Liang Hong y la literatura de zonas rurales

In by Simone

“Better city, better life”. Mejor ciudad, mejor vida – este era el eslogan de la Expo de Shanghai y, por extensión, del desarrollo en China hoy. Pero, ¿y los campesinos? Liang Hong, una escritora fascinada por el campo, regresó a su ciudad natal para tratar de entender qué significa hoy esa vida rural y cómo está cambiando para sus habitantes. Y escribió un libro, del que habló durante una charla realizada en el marco del Festival Literario del Bookworm en Beijing.
Hasta principios de los años noventa, los intelectuales en China sintieron una gran fascinación por la literatura rural y surgieron muchas generaciones de grandes escritores. Algunos de ellos llegaron a ser traducidos en Occidente, como sucedió con Mo Yan y Yan Lianke.  Pero con la entrada del siglo XXI, esa fascinación desapareció.

Ya no es la China campesina la que intriga a los escritores y lectores, sino las ciudades y el galopante proceso urbanización, que en diciembre hizo de China finalmente una nación más urbana que rural.

“Me comencé a sentir incómoda  yo también. Los agricultores protagonistas de los libros difieren cada vez más de los agricultores reales. Y comenzaron a desaparecer de los discursos y documentos oficiales de la propaganda. El clímax llegó con la consigna de ‘Expo de Shanghai, ‘mejor ciudad, mejor vida’. ¿Y quién no vive en la ciudad?”, señala Liang Hong, quien se ha dedicado a estudiar la literatura rural china.

La China de la aldea Liang,
su último trabajo y su primera obra de no ficción, intenta responder a esa pregunta. Liang es el lugar donde nació y donde reside su familia. Desde que la dejó, Liang es esfuerza por regresar por lo menos un par de veces al año. Pero en 2008, en plena campaña olímpica, decidió volver con un espíritu diferente.

“Me sentía excluida de la realidad” sentada en el escritorio de la Universidad Normal de Beijing estudiando y enseñando literatura rural, señala Liang. "Así que compré un billete de tren para regresar a casa. Aún allí se sabía que ese año China sería la sede de los Juegos Olímpicos -¡la televisión no falta en el país!-, pero ciertamente no era la principal preocupación de la gente”.

En aquella ocasión Liang vio por primera vez su pueblo con nuevos ojos. Era un pueblo del norte de China, igual que millones de otros. "No es grande ni pequeño, ni rico ni pobre. Se había desarrollado en los últimos treinta años, acompañado por los problemas comunes a muchos otros pueblos del norte de China: los residuos, la desertificación, la contaminación, así como la destrucción y la reconstrucción de edificios. Como en muchos otros lugares, hace treinta años había un arroyo y un lago, hoy desaparecidos”, cuenta.

Podría ser un caso de estudio para volver a entender el campo chino, pensó, con el fin de comprender qué futuro reserva la más nueva China para los agricultores. Le parecía claro que dentro de las perspectivas del gobierno central, dentro del imaginario que China está construyendo, los pueblos y los agricultores no tienen lugar. “Tendrían que ser absorbidos”, dice.

Lo que no podía entender la escritora era cómo y por qué. Lo que era evidente para ella era que los pueblos eran los lugares idóneos para preservar las raíces y tradiciones de todo el país. Tras entrevistar a los habitantes del pueblo se hizo más fuerte en su mente la idea de que éstos, aunque al parecer llevan una vida completamente normal, en realidad cargan con todas las contradicciones y los dolores de la pobreza moderna de China. 

Una pobreza que difiere por completo de la experimentada en la década de los cincuenta."En ese tiempo se podía hablar de los trabajadores organizados mediante redes y estructuras sociales, pero hoy se trata de trabajadores migrantes, solos”, señala. Los migrantes de hoy acuden a la ciudad en busca de fortuna, a menudo dejando a sus hijos bajo el cuidado de sus padres en las ciudades de origen, muchas veces sin verlos por dos o tres años consecutivos.

Trabajan duro, sin ninguna red de seguridad. Nadie los acoge. Ni las estructuras sociales de las ciudades, ni sus habitantes. Son tolerados siempre y cuando haya trabajo por hacer, pero al primer control serán ilegales. Además de temporales. La mayoría no tienen permisos de trabajo o de residencia. Y sus hijos no pueden asistir a escuelas de la ciudad. 

Esto es lo que encontró Liang en las historias de las personas que entrevistó para tratar de reconstruir su retrato del campo chino: situaciones familiares al límite de lo imposible y un dolor oculto en la parte inferior del estómago. Y mientras tanto su hábitat está desapareciendo, posiblemente por siempre.

[Fotos cortesía de Jaywei80 y del Bookworm]

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