A pesar del estricto control estatal que impuso Mao Zedong durante su Gran Revolución Cultural entre 1966 y 1976, varios artistas se colaron por las grietas emulando el arte “burgués y decadente” de los modernistas europeos. Sus esfuerzos, así como los de quienes los siguieron, todavía resuenan en un país que aún no se ha sacudido del todo la manía de la censura artística.
Corría el invierno de 1975 cuando el hogar de Zhang Wei, uno de los 15 jóvenes de la Asociación de Pintores Sin Nombre Wuming, se convirtió en el lugar ideal para eludir la vigilancia de los Guardias Rojos y llevar a cabo una exposición de arte secreta en Pekín, contra todos los parámetros establecidos por el régimen comunista de Mao Zedong.
“Elegimos su apartamento porque estaba ubicado en un edificio de estilo soviético, con corredores oscuros y escaleras aisladas —explica Wang Aihe, otra de las artistas de Wuming, en The No Name Painting Association, quizás el único documental que existe sobre la Asociación, producido por el canadiense René Balcer—. Nadie recuerda con exactitud qué obras estaban exhibidas, pero a ninguno se le olvida el nerviosismo y la exaltación de ese día. Era el camino correcto hacia el verdadero arte”.
El encuentro underground ocurrió durante el apogeo de la Gran Revolución Cultural Proletaria (1966–1976), una brutal campaña cuyo principal objetivo era preservar la “verdadera” ideología comunista y establecer el pensamiento de Mao como la doctrina prevalente. Todo lo que oliera a capitalismo, hiciera alusión al mundo occidental o representara a la sociedad china tradicional debía ser purgado. Según los historiadores, se estima que más de un millón y medio de personas murieron a manos del régimen durante esa época.
Hoy, medio siglo después del inicio de la Revolución Cultural, el gobierno de Xi Jinping prefirió guardar silencio y no realizar ningún evento conmemorativo, pero aún resuenan las palabras de arrepentimiento que el Partido Comunista pronunció en 1981, cuando reconoció que se había cometido un grave error “que condujo al caos interno y ocasionó una catástrofe en el Partido, el Estado y todo el pueblo”.
Los jóvenes Wuming, entre los que se destacan Ma Kelu, Shi Zhenyu y Zheng Ziyan, fueron testigos de esa década. En 1972, tras largas jornadas de trabajo en las fábricas, comenzaron a utilizar el tiempo libre para reunirse en diferentes parques de la capital china y crear imágenes inspiradas en los paisajes de Monet o en los coloridos bodegones de Matisse. No obstante, siempre tenían que estar alerta ante la presencia de los Guardias Rojos: en el momento más inesperado podrían arrestarlos y decomisar sus obras.
“¿Cómo es posible que una sociedad pacífica y armónica se convirtiera en esto? —se pregunta Shi Zhenyu, en el cortometraje de Balcer—. No estábamos haciendo nada malo. Solo pintábamos”.
El problema no era que pintaran. La preocupación de las autoridades era que los artistas produjeran imágenes no aprobadas, “perversas” y “occidentales”, que de alguna manera pudieran generar un “sentimiento burgués” contra los ideales revolucionarios. En el documental, el pintor Zhang Wei asegura que la Asociación no tenía inclinaciones políticas, si bien admite que “la ausencia de política era una manifestación política en sí”.
En contraste, inspirados principalmente en la propaganda soviética, los lineamientos oficiales del Partido Comunista dictaban que el propósito del arte era “servir al pueblo”, y manifestaciones como música, ópera, danza, cine y pintura debían tener un fin propagandístico claro: movilizar a las masas y sumergirlas en el pensamiento del “Gran Timonel”.
“El objetivo era —y sigue siendo— comunicar las directrices del Partido Comunista, lo cual podía ir desde predicar el “servir al pueblo” en la era de Mao, hasta “mantener a China verde y limpia” hoy día —explica Barbara Mittler, sinóloga de la Universidad de Heidelberg y autora de ¿Propaganda popular? Arte y cultura durante la China revolucionaria—. Aunque el arte-propaganda busca transmitir un solo mensaje de fácil comprensión, este mensaje puede con frecuencia interpretarse de muchas maneras, y así ocurrió”.
El arte del “realismo social” se centraba en Mao y su Revolución. Cuando no se le mostraba como un activista joven y decidido, el líder tenía que reflejar la imagen de un militar experimentado o de una figura paterna, siempre sonriente. A su vez, los trabajadores de las fábricas y los campesinos debían ser representados como personas confiadas, valientes y firmes. Las normas incluso exigían que los puños de los campesinos fueran de proporciones exageradas.
“Pero el arte-propaganda también empleó formas autóctonas, como pinturas o grabados en madera de campesinos de Huxian —señala la sinóloga Mittler—. Así, hay muchos estilos diferentes de arte-propaganda, lo cual, por supuesto, era parte de la idea: el propagandista espera atraer al mayor número de personas posible utilizando la mayor cantidad de estilos posible”.
Manifestaciones durante la posrevolución
Con la muerte de Mao, en 1976, también llegó el fin de la Gran Revolución Cultural. Sin embargo, el control que el régimen comunista ejercía sobre el arte no se redujo, y las imágenes propagandísticas seguían dominando las esferas del arte local. Lo que sí ocurrió fue que se abrió un espacio para que salieran a la luz otros movimientos avant-garde, que también se atrevieron a desafiar las normas establecidas por el Partido.
A finales de la década del setenta, Ma Desheng y Huang Rui, junto con otros diez pintores, fundaron en Pekín el colectivo conocido como Las Estrellas (Xingxing), que velaba por la defensa del individualismo y la libertad de expresión, tanto en sus obras como en sus actividades públicas. “Basados en sus experiencias personales y en los asuntos sociales como tema principal, se separaron de manera deliberada del realismo social aprobado por el Estado”, se lee en una reseña de Artsy, la mayor base de datos de arte contemporáneo en el mundo.
Los miembros de Xingxing, que tomaron como fuente de inspiración las corrientes occidentales como el surrealismo y el expresionismo abstracto, marcaron un hito histórico en septiembre de 1979 cuando, al negárseles un espacio oficial, montaron una exhibición clandestina alrededor del Museo Nacional de Arte de Pekín. En las aceras, o colgadas de los árboles que rodeaban la galería, exhibieron 150 obras de 23 artistas, entre óleos, grabados en tinta y esculturas. Pasaron tres días antes de que la policía censurara la exposición.
El verano siguiente, el grupo se organizó como la Sociedad de Pintores de las Estrellas, y se registró en la Asociación de Artistas de Pekín. Jiang Feng, presidente de la asociación, autorizó una exposición en la Galería de Arte de China, creyendo que la muestra sería autodestructiva. “Cuando [Las Estrellas] se den cuenta de que las masas no comprenden su trabajo, aprenderán y cambiarán su estilo”, vaticinó.
Pero Jiang no podía estar más lejos de la verdad. Es posible que la gente no hubiera entendido el arte propuesto por el grupo pekinés, pero comprendía muy bien que la exposición representaba un grito en contra del autoritarismo del régimen y el “realismo social” que este fomentaba. Según escribió el escultor de Las Estrellas, Wang Keping, la exposición fue un reflejo de “la oscuridad del pasado y la luz del futuro”. En un lapso de dos semanas, la muestra fue vista por más de 200.000 personas.
En Shanghái también nació a principios de los ochenta otra escuela caracterizada por imponer un nuevo estilo basado en el uso de la tradicional tinta china. Los artistas de Caocao (pasto pasto) combinaban la caligrafía china con el expresionismo abstracto. A pesar de que su fundador, Qiu Deshu, hacía parte de las filas de los Guardias Rojos, solía experimentar con técnicas prohibidas para manifestar su descorazonamiento.
“Estos artistas compartieron técnicas y forjaron una solidaridad que los ayudó a burlar las autoridades”, escribieron hace tres años los curadores Julia Andrews y Kuiyi Shen en un folleto promocional de una exposición de obras chinas no oficiales producidas entre 1974 y 1985. “Su arte era una rebelión contra la estrechez de mente, brutalidad, hipocresía e irracionalidad establecidas durante la Revolución Cultural”.
La década de los ochenta, bajo el gobierno del máximo líder Deng Xiaoping, estuvo marcada por reformas políticas y apertura hacia Occidente. Los chinos comenzaron a vestir colores “burgueses”, ir a cine y asistir a exposiciones de arte occidental. Pero, a pesar de que el panorama se veía más prometedor para los artistas avant-garde, muchos de ellos optaron por irse del país.
Los Wuming se disolvieron voluntariamente en 1981, después de una segunda exposición en Pekín. Algo similar ocurrió con Xingxing, que en 1983, asfixiados por la fuerte crítica oficial, también decidieron poner fin a su sociedad. La mayoría de estos artistas emigraron a Europa y América como disidentes marginados, pero años después regresarían a su país como figuras prominentes para sentar las bases del arte contemporáneo chino.
Ai Weiwei, el primero del grupo de Las Estrellas en dejar China, hoy es considerado el máximo exponente de un arte repatriado. En 1981, el artista viajó a Nueva York, donde logró cursar una carrera en la Escuela de Diseño Parsons, y en 1993 regresó a su país de origen para consolidarse como el artista contemporáneo chino de más renombre internacional.
Wu Yuren, un activista y artista multimedia que ha osado criticar abiertamente las políticas del gobierno a través de su obra, dice que los paisajes, bodegones y retratos producidos hasta mediados de los ochenta por la generación de artistas no oficiales en China ya pasaron de moda. No obstante, se queja de que las nuevas generaciones de chinos han sido sometidas a un “lavado de cerebro” y “no producen ninguna crítica social”.
El artista de 45 años, que hoy trabaja desde un estudio cerca del Distrito de Arte 798 de Pekín, suele exponer en Europa o Estados Unidos porque en China continental aún “no hay libertad de expresión” y nadie se interesa en adquirir sus obras. Al igual que ocurrió con los pintores avant-garde de Wuming, Xingxing y Caocao hace casi 40 años, Wu ha dicho que dejará Pekín para poder hacer arte en paz, lejos de la opresión y la censura del Partido Comunista.
Artículo producido para Arcadia, Colombia.
[Crédito foto: Empty #1 (1982), de Qiu Deshu, escuela Caocao]
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