En busca de una postal

In by Andrea Pira

Frustración, rabia, desafío y recompensa son algunas de las palabras más usadas cuando se viaja en este país. China Files presenta una crónica sobre una de las escapadas más míticas que se pueden hacer en Beijing: acampar en La Gran Muralla. 
“Odio este país” gritaba mientras pateaba mi mochila en una estación de gasolina. Mi frustración había llegado hasta tal punto que no lo podía aguantar más.

La historia comienza meses atrás en una conversación con mi novia. “Cuando vaya a visitarte tenemos que ir a acampar a la Muralla China”, me dijo una semana antes de aterrizar en Beijing. Yo, ingenuo, y recién aterrizado en la capital, le dije que claro, que no había ningún problema; para mis adentros pensaba que iba a ser fácil. 

Debo aceptar que la idea siempre me sonó muy atractiva. La imagen cliché de las ruinas de la Gran Muralla serpenteando entre la cima de las montañas al atardecer era la primera imagen que se me venía a la cabeza cuando pensaba en China. 

No llevo más de 60 días en el país y he hecho pocos esfuerzos por aprender mandarín. Antes de hacer el intento de acampar en la Gran Muralla había logrado sobrevivir en Beijing sin mayores problemas. Todo lo que había querido comprar, negociar, comer y preguntar lo había logrado, haciéndome sentir confiado en emprender una escapada de fin de semana para acampar en uno de los sitios más icónicos del mundo. 

Teníamos pensado tomar el bus hacia Miyun a las 7am, pero después de una noche de cervezas y amigos los planes se complicaron. Nos levantamos a las 11am y comenzamos la mañana con suavidad, sin apuros. Llegamos a la estación de Dongzhimen a la 1:30, y el bus salió unos minutos más tarde. Después de una hora y media llegamos a Miyun. 

El problema era que en los blogs que habíamos leído sobre cómo llegar a la muralla la información no era del todo clara. Así que siendo las 4pm nos encontrábamos perdidos, azotados por bandas de taxis negros que gritaban frases inentendibles y fijaban precios de 1.000 yuanes por llevarnos a cualquier lugar. Sabiendo que todavía nos quedaba otra hora y media más de viaje en bus al pueblo donde comenzaríamos una caminata de seis horas, decidimos retirarnos de la batalla por acampar en la muralla. En ese fin de semana china nos había derrotado miserablemente. 

Tres semanas después, con un espíritu renovado, más conocimiento y energías recargadas, lo intentamos de nuevo. Saldríamos  el sábado temprano con planes de comenzar a caminar hacia las 12 del mediodía. Pero, por segunda vez, no todo salió según lo planeado, tal vez porque las cervezas nos volvieron a jugar una mala pasada. El sábado por la mañana me levanté de muy mal rollo. La resaca y la madrugada hacían que mi mal genio se exacerbara. Con mucho esfuerzo, nos fuimos en bici a la estación de Dongzhimen, e hicimos una fila de una media hora para poder montarnos en el bus. Después de pagar 10 yuanes cada uno estábamos sentados en el bus rumbo a Miyun. Esta vez China no nos derrotaría. 

Llegamos a la ciudad hacia las 12 del medio día, los embotellamientos clásicos de China habían hecho que nuestros planes iniciales se vieran modificados. La estación en la que debíamos bajarnos se llamaba Miyun Gulou, pues según los blogs que habíamos leído era en este lugar donde podríamos tomar el siguiente bus para ir a Gubeikou. Después de indagar, mirar e intentar comunicarnos, entendimos que teníamos que caminar por la avenida donde nos habían dejado hacia el sur a otra estación de bus. Nunca entendí cuántas estaciones de bus diferentes tiene Miyun, pero según lo que pude ver, pueden ser más de seis. Cuando por fin llegamos a la estación que necesitábamos, los horarios que estaban publicados de los buses no coincidían con los buses que efectivamente salían a las horas previstas. Después de indagar con los viajeros chinos presentes en el lugar, descubrimos que el bus número 25 –bus que necesitábamos- salía a las dos. 

Después de pagar 6 yuanes cada uno, nos montamos al bus y partimos hacia Gubeikou, el lugar donde iniciaríamos la caminata. El primer problema con el que nos encontramos fue el no saber dónde nos teníamos que bajar, así que decidimos bajarnos donde la mayoría de ocupantes del bus lo hicieron. Una vez fuera del bus teníamos que comprar gasolina para mi estufa, pues con ella cocinaríamos la comida para la noche. Tuvimos buena suerte porque unos 500m siguiendo el camino donde nos habíamos bajado encontramos una estación. 

Era enorme, pero ningún carro para allí para llenar su tanque. Aliviado por haber encontrado un lugar para cargar con gasolina mi estufa entré al lugar. 10 minutos después de un extraño intercambio de signos y señas, la vendedora del lugar me dejó claro que no me vendería gasolina. Sin almuerzo, estresado, con resaca, y sin mucho tiempo para llegar al lugar de la caminata mi frustración aumentaba a un ritmo exponencial. En ese momento una camioneta Audi negra se detuvo en el lugar para llenar su tanque. Muy adecuadamente me acerqué e intenté decirle al conductor que si me dejaba comprarle un poco de gasolina. Él, un chino de 30 años, de estatura baja se quedó mirándome, después de unos 20 segundos de observarme, señaló una cámara de vigilancia, se montó a su vehículo y se marchó. 

En ese momento exploté y comencé a patear mi mochila, “odio este país” gritaba con fuerza. Perdí la paciencia por alrededor de dos minutos. Mi novia, siempre muy tranquila, reaccionó y me calmó. Fue en este momento cuando decidimos continuar con la búsqueda de la entrada a la muralla. Aun así, no teníamos muy claro cómo encontrar la entrada. Una hora más tarde, nos encontrábamos en la periferia del pueblo sin tener ni la menor idea a dónde ir. Fue en ese momento que unos niños chinos nos comenzaron a saludar diciendo “Hello, Hello” a lo que nosotros respondimos en inglés. Su madre, una china de unos 32 años, que hablaba inglés, comenzó la conversación. Fue gracias a ella, que al actuar como intérprete, logramos ubicar una entrada alternativa a la muralla y comenzamos a caminar. El camino nos dejó directamente sobre la muralla en un camino de barro que gradualmente se convertiría en una muralla un poco más restaurada.  

Caminamos a toda velocidad, pues necesitábamos llegar antes de la puesta del sol a una de las torres que nos servirían como refugio para la noche. Después de múltiples subidas y bajadas llegamos a una torre con una excelente vista sobre las montañas y la muralla.Fue allí donde pasamos la noche. El atardecer fue increíble, los cielos despejados hacían que el sol pintara las montañas de un color rosa profundo. La imagen cliché que tenía en mi cabeza sobre la Muralla China se había cumplido. Pasamos una noche muy tranquila, lejos de los sonidos de la ciudad, escuchando el ruido de las cigarras. 

Nos levantamos a las 5:30 de la mañana, ya había luz pero el sol aún no salía. El aire golpeaba con fuerza la carpa que habíamos instalado la noche anterior, y el frío se hacía sentir sobre nuestros cuerpos. El sonido de las aves y los colores del amanecer hicieron que toda la frustración y la rabia del día anterior valieran la pena. Este fue quizás el momento de mayor tranquilidad que haya podido experimentar en China hasta la fecha.  

De vuelta en el pueblo, tomamos el bus 25 con dirección a Miyun, y de allí hicimos un transbordo hacia Beijing. Ya en la autopista nos demoramos mucho más tiempo de lo planeado, pues se encontraba completamente atascada. Era la hora de volver a la realidad.

[Crédito foto: Rastnik]

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