Las ciudades olímpicas y la vida después de los Juegos

In by Simone

Prepararse para acoger a 10 mil atletas y ser el centro de atención mundial durante dos semanas es una tarea titánica, que en el caso de los Juegos Olímpicos de Londres costó 14.500 millones de dólares. Pero, ¿qué sucede en una ciudad olímpica cuando todo vuelve a la normalidad? ¿Qué sucederá con la magnífica piscina diseñada por Zaha Hadid, con el velódromo construido con madera importada de Siberia y con toda la infraestructura que construyó Londres para albergar el evento deportivo más importante del mundo? ¿Y qué sucedió en Beijing, cuatro años después de los Juegos?
“El principal reto para una ciudad olímpica es que los Juegos sean exitosos y que se recupere la inversión. Y ese éxito sólo se puede medir realmente entre ocho y doce años después”, explicó a China Files el arquitecto Joan Bonet, que está estudiando el proceso de Beijing tras los Olímpicos de 2008. “Casi siempre son organizados por ciudades emergentes que buscan darse a conocer, atraer inversiones y aprovechar la publicidad que generan para desarrollar un turismo que no tenían antes”, señala, por lo que muchos de sus efectos demoran en volverse visibles.

La primera preocupación es garantizar la solvencia final de los Juegos. Casi todas las ciudades parten de la premisa de que no generarán ganancias, pero que suponen una oportunidad para invertir en proyectos estratégicos que traerán beneficios a mediano plazo. Pero tampoco quieren repetir los errores de Montreal, que heredó una deuda de 1.500 millones de dólares y sólo terminó de pagarla -mediante un “impuesto olímpico” en 2006, exactamente 30 años después de haber servido de sede.

“Los Olímpicos de Beijing fueron una manera para China de anunciarse ante el mundo”, señala Bonet, que los equipara a los que en su día organizaron Tokio o Seúl. Eso explica que el presupuesto chino -en torno a 42.000 millones de dólares, de lejos el mayor de la historia- corriese por cuenta del gobierno.

Cuatro años después, la mayoría de instalaciones de Beijing están en desuso o abandonadas. El estadio olímpico -el espectacular “Nido de Pájaro”- se usa de manera esporádica para conciertos, partidos de fútbol y actividades invernales, pero aún arroja pérdidas de 38 millones de dólares al año. En un país con poca tradición de deportes de equipo, darle un uso a un mastodonte con capacidad para 80.000 espectadores ha resultado un dolor de cabeza. El estadio de básquet, que será convertido en el centro de un nuevo distrito financiero, y el parque de deportes náuticos están abandonado. Sólo se salva el Cubo de Agua, cuyas piscinas olímpicas dieron paso a un parque acuático que le ha permitido operar sin pérdidas.

Hasta el momento a Beijing le ha costado gestionar las obras individuales, pero ha demostrado una buena visión en sus proyectos a gran escala. En los siete años previos a los Juegos, la capital china inauguró cinco líneas y un tren ligero al aeropuerto, que suman 372 kilómetros de vías y que le permitieron solucionar problemas que la aquejaban hacía tiempo. Los Juegos también dejaron una terminal aérea con capacidad para recibir 50 millones de visitantes al año. “Posiblemente ese haya sido el mayor aporte de los Juegos de Beijing, que se convertirá en 2015 en la ciudad con la red de metro más grande del mundo”, señala Bonet.

La guerra contra los elefantes blancos

Aunque todas las sedes deben presentar los planes para después de los Juegos en sus candidaturas, la experiencia ha demostrado que incorporar los espacios olímpicos a la vida urbana es una tarea compleja. Pero también que, en gran medida, el éxito real de unos Juegos depende del “después” y no del “durante”.

“El caso de Barcelona-1992 es muy conocido porque fue un éxito rotundo en cuanto a su repercusión urbanística. Es el modelo que todos intentan replicar”, señala el arquitecto catalán. El viejo barrio industrial de Poble Nou frente a la costa fue derruido para dar paso a la villa olímpica, permitiéndole a la ciudad revitalizar una zona deprimida, construir un paseo marítimo y ganar tres kilómetros de playa. “Barcelona estaba de espaldas al mar y los Juegos abrieron la ciudad. A finales de los años ochenta no figuraba entre las primeras 20 ciudades de Europa en turismo”, añade. Hoy recibe siete millones de turistas al año.

Ese legado que dejan los Juegos a una ciudad anfitriona se puede medir en seis aspectos fundamentales, según la teoría de Holger Preuss, un economista de la Universidad de Mainz que ha estudiado el proceso post-olímpico.

En primer lugar está el uso que se le da a la infraestructura física construida para el certamen: a las instalaciones deportivas de alto nivel y la villa olímpica que acoge a los atletas, así como a la red de transporte público y las obras públicas puestas al servicio de los visitantes. A éstas se le suman dos criterios menos tangibles, que son las políticas medioambientales y el impacto de los Juegos en la cultura urbana.

“El mayor reto es integrar las instalaciones a la ciudad para que no se conviertan en elefantes blancos”, dice Bonet, explicando que usarlos como centros deportivos públicos muchas veces no los hace sostenibles. El desafío, entonces, es encontrar un balance que permita su uso público y garantizar que se cubren los costes de mantenimiento. De ahí el éxito de ciudades como Los Ángeles, que sólo debió construir dos escenarios en 1984.

El problema más complejo lo presentan los estadios olímpicos. “Por su tamaño y la especificidad de su uso, constituyen uno de los puntos más difíciles de resolver para una ciudad”, señala Bonet. La mayoría alcanza un acuerdo con un club deportivo, aunque en general son las administraciones públicas las que siguen pagando las cuentas. En Europa, clubes de fútbol como el Bayern Munich, Espanyol, Lazio y Roma han convertido estos estadios en sus hogares y el West Ham United pronto hará lo mismo en Londres. En Estados Unidos, Atlanta lo renovó para que pudiera albergar a los Bravos de la liga nacional de béisbol.

También hay casos exitosos de transformaciones radicales de complejos deportivos poco utilizados, como el Cubo de Agua. El velódromo de Montreal-1976 fue transformado en el Biôdome, un enorme jardín botánico y zoológico bajo techo que reproduce cuatro ecosistemas del continente americano, desde la región ártica hasta la selva amazónica.

Mejores resultados ha tenido la integración de las villas olímpicas al tejido urbano. Atlanta, Calgary y Salt Lake City las construyeron en zonas universitarias, de manera que se convirtieron de inmediato en residencias para estudiantes. Londres desarrolló su villa en la zona deprimida de Stratford y la habilitará como vivienda de interés social. En cambio, Beijing optó por convertir la suya en departamentos de lujo, que vendió rápidamente antes de los Juegos.

Ahora el turno le toca a Londres, que en estos tiempos de austeridad, buscará gestionar su legado post-olímpico con prudencia.

Artículo publicado en La Nación (Argentina)




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