Sinología: China en el norte de América, la relación con México y Estados Unidos

In by Andrea Pira

A pesar de estar ubicados en extremos opuestos del planeta, México y la República Popular China tienen una gran similitud: han construido sus etnias mayoritarias con base en políticas estatales. En México, los mestizos constituyen más de un 80% de la población, mientras que los habitantes de China son de la etnia Han más de un 92%. Francisco Haro Navejas, profesor de la Universidad de Colima y experto en política y sociedad sino-mexicana, explora cómo estas etnias hegemónicas han sido piezas clave en las políticas exteriores de los países en cuestión, sobre todo, con Estados Unidos.
Existe, entre México y la República Popular China, una característica similar que prácticamente ha pasado inadvertida: ambos son, más allá de las obvias diferencias, Estados pluriétnicos con mayorías construidas a partir de políticas estatales. Los mestizos en México (85%) y los han en China (92% a 94%) constituyen mayorías con pretensiones de homogeneidad, hegemonía y superioridad. En México, la mayoría actual se construyó en el siglo XIX como continuación-ruptura de la estructura socioeconómica colonial; esta construcción estaba sustentada en argumentos biológicos y sus primeros antecedentes se encuentran en las diferenciaciones identitarias impulsadas por las órdenes religiosas. De hecho, el reconocimiento constitucional del carácter plural de la etnicidad mexicana se remonta apenas a 1994, como producto del levantamiento zapatista.

En China, a mediados del mismo siglo XIX se reconfigura la sinidad, que resultaría, sobre todo a partir de los años 50 del siglo XX, en una abrumadora mayoría han, que se erige imbatible frente a 55 «minorías nacionales» atomizadas. Ambas concepciones identitarias se alimentaron, con variantes, de la Ilustración europea.

Parafraseando a Andrés Molina Enríquez (en Los grandes problemas nacionales, de 1909), el sustento de las políticas de ambas naciones pasa por la idea de lograr Estados-nación homogéneos con «elementos étnicos» que se han «elevado a la condición de predominante». El rasgo identitario es central para entender ambos países, sobre todo porque uno de los principales objetivos de sus élites gobernantes ha sido transmitir al exterior una imagen de unidad, donde la riqueza étnica ha sido confinada al pasado (en el caso mexicano) o al aspecto turístico (en el caso chino).

A partir de la asunción señalada, ambos países, aparentemente unitarios, pueden compararse, sobre todo en materia de política exterior, con el fin de entender su funcionamiento y la manera en que establecen sus relaciones y abordan sus vínculos con Estados Unidos. Esto nos permitirá asomarnos a sus grandes retos.

Dos maneras de encarar la política exterior

A inicios del siglo XXI, los regímenes políticos de ambos países son una continuación desdibujada de los aparatos estatales surgidos de dos revoluciones: la mexicana de 1910 y la china de 1949. Con el paso del tiempo, han cambiado sustancialmente, debido a presiones internas (movimientos sociales que cuestionaron el orden existente y ayudaron a cambiar estructuras socioeconómicas) e impactos externos (algunos institucionales, derivados del GATT-OMC, y otros empresariales, que obligaron a la apertura de los mercados internos).

Como consecuencia de ello, han surgido de manera paulatina claras señales de ruptura con el pasado. Las nuevas relaciones de fuerza y las renovadas formas de hacer política se manifiestan con particular intensidad en la reestructuración de la economía y en el diseño y la puesta en marcha de la política exterior. En este último aspecto se vive un creciente pluralismo, que adquiere un carácter sobre todo informal debido a considerables coerciones legales (en México) y a restricciones legales y políticas (en China).

Desde luego, existen diferencias abismales entre ambos países. En el aspecto político, la mayor fluidez, funcionalidad y éxito en la aplicación de las políticas gubernamentales en el caso chino, sobre todo debido a la claridad de los objetivos y las mayorías generadas alrededor de ellos. En lo económico, la inserción china en el mercado mundial ha sido gradual, mientras que la mexicana fue muy rápida, por lo que el impacto fue devastador para algunos sectores, como el campesino.

La mayor parte de las elites de ambos países son conscientes de la inevitabilidad de la apertura financiera y comercial y de la creciente importancia de los mercados internacionales. Sin embargo, difieren respecto al papel del Estado. A diferencia de lo que ocurre en México, en China la mayoría gubernamental es proestatista, aunque con una visión considerablemente pragmática al momento de hacer concesiones y aprovechar la inversión extranjera.

El gran contraste, sin embargo, reside en el aspecto político. En México, el partido único, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), perdió en 2000 la Presidencia de la República, y parece difícil que logre recuperarla en los próximos años. La clase política está construyendo una sólida y legal partidocracia. El objetivo es avanzar hacia un régimen político de tres partidos, con la creación de cotos de poder regionales. Incluso el PRI, la única institución partidaria de alcance nacional, parece destinado a regresar a sus orígenes: una amalgama de caciques con poder limitado y carente de ideas políticas claras.

En China, por su parte, las autoridades regionales son cada vez más importantes en la distribución del poder. En lo fundamental, el proceso de negociación se da en los canales informales y el gran reto político, hasta ahora logrado con éxito, es la permanencia del Partido Comunista como principal detentador y distribuidor del poder. Esto, por supuesto, no quiere decir que los procesos políticos sean totalmente autoritarios. Por el contrario, el mismo partido abre sus puertas a actores antes considerados inaceptables, como quienes se dedican a los negocios. Los procesos electorales en los niveles básicos del sistema tienden a convertirse en una característica de la vida política, sobre todo en el campo. Independientemente de cualquier valoración de carácter ético, el aparato estatal chino se revela como más eficiente y audaz que el mexicano y, por lo tanto, es más exitoso. 

México, transmisión multipartidista del poder y política exterior

En México, en los años previos a las elecciones de 2000, el PRI perdió la posibilidad de reinventarse y conducir a la nación por un camino menos escabroso, por lo que terminó derrotado. Hoy, algunos de los grandes problemas políticos que enfrenta el país residen en las relaciones con los resabios de las instituciones priistas, tanto sindicales como jurídicas. El gobierno de Vicente Fox cortejó y fortaleció al viejo corporativismo sindical y dejó intactos los viejos rituales políticos de intercambio de lisonjas.

La estructura jurídico-institucional mexicana, en constante reforma desde 1929, no se corresponde con las nuevas relaciones de fuerza ni con la situación económica. Hoy existen terribles callejones sin salida aparente. El aparato estatal se parece a la gigantesca imagen soñada por Nabucodonosor: pies en parte de hierro, que le impiden moverse con agilidad, y en parte de barro cocido, por lo cual se desmorona debido a los resquebrajamientos de sus torpes movimientos, como la corrupción y los liderazgos autoritarios. La maquinaria estatal se encuentra considerablemente desarticulada, lo cual se debe, básicamente, a la ausencia de un liderazgo con visión y consistencia, además de la carencia de instrumentos institucionales y jurídicos adecuados.

Constructoras de organismos acotados, como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y el Instituto Federal Electoral (IFE), las elites políticas mexicanas se muestran incapaces de levantar una estructura institucional que permita solucionar los problemas internos e insertarse exitosamente en el mundo. Los políticos están atrapados por su pasado y la historia les impide actuar con agilidad. Los principios, que pueden ser un poderoso instrumento para la movilización de recursos políticos, sirven solamente como pesadas anclas.

Estos problemas, taras y miopías políticas se encuentran reflejados en la Constitución, un instrumento jurídico esencialmente corporativo y presidencialista, que ofrece prácticamente todo el poder al presidente en materia de política exterior, pero que se ha ido reformando para fortalecer al Senado. La transmisión del poder entre partidos, sustentada en el voto ciudadano pero sin los cambios jurídicos adecuados, no ha desembocado en una política exterior consistente, global y exitosa. Por el contrario, los dos resultados más evidentes han sido una parálisis relativa, que se ha manifestado incluso en el impedimento impuesto por el Senado a un viaje del presidente al extranjero, y enfrentamientos estériles con EEUU y varios países de América Latina.

La política exterior mexicana se ha desarrollado a través de diferentes formas a lo largo del tiempo: históricamente, el prestigio ha sido esencial; en los 80, la disciplina para acatar políticas económicas también fue indispensable; y, más recientemente, se volvió fundamental la capacidad para realizar cambios a través del voto sin provocar crisis políticas o económicas. Sin embargo, la economía no despega y el potencial comercial no crece. El gobierno de Fox no articuló de manera coherente y consistente una política exterior y ésta, al final, ha terminado alimentada solamente por elementos discursivos.  

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[Crédito foto: TREKEARTH]