Hombres y mujeres llorando, tractores y palas mecánicas, huesos que se desparraman para todos lados. Esto es lo que está ocurriendo en Henan, en donde se está llevando a cabo el movimiento para erradicar los cementerios. El objetivo es recuperar la tierra para uso agrícola, con la tácita aprobación de los antepasados, pero no de aquellos que aún viven.
En el curso de los últimos meses, en Zhoukou – una de las ciudades más antiguas de China, ubicada en la llanura atravesada por el río Amarillo, en la provincia de Henan – fueron removidas más de 2 millones de tumbas, a consecuencia de una nueva política del gobierno local que quiere aumentar la superficie de tierra cultivable. Sin embargo, las nuevas medidas fueron seguidas con fuertes críticas e indignación por la opinión pública.
En marzo pasado se tomó la decisión de destruir los cementerios y se extendió también a las regiones vecinas. Incluso el gobierno local prometió recompensas financieras, ayudó con un masivo despliegue de propaganda y proveyó la maquinaria necesaria. La excusa es el “Reglamento de Funerales”, que promueve la cremación en vez de la inhumación, una política iniciada en 1949 durante la fundación de la República Popular.
Fue el mismo Zhou Zuoren, eminente intelectual que vivió en la primera mitad del siglo XX y hermano menor del padre de la literatura moderna china Lu Xun, quien explicó la importancia de esta medida. En un artículo de 1951 destacó que “la cuestión de la tierra es fundamental para la producción. Debemos restituir la tierra a quienes viven, de modo que los muertos no dañen a los vivos sin obtener ningún beneficio para ellos mismos”.
Pero los tiempos han cambiado. Aquel era el período dorado del comunismo chino, Mao acaba de tomar el poder y se buscaba racionalizar e intervenir pragmáticamente las tradiciones milenarias y las prácticas sociales para favorecer la construcción de un nueva china, donde todos tendrían al menos un plato de comida asegurado.
Desde entonces pasaron 60 años. China se convirtió en una potencia mundial y la segunda economía del planeta. Las nuevas políticas fueron seguidas en algunas regiones, hasta el punto que en Nanhai, en la provincia costera de Guangdong, el porcentaje de cremación de los difuntos llegó al 100% en el año 2000.
En el campo, donde las costumbres campesinas permanecen más fuertes y las industrias no se han establecido al mismo ritmo que en las ciudades, la tradición de sepultar a los difuntos ha resistido el paso del tiempo. El culto de los antepasados y el deseo de tener un lugar físico donde llorar a las personas queridas está más arraigado que las políticas lanzadas en nombre del desarrollo científico.
Poco antes de la apertura del XVIII Congreso, que designó a los líderes chinos de la próxima década, los ciudadanos de las áreas donde se está llevando a cabo la destrucción de cementerios presentaron una petición en el Consejo de Estado [1].
En la tradición china, la remoción de tumbas es considerada de mal augurio y un signo de comportamiento indecente. Y esto no ha cambiado en la actualidad. También la ley defiende esta postura, según el código civil, una tumba que contenga restos humanos u objetos conmemorativos debe considerarse propiedad de la familia del difunto en cuanto preserva la dignidad humana.
Este es uno de los motivos que explican la reacción de los habitantes de Zhoukou. Cuando se remueven millones de tumbas, se está deshonrando la memoria de decenas de miles de personas, por lo tanto es natural que la opinión pública les brinde su apoyo.
Esta situación se suma a las especulaciones de los últimos años sobre el destino de los terrenos expropiados a los campesinos, que después son revendidos a empresas inmobiliarias. Este es el único modo de conseguir dinero de los gobiernos locales y es la causa más frecuente de protestas y manifestaciones – o incidentes de masas, como son denominados en China –. A menudo, los campesinos son obligados a abandonar sus casas para mudarse a departamentos en la ciudad y ahora se encuentran sin tumbas para recordar su historia familiar y llorar a sus antepasados.
A pesar de esta situación, los funcionarios de Zhoukou no cambian de parecer. Según han declarado públicamente, la destrucción de cementerios para ganar terrenos para la agricultura continuará, aún si el Consejo de Estado, presionado por peticiones y colectas de firmas online, tomara una posición contraria a esta práctica.
Jia Guoyang, escritor y dramaturgo nacido en la misma Zhoukou, contó a los reporteros del South China Morning Post lo que vivió cuando el mes pasado volvió a su pueblo natal. “Se me fue el alma del cuerpo”, relataba desesperado, parecía “el fin del mundo”.
Las tumbas de su familia habían sido arrasadas. Podía elegir entre remover personalmente los restos de sus familiares fallecidos o dejarlos a merced de las palas mecánicas. Jia vivió la disyuntiva como si sus propios ancestros estuvieran amenazados, por lo tanto, tomó sus huesos y los colocó en una caja en su casa. Pero ahora siente que no tiene un lugar adonde ir cuando se sienta preocupado. “Mi hija me ha preguntado si sus abuelos podían reposar en paz a pesar de todo” – contó al periodista – “Pero no se qué responderle”.
[Escrito para Il Fatto quotidiano, Italia; Foto: www.thecambodiaherald.com]
Notas
[1] El Consejo de Estado está formado por el primer ministro, todos los ministros del gabinete y los jefes de las mayores organismos gubernamentales, como el Banco Central por ejemplo. Es el encargado de supervisar el día a día del funcionamiento del país.Lea más sobre la situación social en China:
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