Pekín anunció con bombos y platillos su nuevo proyecto para Lhasa, capital tibetana. Se tratará de un "museo vivo", un parque de 800 hectáreas que albergará 22 aldeas modelo que las autoridades chinas esperan atraerá gran afluencia de turistas. Las organizaciones tibetanas temen el impacto de la invasión del turismo sobre la cultura y el medio ambiente en la región autónoma especial.
China ve en el desarrollo turístico el futuro económico del Tíbet. Desde 2015, el proyecto espera atraer unos 15 millones de turistas, generando más de tres millones de dólares anuales en ingresos a una región que cuenta con una población de sólo 3 millones de habitantes. O al menos esas son las expectativas del vicealcalde de Lhasa, Ma Xinming.
Las organizaciones tibetanas temen una masiva "invasión turística", que podría erosionar aún más la cultura tradicional, traerá beneficios económicos a los chinos Han más que a los locales y, por último, afectará al medio ambiente de manera irrevocable.
El desarrollo de la primera fase del proyecto, que se comenzó a constuir la semana pasada en un terreno a dos kilómetros del centro de Lhasa, requiere entre tres y cinco años. El objetivo central es que, según palabras de Ma Xinming a Xinhua, el parque se convierta en el "museo viviente" de la cultura tibetana y, al mismo tiempo, alivie la presión sobre la antigua ciudad de Lhasa y su patrimonio histórico y artístico.
El proyecto turístico también incluye un parque temático dedicado a la princesa Wencheng. Beijing siempre ha utilizado la historia de esta princesa para ilustrar la estrecha relación entre el Tíbet y el Reino Medio y la imagen de ésta se ha convertido en el ejemplo de la "armonía" alcanzada en su momento entre lo que en ese momento eran dos grandes estados.
En el siglo VII tanto en el Tíbet y China se formaron dos poderes centrales fuertes. Pese a los continuos enfrentamientos entre el Imperio chino y los "bárbaros" tibetanos, ninguno demostró ser capaz de vencer al oponente y finalmente se acordó un "pacto de matrimonio”. La posterior llegada de la princesa Wencheng de la dinastía Tang a la corte en Lhasa fue vista por los tibetanos como un gran honor.
Pero para China significaba otra cosa. Los anales dinásticos narraban este episodio como parte de una labor de "civilización", que buscaba poner al Tíbet en su sitio: es decir, culturalmente subordinada al gran Imperio.
Ahora, en el siglo XXI Beijing apunta a impulsar el turismo en el Tíbet como puntal del desarrollo económico en esta montañosa región administrativa especial. Hace un mes Xinhua informaba que las autoridades centrales habían prometido más de 60 millones de dólares para el desarrollo del turismo en la zona suroriental de Nyingchi, conocida por sus magníficos paisajes. Este presupuesto se utilizará para construir 22 pueblos según el "modelo suizo", para favorecer el turismo de aldea.
La masiva inversión en instalaciones turísticas se produce después de meses en los que se han propagado las auto-inmolaciones de monjes budistas tibetanos como forma de protesta. En los últimos años decenas de tibetanos se han prendido fuego a sí mismos para protestar contra el rígido control de las autoridades chinas. Lhasa había sido también el escenario de violentos enfrentamientos en 2008, cuando la atención mundial se centró en la ciudad durante el relevo de la antorcha olímpica.
Desde entonces, las medidas de seguridad para "mantener el orden público" se han multiplicado. Los tibetanos creen que Beijing ha limitado su libertad de religión y que son objeto de un plan premeditado de "ahogamiento étnico". No es ningún secreto que la población de chinos Han ha crecido rápidamente y que, por medio de concesiones e incentivos económicos, han ido tomando las riendas de la región. China argumenta a su vez que los tibetanos, desde que "se liberaron" del Dalai Lama, emergieron de una especie de Edad Media y han comenzado a beneficiarse del crecimiento económico del país.
El pasado 27 de mayo, dos tibetanos se quemaron en el centro de de la ciudad, justo en frente del Templo de Jokhang, uno de los pocos abiertos al turismo junto con el Palacio Potala. Aunque una serie de hechos similares han ocurrido en otras partes del país, y sobre todo en las regiones circundantes conocidas como el Tíbet externo, se trataba del primer intento de auto-inmolación en la capital tibetana. Las agencias de viajes chinas han informado de que las autoridades han cerrado el Tíbet a los turistas extranjeros desde entonces, aunque los medios estatales lo niegan.