Corea del Norte es un dolor de cabeza para China, pero un punto de honor para demostrar su influencia geopolítica.
El régimen de Corea del Norte se asemeja a un terrorista que se ha encerrado en una construcción con un grupo de rehenes, mientras apunta un arma de destrucción masiva a alguna ciudad del mundo libre. Si se quiere, es exactamente la situación de la película La Roca, con Sean Connery y Ed Harris. Kim ocuparía, en este caso, el papel de Harris. Los habitantes de Corea del Norte son los rehenes. Las ciudades de Corea del Sur o Japón (y quizás incluso San Francisco) son San Francisco. No habría ningún héroe infiltrado a la Sean Connery, ni un asesino al estilo de La entrevista.
China, que luchó por Rusia para instalar a los Kim en la península en la década de los cincuenta, y que desde entonces ha sido la línea vital del régimen, progresivamente debe lidiar con mayores dolores de cabeza generados por la sicopatía (o geo-sicopatía) del régimen. Todavía más porque China económicamente es mucho más cercana a Corea del Sur que a Corea del Norte.
Sin embargo, Corea del Norte es el único país en el mundo que es directamente subsidiario de China (con la excepción de ahora quizás Zimbabue, Venezuela y Sudán). La diferencia es que Corea del Norte tiene armas nucleares, lo cual hace mucho más significativa la influencia china sobre la dinastía Kim.
Así que se repite este mes la historia del niño problema de China. Kim Jong-un quiere atención y para eso amenaza con romper la cristalería de la casa. China, no obstante, ya no lanza una respuesta ambigua que busca un punto que no es ningún punto. Una posición retórica magistralmente china, que puede querer decir cualquier cosa, salvo un compromiso vehemente con una posición distinta a su propia ambigüedad. Esta vez, en cambio, coopera abiertamente con el archienemigo (número dos) de Corea del Norte, los Estados Unidos, para endurecer las sanciones contra el país más adolescente del planeta.
¿Es este el comienzo del fin del régimen de Kim Jong-un? La bola de cristal, como siempre, no arroja más que el reflejo de quien la mira, pero es seguro suponer que China no va a retroceder en un camino que claramente quiere un acuerdo de paz entre las dos Coreas. ¿Es un acuerdo de paz el comienzo de la reunificación? Quizás.
La situación, entonces, no avanzará a un ritmo más rápido que el casi inmutable proceso de cambio político según la concepción china de la política. Es decir, al menos un siglo por cada transformación dinástica (entiendo al Partido Comunista como una de ellas).
Es interesante que China y Estados Unidos cooperen tan de cerca en la materia, pero esto no quiere decir que el cambio en Corea del Norte se va a acelerar. Simplemente quiere decir que la diplomacia de ambos países es muy eficaz y que pueden estar muy cerca en un tema, pero muy distantes en los desacuerdos con respecto al mar del Sur de China.
Por otro lado, tampoco es claro que China vaya a relajar otro tipo de presiones propias del eje coreano de la guerra fría, como liberar al ciudadano canadiense que los chinos tienen preso bajo cargos de espionaje. La situación de Kevin Garratt, acusado de espiar la frontera entre China y Corea del Norte, depende de que haya una buena cooperación entre China y Estados Unidos. Ya se vio con la película Juego de espías: la buena diplomacia paga.
¿Y el futuro qué? Pues bien, la bola de cristal dice que no veremos un cambio en Corea del Norte, sino a lo sumo, mejoras en puntos puntuales. Aunque quizás la bola de cristal no está sino reflejando el cinismo que inevitablemente se empoza en el alma después de dos días de apocalíptica contaminación pekinesa. La historia también tiene la costumbre de dar convulsiones inesperadas.
[Crédito foto: otlmedia.co] También puedes leer:
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