Li Na, la tenista libre de China

In by Simone

Liu Yandong, única mujer dentro del Politburó chino parece haberle enviado un telegrama de agradecimiento. 300 millones de personas siguieron la final del Roland Garros contra la italiana Francesca Schiavone para constatar si al fin, un compatriota podía llevarse el gran título. Lo logró y los chinos hoy celebran a su nuevo héroe.

Li Na es la primera china en ganar el Grand Slam. Y aunque el fervor nacionalista se siente, la prensa china no la catapulta al estrellato sino más bien, celebra con calma su triunfo. Ella es inmanejable e incontrolable: tatuaje en el pecho, voz franca y un carácter abierto y rebelde. Precisamente, su camino hacia la victoria fue logrado únicamente cuando se liberó del abrazo protector del Gobierno chino: se hizo independiente, manejando de forma personal sus entrenamientos, sus entrenadores y sus ingresos económicos.

Hoy, su popularidad ya está desplazando a dos deportistas más chinos que ella: el basquetbolista Yao Ming y la estrella atlética Liu Xiang, configurando una nueva forma de campeón chino. Individualista, con visión global y con un sentido humorístico lejano a la retórica propagandista de su país.

En la red china, días antes de la final comenzó a girar una invitación burlesca: “Si Li Na gana el Roland Garros el mismísimo 4 de junio, vamos todos a festejar a la Plaza Tiananmen”. Naturalmente, una acción imposible y contradictoria por la coincidencia de las fechas: hace 22 años, ese mismo día cientos de estudiantes se enfrentaron allí a las autoridades chinas. La fecha no logró escapar a uno de los periodistas en la rueda de prensa después del encuentro y lanzó como bomba la pregunta. “¿Preguntarme por el 4 de junio de 1989? ¡Están locos!” respondió en mandarín.

Esos son límites en los que ella no quiere entrar: ni abandera ni ataca. Nunca agradeció a su país por su éxito. Su carrera fue victoriosa solo cuando abandonó el sistema chino para crear ella misma uno independiente. Si hubiera sido por el rígido sistema deportivo local, aún modelado al estilo soviético, Li hubiera abandonado el tenis. Algo que ya había hecho en 2002, excepto que en ese momento fue llamada por la Federación Olímpica de 2008. Aceptó, pero sólo bajo sus condiciones. Escogió sus entrenadores y negoció con el Estado sus prestaciones: en lugar del 65% aplicado a todos los deportistas, solo devolvería el 12%.

De hecho, durante los Juegos Olímpicos estalló un pequeño escándalo cuando invitó a los chinos a estar callados en sus partidos. Luego, en la rueda de prensa afirmó provocó a sus “patriotas locales” que se enfadaron con su acción: “tengo curiosidad de ver si llegó a la final y ver cuántos chinos estarán allí para enseñarme a jugar tenis”.

Incluso su esposo es ya famoso, a su modo: después de anunciar su amor por él, Li Na lo regañó públicamente por roncar muy fuerte durante la noche, impidiéndole el precioso descanso las noches anteriores a los partidos.

Una pequeña punk con su tatuaje –controversial en cierta forma para los estándares chinos y su historia de jugadora de Bádminton regulada en el sistema deportivo chino de “producción masiva de campeones en laboratorio”. Rebeldemente abandona el deporte de los parques chinos y se va hacia el tenis. También lo abandona por diferencias con el sistema y luego regresa con un éxito que desafía la edad de otras campeonas: 29 años.

Su victoria, además de dar sonrisas nacionalistas, constituye también una espina molesta en el micro-universo deportivo chino. China, enfocada en mantener intacto su softpower mediante la industria cinematográfica y deportiva, tiene una nueva arma, solo que esta vez el gobierno no controla el gatillo.

Li Na es en sí misma un reflejo de la juventud moderna nacida después de los ochenta: poco interesada en política o propaganda, alejada de la retórica nacionalista y muy directa en sus aspiraciones (“dinero y tarjeta de crédito” dijo una vez). Ella revela el individualismo clásico de la China contemporánea: sin tener encima el discurso controlado del Partido Comunista.

Hasta ahora, los medios oficiales celebran con moderación, modelando y escondiendo detalles frente las razones de su éxito, catalogándola como un nuevo ícono en el panorama internacional. Casi como cuando se promueve una estrella de rock: un símbolo nacional, que refleja rasgos del país y que deja en alto el nombre patrio, pero que en el fondo, pega pataditas molestas al gobierno. Y esta vez, además, refleja a los “compatriotas” que China avanza de muchas formas, incluso aquellas no delimitadas por el Partido.