El otoño próximo en el Gran Salón del Pueblo, sede de la Asamblea Popular Nacional de la Republica Popular China, el gigante asiático se someterá a uno de los cambios de liderazgo de mayor ímpetu desde su fundación en 1949. Se especula que al menos 7 de los 9 miembros del Comité Permanente del Buró Político chino, el grupo de dirigentes de mayor jerarquía en el país, se retiren este año. De igual forma, se estima que de los consiguientes 25 miembros del Buró Político 14 de ellos sean rostros nuevos.
En China, la diversificación de la economía ha creado condiciones favorables para el desarrollo de una sociedad pluralista. El surgimiento de una palpitante clase media no solo ha convertido al país en uno de los mercados consumidores más grandes del mundo sino también ha generado un fuerte soporte social por el liberalismo político. Las condiciones parecieran estar dadas para una transición política hacia un sistema de mayor participación popular.
Sin embargo, a tan solo unos pocos meses del cambio de liderazgo, se percibe una apatía política de parte de la población, un sentimiento de indiferencia frente a un sistema “eterno” ajeno al colectivo. Independientemente de la razones detrás de esta paradoja sociopolítica, la disyuntiva pone en duda la posibilidad de una transición democrática en China.
En una entrevista con la revista Foreign Affairs en 1994, Lee Kuan Yew, catalogado el “Padre de la Singapur moderna”, le advierte a los países occidentales de “no imponer su sistema político indiscriminadamente sobre sociedades en las cuales no funcionaría.” Lee afirma que la democracia occidental, con su énfasis en derechos individuales, no es adecuada para gobernar sociedades fundadas sobre valores confucianos.
La visión de Lee, aunque compartida por un número considerable de personas, nunca ha sido universalmente aceptada. Kim Dae-jung, expresidente de Corea del Sur y premio Nobel de la paz en el año 2000, argumenta en respuesta a las afirmaciones de Lee que el obstáculo mas grande para la democratización del Este asiático no es su cultura sino “la resistencia de los gobernantes autocráticos y sus apologistas.” Kim acusa a Lee de promover una visión errónea de los valores asiáticos, refiriéndose a su argumentación como “no solo insostenible sino también personalista.”
Las dos principales figuras políticas en China, Hu Jintao y Wen Jiabao, ambos han manifestado públicamente la necesidad de reformar el sistema político chino, exaltando que la configuración del sistema actual es insostenible. La incógnita que no aclaran los dirigentes es si dichas reformas implican algún nivel de democratización.
La posibilidad de que la evolución del sistema chino culmine con una transición democrática quedará en manos de la quinta generación de líderes. No obstante, no hay que descartar la alternativa: que el sistema autoritario chino se convierta en una opción viable bajo condiciones de modernización e integración económica.
El éxito del nuevo gobierno chino dependerá de su capacidad para satisfacer las necesidades de su población. Estancamiento económico, desigualdad social y corrupción quebrantan la legitimidad de cualquier gobierno independientemente de su filosofía política, factores todos presentes en la China de hoy en día. Una eventual crisis política en China no solo sería perjudicial para sus habitantes sino también para el resto del mundo, en especial Latino América quien se ha beneficiado notablemente del insaciable apetito por recursos naturales de la República Popular. El mundo espera que no se equivoquen.
Parsifal D’Sola Alvarado es ingeniero de telecomunicaciones con una maestría en estudios de Asia oriental de la Universidad de Columbia. Reside en China desde 2008 y es columnista del diario El Nacional de Venezuela.
[Foto cortesía de Richard Yuan]