Un viaje por los vestigios de la Ruta de la Seda

In by Andrea Pira

Uno de los principales destinos en el viaje de Catalina Arciniegas, estudiante de mandarín en la Universidad de Tsinghua de Beijing, fue la provincia china de Gansu. La joven colombiana compartió con China Files una crónica de su paso por una región que hace siglos fue uno de los principales corredores de la Ruta de la Seda. 
Son las 9 de la mañana y camino por una plaza de mercado. Los vendedores promocionan sus productos con cantos, y me ofrecen pedazos de fruta. El suelo está pegajoso debido al jugo que se ha derramado, y es difícil caminar por la cantidad de personas. Los compradores regatean frutas, frutos secos, nueces y hierbas. Compro medio kilo de uvas y sigo mi camino. Aunque el escenario parece ser una plaza de mercado en Colombia, realmente me encuentro en Tianshui (天水), una pequeña ciudad en la provincia de Gansu (甘肃), al noreste de China, que durante siglos fue parte fundamental de la Ruta de la Seda.

Durante las dinastías Sui (随, 581-618) y Tang (唐, 618-807), Gansu cobijó el famoso Corredor de Hexi (和西走廊), una cadena de oasis donde los viajeros de la Ruta de la Seda podían refrescarse y alimentar a sus camellos, logrando que la región se convirtiera en un punto estratégico para el comercio entre Asia Central y China. A pesar de que Gansu ya no es un influyente centro comercial, aún quedan vestigios de las tradiciones mercantiles que alguna vez tuvieron lugar allí. En varias de sus ciudades se pueden encontrar con facilidad mercados de frutos secos, nueces y piedras. Además, la provincia mantiene rastros del intercambio cultural que se produjo durante la Ruta de la Seda; tanto el arte budista como la diversidad étnica de la provincia dan cuenta de ello.

Después de comprar las uvas, me dirijo hacia las grutas budistas Maiji Shan (麦积山石窟), un complejo de 194 cuevas y 7.200 esculturas budistas, construidas en el siglo IV. Las grutas están sobre una montaña rocosa de aproximadamente 150 metros, y es necesario subir por unas escaleras empinadas para poder ver las esculturas. Estas grutas solían ser un centro religioso para los viajeros de la Ruta de la Seda. Sin embargo, hoy, a pesar de que algunas personas se arrodillan para rezarle a las estatuas de Buda, las grutas no son más que un atractivo turístico encerrado detrás de unas rejas con candado, y desprovisto de significado religioso.


Grutas Maiji Shan                                                 Buda y dos Bothisattvas en Maiji Shan

En busca de un santuario budista menos turístico, me encamino hacia la ciudad de Zhangye (张掖) para ver las grutas MatiSi (马蹄寺). Estas cuevas son reconocidas por dos razones: la primera, haber sido descritas en el libro de viajes por el oriente de Marco Polo y, la segunda, por su distribución en forma de stupa (monumento funerario donde se guardan los restos o cenizas de santos budistas). A pesar de que en estas grutas las esculturas no están tras las rejas, y se pueden ver personas rezando y monjes encendiendo velas e incienso, el ambiente del lugar sigue siendo turístico. De hecho, veo una mayor cantidad de personas asombradas por los caminos precipitados y los túneles estrechos, que por el valor religioso del lugar.


Devoto en MatiSi                                                   Grutas MatiSi

Mi tercera parada es la ciudad de Dunhuang (敦煌), famosa tanto por sus dunas y oasis, como por las grutas Mogao (莫高窟), consideradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO. A pesar de que Mogao no mantiene ninguna clase de actividad religiosa en la actualidad, en el pasado constituía el centro oratorio más importante. Hay tantas personas visitando el lugar que nuestra guía nos entrega unos audífonos para poder escuchar lo que dice a través de un micrófono. Me atrevería a decir que hay más ruido en estas cuevas que en cualquiera de las plazas de mercado que he visitado en Gansu. Adicionalmente, el hecho de que las cuevas se mantengan con candado detrás puertas de metal, les da cierto aspecto de cárcel. Como si fuera poco, de las 492 cuevas que conforman Mogao, solo se pueden visitar 6, y dentro de poco solo se van a poder visitar de manera virtual.


Oasis en medio del Gobi, Dunhuang                    Grutas Mogao

A pesar de que las grutas budistas que visité en Gansu no mantienen la importancia religiosa de antes, vale la pena destacar su valor histórico y artístico. Estas grutas tienen alrededor de 1.000 años de arte budista, razón por la cual son una gran fuente de aprendizaje de historia, evolución de estilos artísticos y prácticas religiosas. Otro aspecto digno de destacar es la mezcla del arte budista de la India con elementos locales. Por ejemplo, el ropaje de algunas de las deidades corresponde al de las élites gobernantes del pasado. Adicionalmente, las esculturas y murales son muy detallados, algo sorprendente dado que el trabajo artístico fue elaborado en excavaciones de roca, a alturas hasta de 100 metros, y a profundidades en las que los artistas debían utilizar velas o lámparas de aceite para poder ver.

Cerca de Dunhuang también está la puerta de Jade (玉门关), uno de los puntos de encuentro más importantes para los comerciantes, comandantes militares y embajadores durante la Ruta de la Seda. Hoy en día, este lugar parece una roca desolada en medio del desierto del Gobi, pero anteriormente acogía a miles de caravanas que llenaban de vida al lugar. Adicionalmente, cerca de la puerta de Jade se pueden encontrar restos de la primera sección de la muralla china. Esta sección fue construida durante la Dinastía Han (206 BC – 220 AD) con el fin de impedir la invasión de los Xiongnu (匈奴), un pueblo que habitaba lo que hoy en día es Mongolia. A diferencia de la sección de la muralla que fue construida durante la Dinastía Ming (1368–1644), esta sección no está formada por ladrillos sino por una mezcla de arena y maleza. El único peligro latente para esta muralla es el tiempo, que poco a poco la ha ido descomponiendo.


Puerta de Jade                                                       Muralla china durante la Dinastía Han

Después de 3 días en el desierto de Dunhuang me dirijo hacia el valle de Xiahe (བསང་ཆུ / 夏河), lugar de un reconocido monasterio tibetano. En el camino me detengo en Lanzhou (兰州), capital de Gansu, donde me encuentro con uno de los remanentes del intercambio cultural que se dio en la provincia: la comunidad islámica. Lanzhou, como muchas ciudades en China, se caracteriza por sus trancones y polución. Sin embargo, esta ciudad tiene una particularidad: al ser atravesada por el Río Amarillo, fue una parada estratégica en la Ruta de la Seda y, como consecuencia, hoy en día 8% de la población urbana es musulmana. Así, al salir de la estación de tren veo a hombres caminando con taqiyah blancos (sombreros cortos de rezo) y a mujeres con taqiyah rosados. Esto último es una particularidad de las mujeres musulmanas en Gansu, que prefieren los sombreros a los velos. Además de los taqiyah que resaltan en los andenes, se ven puestos de venta ambulantes y restaurantes musulmanes en donde se venden panes sin levadura y noodles picantes (拉面), la comida típica de la ciudad.

Termino mi recorrido por Lanzhou y al tomar el bus en dirección a Xiahe, esperando quedarme dormida, quedo asombrada tanto por la cantidad de cúpulas doradas y azul marino de las mezquitas, como por las lunas doradas sobre los minaretes, que se destacan sobre las praderas. También observo varias mezquitas en construcción, evidencia de una fuerte actividad musulmana en la provincia. Después de dos horas, bordeamos una ciudad sobre la cual se alzan mezquitas en casi todas sus calles. Al preguntarle a la persona sentada junto a mí por el nombre del lugar, me dice que es Linxia (临夏), una ciudad conocida como la pequeña Mecca de China. Así, lo que parecía una parada forzosa en una ciudad y unas horas tediosas en bus, terminó por convertirse en el descubrimiento de una cara de China completamente nueva.


Mujer musulmana vendiendo panes en Xiahe

Después de pasar por Linxia, las mezquitas desaparecen y se empiezan a ver banderas tibetanas en las cimas de las montañas, y carpas de nómadas en las praderas. El camino anuncia que estoy cerca de Xiahe. Al llegar a esta pequeña ciudad, me sorprendo al ver de nuevo panaderías musulmanas y personas usando taqiyah. Sin embargo, al caminar 10 minutos por la única calle de Xiahe, empiezo a ver a los monjes tibetanos con sus largas túnicas rojas y sombreros amarillos. También reconozco los dibujos del caracol sagrado del Tíbet en las puertas de almacenes y restaurantes. Aunque no parece haber tensiones entre las dos comunidades, sí parece haber una línea imaginaria que divide sus territorios. Sigo caminando y empiezo a oír el girar de las ruedas de oración que rodean al templo Labrang (བླ་བྲང་བཀྲ་དགོན་པ / 拉卜楞寺), uno de los más importantes fuera del Tíbet.


Carpas de nómadas tibetanos en Gangjia            Caracol del Tíbet sobre puerta de un mercado

El templo de Labrang fue fundado en 1709 y hoy en día alberga alrededor de 1.500 monjes de la secta Gelupa, o secta de los sombreros amarillos. Los monjes asisten a este monasterio para estudiar en uno de seis institutos: Medicina (སྨན་པ་གྲཝ་ཚང), Filosofía (སྨད་བྱུང་ཐོས་བསམ་གླིང),Tantra Inferior (སྨད་རྒྱུད་གྲཝ་ཚང), Tantra Superior (རྒྱུད་བསྟོད་གྲཝ་ཚང), Kalachakra (དུས་འཁོར་གྲཝ་ཚང) y Vajra (བླ་བྲང་ཀྱཻ་རྡོར་གྲྭ་ཚང།). Mientras en las escuelas tántricas el aprendizaje gira en torno al deseo sexual como medio para desarrollar el espíritu, en las escuelas Kalachakra y Vajra se estudia astronomía y matemáticas. Cada escuela tiene distintos niveles. Por ejemplo, la escuela de Filosofía tiene 13 niveles, que se deben completar en un periodo de 15 años. Para cumplir con los objetivos de cada nivel los monjes deben someterse a examinaciones, como la recitación de sutras.


Monjes caminando en el templo de Labrang

Además de los institutos, el monasterio cuenta con 18 templos y un salón central en el que se debaten los discursos de Buda y sus discípulos. Muchos de los salones tienen un fuerte olor a mantequilla de Yak, emanado por las velas y esculturas que los monjes fabrican con ella. El olor es tan fuerte y el lugar tan lleno de colores que siento como si estuviera adentro de una torta. En uno de estos salones me llaman la atención dos fotografías que se encuentran a ambos lados de la estatua de Buda. La fotografía de la izquierda es de un monje adulto y la de la derecha de un monje joven. Cuando le pregunto al guía por éstas fotografías me explica que el monje joven es considerado la reencarnación del monje adulto. Aunque estaba familiarizada con el concepto de la reencarnación en el budismo, muchas veces representado en murales, nunca lo había visto en fotografías.

Además de los centros de oración, el monasterio está rodeado por un camino de 3 kilómetros destinado para practicar el kora (སྐོར་ར), que se refiere al movimiento circular, en dirección de las manecillas del reloj, alrededor de un lugar sagrado. Este camino está marcado por 1.174 ruedas de oración, que las personas giran mientras van caminando, y por algunas stupas, que también deben ser rodeadas. Las personas usan un guante en su mano derecha para girar las ruedas y en su mano izquierda cargan un japa mala (ཕྲེང་བ), un “rosario” de 108 cuentas, mientras recitan mantras en voz alta. Algunos recorren el kora realizando prosternaciones (dejan caer su cuerpo en el piso y lo estiran llevando sus brazos hacia adelante), amarrando bloques de madera en sus manos para no rasparse con el piso. La mayoría de personas recorren el kora una vez al día, ya sea en la mañana o en la tarde.


Peregrinas girando la rueda de oración               Mujer realizando prosternaciones

Cerca de Xiahe, en las praderas de Sangke (桑科) y Ganjia (甘加), se encuentran los nómadas tibetanos, que se han encargado de decorar los picos de las montañas con torres de banderas de rezo. Mientras como tsampa (རྩམ་པ), una de las principales comidas tibetanas, y me acerco a una de las torres, observo que el piso está lleno de pequeños pedazos de papel cuadriculado que impiden ver el pasto que está debajo. Estos papeles son lanzados al aire por los tibetanos para conmemorar a Buda Gautama, celebración en la que también queman ramas de ciprés y dejan ofrendas como cebada, té y agua. Además de las torres, se observan las carpas de los nómadas rodeadas por sus ganados de cabras y yaks. Cada ganado está marcado por distintos colores; algunos tienen azul, rojo o amarillo en sus cuernos y otros llevan los colores sobre el cuerpo. A pesar de que estos nómadas no suelen usar caballos para arrear el ganado (prefieren las motos), la caballería aún es la atracción principal en el festival anual de carreras. Así, los nómadas tibetanos llenan de vida las praderas de Sangke y Gangjia.


Monjes y nómada quemando ciprés en la cima de una montaña

Después de visitar las praderas y volver a Xiahe, me dispongo a dar la vuelta al kora. Entonces me doy cuenta de que las ruedas de oración no son ligeras. Después de empujar la décima me comienza a doler el brazo. Es más fácil girar las ruedas cuando alguien ya las ha puesto en marcha. Sin embargo, cuando demasiadas personas las han girado, y están moviéndose a gran velocidad, existe la posibilidad de aplastarse los dedos. Un monje gira su cuerpo para mirarme y me doy cuenta de que va escuchando su iPod. Sonríe y me hace señas de aprobación. Cuarenta y cinco minutos después, bajo el sonido de los mantras y el metal oxidado de las ruedas de oración, termino mi recorrido del kora y, a la vez, mi viaje por Gansu.

[Fotos: Catalina Arciniegas]

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