En el siguiente texto, Aurelio de Prada García, Profesor Titular de Filosofía del Derecho en la URJC de Madrid, aborda la cuestión de si la democracia es o no compatible con la perspectiva que, según opinión generalizada, constituye la base de la cultura china: el confucianismo.
1. Introducción
No es preciso extenderse demasiado para mostrar el ascenso que viene experimentando China en los últimos decenios. Basta citar el dato de que su economía está a punto de sobrepasar a la de EEUU, convirtiéndose en la primera economía del mundo y acabando, de paso, con una hegemonía occidental que ha durado siglos. Así las cosas, resulta más que oportuno examinar, con cierto detenimiento, si su cultura es o no compatible con una “invención” que impregna tan marcadamente la civilización occidental, hasta casi definirla, como es la de la democracia: la participación en el gobierno del propio país, directamente o por medio de representantes libremente elegidos, tal y como se recoge al principio de estas líneas.
2. Problemas de método
Desde luego no parece haber mayor problema en averiguar cuáles serían los rasgos definitorios de esa cultura ascendente: los del confucianismo. En efecto, hay acuerdo generalizado en que si de China quitá- semos el confucianismo, su historia y su cultura se harían tan incomprensibles como las de Europa sin filosofía griega y sin cristianismo y es que el “fundador”, por así decirlo, de esa perspectiva, Confucio, más que un hombre o un pensador, habría sido un auténtico fenómeno cultural que se confundiría con el destino de toda la civilización china. Una civilización sobre la que habría tenido una influencia comparable a las de Sócrates y Cristo combinadas en Occidente, pudiéndose afirmar en consecuencia que China no sería sino una “creación de Confucio”.
Sí hemos de atender, sin embargo, una cuestión metodológica que obliga a analizar esos rasgos tal y como aparecen expresados en chino y no en castellano algo que puede verse inmediatamente a partir de los propios caracteres chinos que se vierten al castellano como “confucianismo” o “escuela de los letrados”: 儒 , rú jiā.
Ciertamente podemos traducir sin mayores problemas por “escuela” el segundo carácter, , jiā/ casa, pues es una composición de shǐ /cerdo (se pueden imaginar fácilmente la cabeza, las patas y la cola) debajo de bǎogaì / cobertizo, techo: el cerdo bajo el techo, o sea, la casa, el hogar, los que están reunidos bajo el cerdo colgado del techo y desde ahí, “escuela”, los que se reúnen alrededor de un maestro, pero no resulta tan fácil traducir el primero de esos caracteres.
Literalmente habría que traducir 儒 rú como “hombre que hace que haya lluvia para las plantas que acaban de brotar de la tierra” dado que se compone de otros tres: rén/ hombre, yǔ /lluvia (se pueden ver las nubes, las gotas de agua y un rayo) sobre el carácter er /planta recién brotada de la tierra ( es fácil imaginar las raíces, el suelo y la planta sobresaliendo), de modo que cabría traducirlo como “el hombre” o mejor, ya que se trata de una escuela, “los hombres necesarios para que haya lluvia para las plantas recién brotadas”.
Así las cosas, si tradujéramos 儒rú jiā por “confucianismo”, estaríamos tergiversando por completo la expresión dado que, en chino, el nombre de Confucio no figura en la denominación de “su” escuela, y si nos quedáramos con la traducción “escuela de letrados”, perderíamos todo el universo semántico que según hemos visto incorpora la unión de “hombre”, “lluvia” y “planta recién brotada” en un solo carácter.
En conclusión, a la hora de examinar el “confucianismo”, término que seguiremos utilizando por comodidad y por su uso generalizado, si bien ha de entenderse en adelante que incorpora los significados que acabamos de señalar, por un mínimo rigor metodológico, resulta obligado analizar cada uno de los caracteres en los que se expresa ese modo de estar en el mundo, para recoger en la medida de lo posible su universo semántico y poder cotejarlo así con la gran invención occidental de la democracia.
Algo que, por cierto, ya podemos hacer, pues de lo anterior parece seguirse que no hay compatibilidad alguna entre democracia y confucianismo. En efecto, “democracia” significa literalmente el poder, cratos, del pueblo, demos, algo que parece completamente ajeno al confucianismo; a los “hombres necesarios para que haya lluvia para las plantas recién brotadas” a los que acabamos de llegar.
Ciertamente, podría forzarse la argumentación aduciendo que sí habría compatibilidad entre “democracia” y “confucianismo” pues, en ambos casos, de un modo u otro, se habla de “poder”. Un “poder” abstracto en el caso de la democracia, y un “poder” concreto, el de invocar la lluvia para las plantas recién brotadas, en el caso del “confucianismo”. No parece preciso, sin embargo, abundar en lo forzado de semejante argumentación.
En efecto, literalmente la definición de democracia enfatiza, por así decirlo, el sujeto del poder: el pueblo. Un sujeto que, por lo demás no se especifica; no se indica a quien incluye sino que aparece simplemente como titular de ese poder en abstracto. Así las cosas, resulta evidente que la democracia juega en un universo semántico en el que aparece como una alternativa entre otras posibles. El pueblo, demos, aparece como un titular del poder entre otros posibles: monarquía, oligarquía, tiranía… tal y como puede corroborarse a lo largo de toda la tradición occidental.
Por el contrario, en el confucianismo el énfasis se pone en el objeto de ese poder, o mejor, de esa capacidad concreta de invocar la lluvia. Énfasis que permite distinguir a los sujetos que poseen tal capacidad frente a los que no; sin que haya por tanto diversas alternativas como ocurre en el universo semántico en el que aparece la democracia. La capacidad de hacer que llueva, de invocar la lluvia se tiene o no se tiene; tertium non datur.
Por lo demás, en el confucianismo, en la escuela de los rú 儒 , se da una conexión entre naturaleza y sociedad que no aparece en el universo semántico en el que juega la democracia. En efecto, los rú 儒 son hombres “necesarios” natural y socialmente, si es que cabe hablar así, en términos claros y distintos. Naturalmente necesarios para que haya lluvia para las plantas recién brotadas y socialmente necesarios por lo mismo, ya que las plantas son necesarias para la supervivencia de la sociedad.
Por el contrario y pese a que la conexión naturaleza sociedad está presente asimismo en la tradición occidental, pudiendo rastrearse, sin ir más lejos, en la dualidad derecho natural y derecho positivo, lo cierto es que no aparece en absoluto en la definición de democracia. Una definición de la que se sigue simplemente que el poder reside en el pueblo como una mera posibilidad frente a otras. Así las cosas, parece obligado concluir que confucianismo y democracia serían incompatibles al jugar en dos universos semánticos completamente distintos.
Ahora bien esta conclusión resulta prematura, pues hemos llegado a ella desde el análisis de las meras denominaciones “confucianismo” y “democracia” con lo cual, ciertamente, procede dejarla en suspenso y pasar a examinar en detalle todo el discurso que comporta el confucianismo cotejándolo con la gran invención occidental de la democracia para acabar de validar dicha conclusión o, en su caso, llegar a una diferente.
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