Sinología: Empresas e inversión de la República Popular China en México

In by Andrea Pira

Desde que los gobiernos de México y de la República Popular China establecieron relaciones diplomáticas (14 de febrero de 1972) los términos del binomio empezaron a tomar la forma de una superioridad política china, situación que se ha acentuado y que tiende a abarcar casi todos los aspectos de esta, sobre todo lo comercial y financiero. La relación bilateral ha entrado en una nueva fase, durante la cual la fuerza asiática será mayor y casi en sentido inversamente proporcional a la debilidad mexicana. En esta nueva etapa, el eje de la relación empieza a desplazarse del comercio a la inversión, cuya presencia, aún débil, evidencia impactos más fuertes que los provocados por el comercio.
Introducción


Desde que los gobiernos de México y de la República Popular China establecieron relaciones diplomáticas (14 de febrero de 1972) los términos del binomio empezaron a tomar la forma de una superioridad política china, situación que se ha acentuado y que tiende a abarcar casi todos los aspectos de esta, sobre todo lo comercial y financiero. La relación bilateral ha entrado en una nueva fase, durante la cual la fuerza asiática será mayor y casi en sentido inversamente proporcional a la debilidad mexicana.

Como aconteció con las transacciones comerciales, fortaleza mexicana inicial, los intercambios de todo tipo son cada vez más favorables a China. En esta nueva etapa, como lo constata un funcionario de ProMéxico, el eje de la relación empieza a desplazarse del comercio a la inversión, cuya presencia aún es débil y de impactos más fuertes que los provocados por el comercio.

Desde una perspectiva específicamente económica, por lo mismo no restrictiva, los chinos han establecido su superioridad por lo menos en tres frentes sustantivos para su socio mexicano: han avanzado de forma exitosa en el mercado huésped, aunque no siempre de forma directa; han obtenido porciones significativas del mercado estadounidense, no solamente en comercio, sino también en términos de inversión y capacidad de negociación en asuntos bilaterales e internacionales y, finalmente, diferentes actores chinos, no solamente el gobierno, poseen un conjunto de estrategias internacionales para insertarse globalmente, las cuales, por lo demás, tienden a resultar exitosas.

La posición gubernamental mexicana frente a China es positiva; por ejemplo, es destino turístico autorizado gubernamental. México, bajo cualquier circunstancia, suscribe la política de “una sola China”. Las desavenencias no han estado ausentes recientemente, como fue el caso de la retención de ciudadanos mexicanos en suelo chino por la crisis de influenza AH1N1 en la capital mexicana hace un par de años.

En las páginas que siguen describimos y analizamos principalmente los siguientes aspectos:

– Situación que guarda la relación bilateral entre México y China, particularmente las operaciones de empresas chinas en territorio mexicano.

– El marco general de la Inversión Extranjera Directa (IED) global de origen chino, contextualizada dentro de los flujos de capital en el mundo. En estas páginas demostraremos que no existe una estrategia china monolítica que responda a una directriz corporativa-gubernamental única. Por el contrario, nos hemos encontrado con diferentes intereses, que podrían coincidir o no, pero que se ponen en movimiento bajo contextos dispares de leyes del mercado con considerable apoyos gubernamentales.

Por lo mismo, la IED proviene de empresas tanto estatales como privadas, joint ventures incluidas. Un buen número de ellas, sobre todo las intensivas en trabajo, como la minería, pretenden llevar a China lo que producen en México; por el contrario, algunas intensivas en tecnología y capital pretenden alcanzar principalmente el mercado de América del Norte, aunque posiblemente aspiran también a rebasar el río Suchiate. Los resultados obtenidos son mixtos y arriban a suelo mexicano, en la mayoría de las ocasiones, sin socios locales. Pero también lo hacen apoyados en la práctica de empresarios de otros países, como de los canadienses en el sector minero, y de algunos locales, experiencias no siempre alentadoras.

La preocupación esencial, rasgo compartido por los empresarios chinos, es estar cerca de los recursos (naturales y humanos) necesarios para hacer fructificar su inversión procurando contar con la infraestructura necesaria que permita el flujo de sus productos, para lo cual la presencia de las navieras bajo gestión china es creciente. Existen sectores, se verá adelante, que se complementan para tener un impacto directo en la economía china: minería-transporte y comercio-transporte. Mientras que en otros, tubería o telecomunicaciones, el impacto no es directo, y tampoco su complementariedad con su lugar de origen es tan evidente.

Asociación estratégica sino-mexicana: Fortaleza institucional, debilidad de intercambios

La economía mexicana parece haber regresado a tiempos que pocos desean recordar, los de una economía débil dependiente del capital foráneo. No sin asombro, los mexicanos han visto despegar a China: mientras que aquella está a la caza de IED, China se ha convertido en exportadora de capital y de mercancías con mayor valor agregado, lo que no impide que sea una receptora de inversión. Inclusive, en diferentes medios, sobre todo a partir de 2009, se ve la inversión china como una opción favorable para la economía mexicana; de hecho –lo cual sería una paradoja por lo menos aparente–, el gobierno mexicano incita a invertir a los chinos en uno de los sectores más intensivos en trabajo, la minería, lo que significa un regreso a patrones de comportamiento económico dentro de la división internacional del trabajo propios del siglo XIX.

Inclusive, según algunos estudios, para 2010 la economía mexicana se afianzaba como la número uno, por supuesto por arriba de China, gracias a sus bajos costos y a la cercanía a su vecina estadounidense, elemento que ha sido usado desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) para atraer IED. No es solamente que los empresarios chinos se proyectan hacia el exterior, es también que la elite mexicana responsable de dar forma a las políticas económicas públicas se ha asignado, ya desde los fines de los años ochenta, un lugar pasivo en el mercado mundial como receptora de capital y tecnología. Recientemente, el propio Felipe Calderón, Presidente de México (2006-2012), ha invitado a los inversionistas chinos a no ir a ningún país latinoamericano, sobre todo a aquellos donde se les podría expropiar, en clara referencia al gobierno de Hugo Chávez. No obstante, en México, como en otros países latinoamericanos, existe aprensión pero poca reacción racional ante el avance del colonialismo chino, preocupación atípica de las elites mexicanas, sobre todo de las conservadoras.

En términos diplomáticos, la relación bilateral ha alcanzado una gran madurez institucional, que se ordena alrededor de una Asociación Estratégica desde 2004, sustentada por la Comisión Binacional Permanente y por el diseño de dos programas de acción conjunta, uno de 2006 a 2010 y el otro de 2011 a 2015. Existen documentos específicos que regulan la relación, como el Acuerdo para la promoción y protección recíproca de las inversiones, firmado el 11 de julio de 2008, aprobado por los senadores en marzo de 2009 y publicado en el Diario Oficial el 5 de junio de este año. El acuerdo, con 32 artículos y tres anexos, cuenta con los componentes jurídicos esenciales para garantizar el marco legal adecuado para que la inversión mutua se afiance: trato nacional y de nación más favorecida; nivel mínimo de trato y compensación por perdidas, expropiaciones y compensaciones, además de una sólida parte relacionada con la solución de controversias.

Como se sabe, la existencia de un acuerdo de esta naturaleza no garantiza el flujo de inversiones, mucho menos su simetría. Los intercambios sino-mexicanos son muy desiguales. A reserva de que se analizará de forma más detallada la inversión china, la embajada de este país en la Ciudad de México asegura, a enero de 2011, que las 57 empresas de su país representan 400 millones de dólares, mientras que las de sus socios son apenas de poco más de 65 millones de dólares con 109 proyectos. El intercambio diplomático, intenso y relativamente armonioso, no corresponde a los desiguales intercambios económicos, tanto en lo comercial, con enorme déficit para México, como en lo financiero, donde las empresas chinas tienen una actividad más intensa en este lado del Pacífico.

Los desequilibrios no se circunscriben al aspecto económico: a nivel internacional Beijing ha mostrado una mayor capacidad de materialización de políticas globales, tanto temática como espacialmente, mientras que México está constreñido por la ausencia de un proyecto de dimensiones planetarias y por su compleja situación interna. Pese a que este país no se encuentra en la lista de prioridades chinas, la actividad de este país en México y hacia México es muy intensa, cubre prácticamente todos los aspectos que abarca una relación multidimensional propia de China en otras partes del mundo: incrementa las disparidades, lo cual implica hacer todo lo necesario para profundizar la inserción en el país, incluyendo el acercamiento del Partido Comunista Chino al Partido Acción Nacional, en la presidencia desde 2000 y de orientación católica.

La asimetría ha añadido elementos de tensión a la relación y ha impuesto el tono. El lado mexicano enfrenta definiciones conceptuales y de implementación de sus acciones en relación a su socio asiático. Desde una perspectiva académica es posible “constatar un fuerte acento en la relación económica”, al mismo tiempo que es apreciable “una confusión en torno a la definición del interés nacional en cuanto a esta relación y a las prioridades del país en su política exterior, y una ausencia de respuestas coherentes desde los poderes del Estado y los sectores llamados a ser protagónicos en la relación.”

A su vez, a los ojos del entonces Embajador chino ante México, Yin Hengmin, la debilidad mexicana en el comercio bilateral no es por “la política de China, sino por la falta de agresividad de los empresarios y por la falta de competitividad de los productos mexicanos”.

Todo indica, a partir de las políticas de Salinas de Gortari, que los actores económicos y políticos se pasmaron, fueron incapaces de diseñar y realizar acciones globales. El Tlcan los llevó, en el peor de los casos, a una situación incómoda, sobre todo para aquellos beneficiarios del corporativismo priista, y, en el mejor de los casos, en particular a los nuevos aliados del gobierno (sector ex-portador, nuevos banqueros y propietarios de empresas de telecomunicaciones) a una ilusoria zona de confort que los mismos empresarios chinos se han encargado de arrebatar.

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Haro, Francisco Javier y Correa, Gabriela. “Empresas e inversión de la República Popular China en México”.

Carlos Juan Moneta y Sergio Cesarín (Editores), Tejiendo Redes. Estrategias de las empresas transnacionales asiáticas en América Latina UNTREF-UIBE, Beijing; EDUNTREF, Buenos Aires, 2012.

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