro brasileras -Maria Martins, Renata Lucas y Maria Thereza Alves y la reconocida Anna Maria Maiolino-, así como el venezolano Javier Téllez y los argentinos Adrián Villar Rojas, Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg. El dúo de Faivovich y Goldberg generó bastante controversia con su propuesta, al final frustrada, de llevar un meteorito de cuatro mil años de antigüedad a Kassel.
Tampoco faltarán exponentes de otras disciplinas, como dos escritores chilenos: el joven novelista Alejandro Zambra y el dramaturgo, realizador, “poeta maldito” y “enfant terrible” Alejandro Jodorowsky. Además, una latinoamericana -la mexicana Sofía Hernández Chong Cuy- integró el equipo a cargo de la curaduría del evento.
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