¿Qué queda de la tradición china hoy? Este país es posiblemente el que ha experimentado los cambios más vertiginosos estos últimos 25 años. En este estudio se investiga qué cosas cambiaron y cuales persisten en la China actual.
En algunos aspectos la China actual es heredera de la China de Mao, en muchos otros ya no puede reconocerse sobre ese modelo. La generación que hizo la revolución de 1949 tenía sus raíces en la China tradicional contra la cual reaccionó, pero de la cual también tuvo influencias, mientras que la generación actual fue nutrida por la revolución.
Los valores de la nueva sociedad en muchos sentidos son una reacción a ese pasado y, a pesar de que observa un regreso a ciertas costumbres que la revolución había eliminado, ello no significa regresión a los valores tradicionales. Les presentamos en este artículo de la prestigiosa sinóloga Flora Borron Beja un recorrido a través de la historia reciente de China y un análisis sobre la persistencia de la tradición.
En este mundo cambiante, China es tal vez el país que mayores cambios ha experimentado en un siglo. Es tal el ritmo de la transformación, sobre todo en los últimos veinticinco años, que estudiar a la China actual implica un constante esfuerzo de actualización por parte de los académicos, para quienes esos cambios van más rápido que nuestro capacidad de asimilación. A fin de comprender la situación actual, el necesario punto de referencia es la China resultante de la revolución encabezada por Mao Zedong, que culminó en 1949, con la fundación de la República Popular.
Sin embargo, ¿podemos decir que, a partir de 1949, China dejó atrás toda su tradición y su historia? Los estudiosos sobre China plantean el problema de la continuidad de la tradición china, tanto ideológica como cultural y, al enfrentarse a una situación peculiar sin correlación con el mundo occidental, al tratar de comprender el “camino chino hacia el socialismo o la revolución cultural”, tratan de ver si el pasado puede ofrecer una explicación para el presente. Aquí quisiera hacer algunas reflexiones, como historiadora, sobre la relevancia del pasado para entender a la China de Mao.
En China se llevó a cabo una transformación y se creó una sociedad nueva con valores diferentes, una sociedad en la cual se negaron valores y virtudes milenarios. La armonía y conciliación tan ponderadas en el pensamiento filosófico tradicional ceden su lugar a la lucha de clases y se rechaza hasta el postulado, tan arraigado en el confucianismo, de una naturaleza humana capaz de sentir amor por la humanidad, pues, según Mao, esto no corresponde a la realidad de la lucha de clases en la cual, conceptos como los de “rectitud”, “bondad”, “lealtad”, pertenecen a la clase social que los formula y no tienen un contenido general.
En una sociedad en donde la familia jugó un papel muy importante, en donde la edad era de por sí un favor que merecía respeto, los jóvenes se enfrentaron a padres, maestros y venerables ancianos. Los ejemplos de rechazo al pasado son numerosos y hacen afirmar a Franz Schurmann: “la cultura china no ha desaparecido, pero el sistema social tradicional de China, sí”. Sin embargo, a la posición de Schurmann se oponen las de otros autores como Ho Ping-ti, quien afirma que “muchos aspectos de la herencia de China… nos pueden ayudar a mejorar nuestra percepción del presente”. La herencia cultural era algo que preocupaba inmensamente a Mao. La ideología del pasado puede ser rechazada fácilmente, pero miles de años de cultura manifestada en formas literarias y artísticas no pueden ser negadas con la misma ligereza.
Como dice Mao en El Papel del Partido Comunista Chino en la guerra nacional, en el capítulo llamado Estudio: “Otra tarea de nuestro estudio consiste en estudiar nuestro legado histórico y resumirlo críticamente desde el punto de vista marxista. Nuestra nación tiene una historia que data de varios miles de años, una historia que posee sus propias características y está llena de tesoros. Pero en ese sentido somos simples escolares.
La China actual ha surgido de la China de la historia. Como nosotros creemos en el enfoque histórico del marxismo, no debemos separarnos de todo nuestro pasado histórico. Debemos hacer una recapitulación desde Confucio hasta Sun Yat Sen y heredar este precioso legado”. Gran parte de esta cultura ha sido generada en condiciones sociales inaceptables, refleja valores rechazados y es obra de individuos que pertenecían a clases sociales repudiadas.
¿Cuánto se puede guardar y cuánto hay que rechazar?. Dice Mao: “Debemos tratar el arte y la literatura del pasado según su actitud hacia el pueblo y juzgar si son progresistas a la luz de la historia”. Sabemos que los juicios sobre la cultura tradicional cambiaron en diversas circunstancias, llegando, durante la revolución cultural, hasta la destrucción casi total del pasado. Sin embargo, aún durante ese período se conservaron algunas formas cuyas raíces populares no podían ser puestas en duda. A primera vista, el pensamiento de Mao y su puesta en práctica pueden ser considerados como una destrucción sistemática de los valores que él consideraba “feudales” y de los usos y costumbres de una sociedad confuciana que se oponía al cambio, al progreso y al desarrollo. Mao no es el primero en señalar los defectos de una sociedad estancada y retrógrada.
Los intelectuales de principios de siglo, los participantes del movimiento del 4 de mayo (1919) estaban de acuerdo en que debía operarse un cambio. Como dice Hu Shih, el máximo exponente del movimiento de reforma, sus dirigentes “quieren inculcar en la gente una nueva actitud hacia la vida que los liberará de las cadenas de la tradición y los hará sentirse cómodos en el mundo nuevo y en su nueva civilización. Quieren un aprendizaje nuevo que nos capacitará para entender inteligentemente la herencia cultural del pasado y también nos preparará para una participación activa en el trabajo de investigación en la ciencia moderna”.
Se han hecho muchas generalizaciones superficiales sobre el despotismo, el sinocentrismo, la raíces humanistas del pensamiento tradicional chino para explicar aspectos del régimen político chino y sus bases autoritarias.
Sin caer en paralelismos fáciles, no podemos ignorar que en la tradición confuciana el soberano, si bien tiene un poder absoluto, debe gobernar tomando en cuenta el bienestar del pueblo pero decide cuáles son las pautas de este bienestar. El lema tan común en la terminología del socialismo en China “servir al pueblo”, si bien tiene connotaciones diferentes al sentido que se le daba en la China tradicional, no era un concepto del todo extraño, como tampoco lo era el que fueran los dirigentes quienes decidían lo que aquél implicaba.
Una característica del pensamiento de Mao que ha llamado siempre la atención de los occidentales, es su insistencia en que si bien el cambio material es necesario, más importante aún es el cambio de mentalidad. La transformación del hombre es la clave de la transformación de la sociedad y del progreso económico. Mao está seguro de poder moldear la mentalidad china y así lo afirma en su artículo que publicó en el diario Hung ch’i en 1958: 5 “La conciencia política de las masas aumenta rápidamente….En vista de eso, nuestro país tal vez no necesita tanto tiempo como antes se pensaba para ponerse al día con los grandes países capitalistas en cuanto a producción industrial y agrícola.
El factor decisivo, aparte del liderazgo del Partido, son los 600 millones de seres”. Y dice más adelante: “Además de otras características, los 600 millones de habitantes de China tienen dos peculiaridades notables: son, en primer lugar, pobres, y en segundo término, son como una hoja de papel en blanco. Los pobres quieren cambios, quieren hacer cosas, quieren revolución.
Un pedazo de papel en blanco no tiene manchas y es así como las palabras más nuevas y más bellas pueden escribirse en él, las imágenes más nuevas y más bellas pueden ser pintadas sobre él”. En otra ocasión, hablando de los componentes de su primer ejército, dice que lo primero que tuvo que hacer con estos elementos humanos tan dispares fue inculcarles una conciencia de lo que se esperaba de ellos. El concepto del auto-cultivo presente en todos los filósofos confucianos es retomado por Liu Shaoqi en su obra “Cómo ser un buen comunista” En esta obra, el “auto cultivo” es fundamental para forjar y transformar al individuo. Marx afirmó que el ser humano tiene la capacidad de cambiar, y los filósofos confucianos expresaron la misma idea.
Un buen comunista subordina su interés personal al del Partido. Si sustituimos “partido” por “soberano”, tenemos un claro ejemplo de “lealtad” confuciana. El cambio mediante la transformación interna es un tema que aparece en todos los escritos confucianos y está mejor ilustrado en el libro de la Gran Sabiduría: ….”cuando la voluntad es sincera, la mente se rectifica; cuando la mente se rectifica, la vida personal se cultiva y la familia se ordena; cuando la familia se ordena, el Estado está en orden y cuando el Estado está en orden, hay paz en todo el mundo. Desde el hijo del Cielo hasta la gente común, todos deben ver el cultivo de la vida personal como la raíz o el fundamento”.
La educación es un instrumento esencial para que se opere este cambio desde adentro. La educación fue una preocupación fundamental para los pensadores de la China tradicional. En primer lugar, Confucio mismo había hecho hincapié en la necesidad de una educación universal: “En la educación no debería haber distinciones de clases”, es una frase de Confucio que los chinos citan con orgullo. China, además, tuvo una enorme ventaja para lograr la unidad cultural a través de una lengua escrita única y una tradición oral que se transmitió a lo largo y ancho del país. Mientras las clases privilegiadas estudiaban a los clásicos confucianos y se empapaban de sus ideas, el pueblo escuchaba en las plazas cuentos que ilustraban las virtudes confucianas.
En China, la difusión del pensamiento de Mao se hizo tanto en las escuelas como en los lugares de trabajo, en las plazas de las aldeas, usando canciones, cuentos y teatro callejero. La educación tiene, desde Confucio hasta el presente, un doble carácter: es tanto intelectual como moral. Aprender no es únicamente aprender una técnica, un oficio, es volverse “bueno”, como dice el filósofo del siglo IV Xunzi: “Si oprimimos la madera contra otra para enderezarla, podemos enderezarla; si acercamos el metal a la piedra de afilar, podemos afilarlo; si el hombre superior estudia mucho y se auto-examina cada día, su sabiduría saldrá a flote y su conducta será intachable”. Tanto en la China de Confucio como en la de Mao existe la creencia de que se puede transformar educando y que la educación constituye un instrumento de cambio social y político. Como dice Mao: “Nuestra política educativa debe permitirle a cualquiera que recibe una educación, desarrollarse moral, intelectual y físicamente y volverse un trabajador con conciencia socialista y culto”.
La educación tradicional en China, la que recibían los candidatos a funcionarios del gobierno, se basaba en los clásicos confucianos y, más que impartir conocimientos prácticos, pretendía formar individuos ideológicamente moldeados en la moral confuciana. Durante los años de gobierno socialista, se planteó en China más de una vez el problema de ser rojo y experto.
Para los observadores occidentales, era interesante ver cuánto énfasis se ponía en lo del rojo y cuánto en lo del experto en diferentes épocas para determinar las fluctuaciones ideológicas. Estos dos conceptos, sin embargo, no han sido separados jamás y no es cuestión de cuánto de uno o de otro tendrá un buen comunista; volverse experto es educarse, y educarse implica tanto adquirir un oficio como conciencia socialista. Han sido innumerables los intentos para lograr estas dos funciones de la educación, y si examinamos los textos escolares de la época a partir del nivel de primaria, en cada experiencia educativa hay un elemento que trata de incorporar la ideología.
En muchas épocas de crisis en la historia de China y durante la época del socialismo, se ha propuesto remediar las crisis políticas y sociales a través del cambio educativo. Durante la dinastía Song (siglos 10 a13 de nuestra era) se habló de un cambio en el sistema de educación y de exámenes para conseguir un cambio político y social. En la China nacionalista, gente como Hu Shih gritaba: “¡salvemos al país mediante la educación!”, y Dewey se volvió el filósofo predilecto de esa época, pues decía: “La democracia es una cuestión de creencias, de actitud hacia la vida, de hábitos mentales y no solamente una cuestión de formas de gobierno”. Mao, por su parte, desde 1964 implantó, como medida contra el revisionismo, algunas reformas educativas, como la de crear escuelas de mitad-trabajo, mitad-estudio, enviar estudiantes al campo, etc. Cuando empezó la revolución cultural, fueron cerradas las escuelas a fin de organizar una reforma más a fondo que condujera a una verdadera sociedad sin clases. El ataque feroz a los intelectuales en esa época, se explicaba por la percepción de Mao según la cual, a pesar de todos los años que habían transcurrido desde el triunfo de la revolución, no se había logrado borrar la diferencia entre los que, según el filósofo confuciano Mencio, trabajan con la mente y los que trabajan con las manos. En una sociedad que pretendía ser igualitaria, esto era inadmisible.
Al mismo tiempo, los ideólogos del Partido encontraron en la escuela rival del confucianismo, el legismo, una doctrina que justificaba el poder total del soberano pero basado en leyes y reglas a las que debían someterse todos.
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Una versión de este artículo se publicó anteriormente en el portal http://asiapacifico.utadeo.edu.co
* Flora Botton es investigadora en asuntos chinos y docente del Colegio de México.
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