Sinología: La superación del “síndrome de China” en Japón

In by Andrea Pira

A partir de un análisis de la reciente evolución económica de China, Chi Hung Kwan, investigador senior del Instituto de Economía, Comercio e Industria de Japón, se plantea la pregunta de si el rápido crecimiento de la economía china representa una amenaza para Japón. Kwan concluye que las economías de los dos países no compiten, sino que se complementan y que, para Japón, es mejor estar rodeado por países prósperos y pacíficos que por países pobres e inestables
1. Introducción

Cada vez hay más personas en Japón que consideran el auge de China como una amenaza al contemplar el fuerte contraste entre el crecimiento de los dos países en los últimos años, si bien habría que señalar que las relaciones económicas entre Japón y China pueden caracterizarse como complementarias más que competitivas, debido a las diferencias entre sus respectivos niveles de desarrollo. Ambas partes pueden beneficiarse promoviendo una división del trabajo acorde con sus ventajas comparativas, especializándose China en productos intensivos en trabajo y Japón en los de alta tecnología. Para ello, Japón debe facilitar la relocalización de sus industrias en declive trasladándolas a China, al mismo tiempo que continúa firmemente con su reforma estructural.

2. Evaluación objetiva de la economía china

No hace mucho tiempo que la mayor parte de los japoneses estaba preocupada por el futuro de su gigantesco vecino. Dejando aparte los riesgos políticos, les preocupaba que si China se veía obligada a devaluar su moneda en medio de las turbulencias financieras de los países vecinos; si suspendía los pagos de su deuda externa, y si se colapsaba su sector bancario bajo el peso de su cúmulo de deudas incobrables, ¿quién daría de comer a China, entonces?

Este pesimismo se ha convertido repentinamente en un optimismo sin reservas a partir del verano de 2001 y ahora los medios de comunicación japoneses especulan con que China esté dando un gran salto adelante hacia la nueva economía, sin necesidad de pasar por el engorroso proceso de industrialización, y que pronto sobrepasará a Japón como «la fábrica del mundo» si no es en su posición de primer poder económico de Asia. Algunos incluso sugieren que China debería dejar revaluarse su moneda para ayudar a que Japón salga de su recesión.

En ausencia de cualquier mejora significativa de las variables económicas fundamentales chinas, el brusco cambio en la percepción japonesa de ese país es simplemente un reflejo de la falta de confianza que reina entre los japoneses, al ver que su país se hunde cada día más en la recesión.

De esta forma, hasta hace año y medio, la mayor parte de los japoneses tendía a subestimar el poder económico chino, mientras que ahora el péndulo se ha ido al otro extremo. Cualquier valoración objetiva de la fortaleza económica china debería tener en consideración los siguientes factores:

En primer lugar, la fuerza económica depende de la magnitud de la economía china y no de su tasa de crecimiento. Aunque este país ha venido creciendo a una tasa anual de casi el 10 por 100 a lo largo de los últimos veinte años, su PIB sigue siendo sólo la cuarta parte del de Japón. Teniendo en cuenta el hecho de que la población de China es diez veces mayor que la de Japón, su PIB per cápita, por debajo de los 1.000 dólares, es sólo un cuarentavo (es decir, el 2,5 por 100) del de Japón. Aunque el ajuste de la paridad de poder adquisitivo de la moneda china multiplique su PIB por cuatro, ello no altera el hecho de que China sigue siendo un país muy pobre y que, de acuerdo con el Banco Mundial, su posición mundial en términos de PIB per cápita mejore sólo marginalmente del lugar 140 al 128 al aplicar la medida de Paridad del Poder Adquisitivo (PPA).

En segundo lugar, la región costera que se encuentra en expansión representa sólo una fracción de la economía china. Shanghai tiene un PIB per cápita de más de 4.500 dólares (número algo hinchado al excluir a los trabajadores inmigrantes de la población de esta ciudad), cifra más de diez veces superior a la de la provincia interior de Guizhou. La China costera tardará mucho tiempo en ponerse al nivel de los países industrializados y el resto del país aún más.

En tercer lugar, China depende en gran medida de la inversión y tecnología extranjeras, así como de sus componentes y piezas esenciales. La mitad de las exportaciones chinas están compuestas por productos fabricados por empresas extranjeras que aportan capitales y tecnología. Incluso un gran porcentaje de las exportaciones de las empresas locales que no son de propiedad extranjera lo que hacen es procesar unos productos para los que los socios de fuera del país suministran los fondos, la tecnología, el diseño, los componentes y piezas fundamentales y los canales de comercialización. De esta forma, de un ordenador portátil de 1.000 dólares «hecho en China» el valor añadido (en su mayor parte, coste del trabajo) que es verdaderamente chino sería una fracción de su precio, después de descontar los costes de los componentes y partes importados (tales como el CPU hecho por Intel), así como los intereses, dividendos y el pago por licencias extranjeras.

Los principales indicadores de desarrollo a nivel nacional muestran que China sigue estando unos 40 años por detrás de Japón. En el momento actual, la esperanza de vida al nacer en China, la tasa de mortalidad infantil, el sector primario como porcentaje del PIB, el coeficiente de Engel y el consumo per cápita de electricidad siguen siendo similares a los de Japón en 1960. Si la economía china sigue creciendo a un ritmo tan elevado como el actual, este desfase se estrechará y en los próximos veinte años el PIB de China puede llegar a sobrepasar al de Japón, pero incluso entonces el PIB per cápita de China seguirá siendo sólo la décima parte del japonés.

3. El mito de la competitividad china

Se suele decir que, dado que los niveles salariales en China son bajos en relación con los países industriales, los productos de este país tienen una fuerte competitividad internacional. También en las empresas japonesas reina la sombría opinión de que les resulta imposible derrotar a sus homólogos chinos en los mercados internacionales, dada la gran diferencia salarial entre los dos países. Si bien es cierto que los bajos salarios han sido un importante factor que ha reforzado la fuerte competitividad china en los productos trabajo-intensivos, si se considera a la industria china en su conjunto puede verse que es más bien poco competitiva. Teniendo en cuenta el hecho de que la fortaleza de Japón se basa en los productos intensivos en tecnología, queda claro que China no es ninguna amenaza para él, dado que los dos países no compiten sino que se complementan.

Es evidente que los salarios por sí solos no deciden la competitividad de las industrias de un país. Si el simple principio de que «salarios bajos equivale a alta competitividad» fuese cierto, países como Bangladesh y Somalia, con salarios incluso más bajos que los de China, tendrían que ser competitivos y también sería de esperar que en China la inversión extranjera se concentrara en las regiones del interior del país, menos desarrolladas que la zona costera. Sin embargo, en realidad, estas tendencias no se han materializado. Por tanto, al juzgar la competitividad hay que tener en cuenta la productividad del trabajo. En otras palabras: en los países en los que los salarios son baratos con respecto a la productividad debería ser alta la competitividad, pero en países de bajos salarios en los que la productividad es todavía más baja, la competitividad debería serlo también.

Por ello, sería mejor utilizar como indicador de la competitividad el coste laboral unitario, que tiene en cuenta tanto los salarios como la productividad del trabajo. Por ejemplo, aunque la tasa salarial media en China es sólo un 2,1 por 100 de la de Estados Unidos, la productividad es también sólo el 2,7 por 100 de la de este último país, de forma que su coste laboral unitario, (2,1/2,7 = 76,9 por 100) no es tan diferente del de Estados Unidos. Si también se toman en cuenta otros factores, tales como los altos costes del capital en China, la mala infraestructura y el deficiente sistema legal, se diluye aún más su ventaja en cuanto a competitividad internacional.

Como tiene que medirse la comparación internacional en una divisa que sirva de unidad común (por ejemplo, el dólar), el coste unitario del trabajo de un país se ve también afectado por las fluctuaciones del tipo de cambio. Por ejemplo, imaginémonos un caso en el que China, intentando aumentar sus exportaciones, devalúa el yuan. En dólares el coste laboral unitario de China caería y, como resultado, mejoraría la competitividad, pero esto sería temporal y con el tiempo los precios y salarios internos aumentarían, contrarrestando así las ganancias conseguidas en la competitividad. Como reflejo de esta situación, a largo plazo los niveles salariales se mueven básicamente de acuerdo con la productividad del trabajo y ninguno diverge en gran medida.

En una comparación de corte transversal entre países situados en diferentes niveles de desarrollo económico existe, también, una fuerte correlación positiva entre la productividad y los salarios (véase Gráfico 1), por lo que en los países desarrollados se refleja la alta productividad tanto en una fuerte competitividad internacional como en altos niveles salariales, mientras que en los países en desarrollo la baja productividad se refleja en una también baja competitividad internacional e, igualmente, en bajos niveles salariales.

La gran diferencia en la productividad entre China y los países desarrollados significa que, cuando China participa en los mercados mundiales, sólo puede hacerlo especializándose en productos trabajo-intensivos, (o en procesos trabajo-intensivos para los productos intensivos en tecnología) de acuerdo con su ventaja comparativa basada en los bajos salarios. Como China tiene un enorme superávit de mano de obra en sus áreas rurales, si siguiese aumentando la demanda de mano de obra en las áreas manufactureras ello no resultaría en una presión al alza sobre los niveles salariales, por lo que, por el momento, China no debería tener ningún problema en mantener su competitividad en productos trabajo-intensivos. Sin embargo, en estas circunstancias, como para las empresas chinas la estrategia óptima es aumentar sus input de trabajo más que mejorar la productividad, los bajos salarios podrían ser, en realidad, un factor que retrasase el progreso de las industrias.

Mientras China dependa de unos bajos niveles salariales para competir en los mercados internacionales, como mucho podría ser una «fábrica del mundo» más que un «poder industrial» que dominaría áreas de alto valor añadido tales como estándares de productos, nombres de marcas y tecnologías fundamentales. Como los bajos salarios también implican un bajo nivel de vida, no hay duda de que deben interpretarse como un signo de la debilidad de China y no de su fortaleza.

Haz click aquí para ver la sinología completa

Traducción de Jaime González-Torres

China Files en su deseo de ser un puente comunicativo entre las personas hispanohablantes interesadas en China, publica semanalmente en su sección "Sinología", textos académicos destacados sobre China, y sobre la relación entre China y América Latina, para compartirlos con sus lectores. En la mayoría de los casos son los autores o editores quienes nos proporcionan los textos. Sin embargo, si este no es su caso y no desea que su texto sea compartido en esta sección, por favor escríbanos a redaccion@china-files.com

[Crédito foto: blog cafemundorama]

También puedes leer:

23 polémicos lugares de Japón declarados patrimonio de la humanidad

Científicos chinos y japoneses imitan la fotosíntesis para obtener energía limpia

Nueva Miss Japón, criticada por ser "negra"