Desde el Far West Chino: Inicia el Ramadán en Xinjiang

In by Andrea Pira

Desde hace meses, Xinjiang vive una escalada de choques étnicos entre uigures y chinos, mismos que han dejado decenas de muertos. Tanques han sido desplegados en las esquinas de las avenidas principales. Fuerzas paramilitares marchan por las calles. En medio de tensiones, ayer comenzó el mes sagrado de ayuno para los musulmanes.

Es martes 9 de julio, dos de la mañana, Ailiyán se despierta a hacer una oración (“salat”) en la que, más que pedir, agradece. Quince minutos después, pasa a la cocina y abre todos los cajones del refrigerador. Tiene cuarenta y cinco minutos antes de que el primer rayo del sol se vea en el horizonte. Cuarenta y cinco minutos para comer y beber todo lo que pueda. Deberán pasar 17 horas antes de poder probar otro bocado.

El Ramadán es el mes sagrado de los musulmanes. En éste, se evoca el periodo durante el cual a Mohamed le fue dictado el Corán por el arcángel Gabriel, mientras hacía ayuno. El Ramadán es uno de los cinco pilares del Islam. Es obligatorio para todos los creyentes a partir de la adolescencia, excepto para los enfermos, los que estén viajando y durante la menstruación, embarazo o lactancia —quienes deberán compensar esos días posteriormente, de ser fisiológicamente posible—. Además de comer, se deben abstener de fumar, tener relaciones sexuales con su cónyuge y de hacer actos pecaminosos en general.

La finalidad es purificar el espíritu de las distracciones mundanas del día a día; generar simpatía por aquellos que no tienen qué comer, y con ello promover los actos de generosidad; y fortalecer la disciplina sobre el cuerpo. Durante este mes se promueve la oración. Las mezquitas hacen lecturas íntegras del Corán para reforzar la fe de los creyentes. Las buenas acciones tienen mucho más valor si se realizan durante este mes.

El Ramadán comienza en el noveno mes del calendario islámico, justo al día siguiente de una luna nueva y se prolongará por un ciclo lunar. Debido a que el sol sale y se pone a diferentes horas en el mundo, cada ciudad suele hacer un cálculo para determinar el tiempo exacto para iniciar el ayuno en la madrugada y el tiempo exacto para romperlo por la noche.

Al ocultarse el sol, la gente sale a las calles a participar en el "Iftar", o festín para romper el ayuno.  Ailiyán, más dormido que despierto, desayuna nan (pan estilo árabe) con mermelada de rosa, un kebap de pollo que compró en la noche anterior y varias tazas de agua caliente. Por la ventana se ven luces encendidas en algunos apartamentos y las estrellas en lo alto. Se escucha la alarma de un reloj despertador a lo lejos. –Este Ramadán será difícil –me dice–. Cayó en julio: hace mucho calor y no puedes tomar agua, y los días son muy largos.

El joven de 25 años mira el reloj cada cinco minutos. Cuando dan las tres de la mañana, se levanta y dice que ya es hora. Pasa a su habitación y comienza a orar. Después, vuelve a la cama. La mayor parte de los uigures sigue el Ramadán, si no al pie de la letra, al menos socialmente: acuden a las oraciones en las mezquitas, se abstienen de consumir alimentos al aire libre y participan en los festines nocturnos. La mayor parte de los restaurantes en la zona uigur de Urumqi están cerrados durante el día.

El Gobierno chino insiste en que la vida continúe como siempre, por lo que sí hay lugares abiertos pero lucen vacíos. Camino rumbo al trabajo –una escuela de idiomas para uigures–. El tráfico de vehículos se ha reducido de forma significativa: ahora puedo cruzar avenidas sin arriesgar mi vida.

Las calles del sur de Urumqi habían sido tomadas desde la primavera por vendedores ambulantes de frutos secos, yogur, sandías, melones y helados. Ahora sólo se ve a algunos estudiantes chinos con paletas heladas o refrescos.

Nunca me había parecido más grande el contraste entre los chinos Han y los uigures como en ese momento, quienes ahora se mantienen bajo techo para minimizar la pérdida de agua. Mi clase de inglés es de 6:00 a 8:00 p.m. Noté que mis alumnos estaban menos participativos. Subeidé, la mejor de la clase, estaba sentada hasta atrás; Sufía llegó tarde; Ainisagúl se estaba quedando dormida; Majmatí estaba en la luna, más de lo usual; Tursun no vino; Merjabá, atenta como siempre. Todos me aseguraron que habían madrugado ese día.

Los primeros días son los más difíciles. El cuerpo necesita reajustarse. El ritmo de pérdida de proteínas es mayor durante las primeras 72 horas. –El jefe quiere que terminemos la clase veinte minutos antes –me dijo un maestro durante el descanso–.

Les diré a los alumnos que tienes un asunto personal, ya que el Gobierno no nos permite interrumpir clases por el Ramadán. Mi clase terminaba a las ocho de la noche, hora en la que se rompería el ayuno. Mis alumnos necesitaban tiempo para ir a sus casas donde sus familias los esperaban, o a cafeterías universitarias o restaurantes, que ya para entonces estarían atiborradas de gente.



Al dar el anunció, todos respondieron rajmet (‘gracias’) al unísono. Salgo de la escuela minutos antes de dar las ocho. Camino con otros dos maestros de inglés. Nos plantamos frente a un vendedor de melón y sandía, quien las tiene partidas en rebanadas pequeñas. Los puestos de comida lucen llenos. La gente tiene alimentos en las manos. Todos aguardamos a que den la señal. De pronto, dan las ocho y el mundo estalla en júbilo. Las rebanas de sandía y de pan se pasan de mano en mano. Me entregan una gran rebanada de melón dulce y me dicen que son gratis. Aquellos que sean generosos con la comida serán recompensados en la siguiente vida. Una señora come una gran rebanada de melón con su mano derecha, mientras que con la izquierda sostiene a un bebé al que amamanta.

Por unos segundos, todos compartimos ese acto misterioso que es comer. Ailiyán me llama y me dice que él ya está en el restaurante y me tiene una silla separada. Me pregunta que qué quiero ordenar, para ganar tiempo. Pese a que llevo casi todo el día sin comer (admito que comí un poco al mediodía), al tener un plato de fideos con verduras y huevo, pierdo el apetito. Ailiyán dice que eso es normal durante los primeros días del Ramadán, pero que pronto el cuerpo se acostumbrará. La gente alrededor de nosotros pregunta a mi amigo si yo soy musulmán y si estoy haciendo el Ramadán. Ailiyán les dice que no soy y que estoy intentando seguirlo. Luego me miran y me sonríen. Un anciano me da una palmada en la espalda. Al volver a la casa, son las diez y media de la noche. Hora de dormir. Decidimos levantarnos a las dos de la mañana para ir al mismo restaurante. La comida de la mañana es la más importante nutricionalmente: la gente prefiere arroz a fideos (mejor aún si ese arroz es frito),
además de un buen pedazo de carne de cordero.

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Hoy miércoles estoy haciendo el ayuno completo. Desayuné en grande en aquel restaurante a las 2:30 a.m. Me forcé a comer, a esa hora no tenía hambre. Han pasado casi doce horas desde entonces. Me sorprende que pueda estar sin café y sin agua. No me he sentido cansado. Supongo que en el Ramadán hay una especie de fuerza oculta, cuyo centro radica en lo colectivo. Saber que no estoy solo y que formo parte de algo enorme inhibe mi aparente adicción por el café matutino. Más de 1,400 millones de personas en el mundo sienten algo similar a lo que siento ahora, si acaso mucho más intenso y espiritual.

Mi agenda para el Ramadán:

02:00 am – Despertar
03:00 am — Última mordida, último trago y volver a dormir
07:30 am — Despertar
08:30 am — Trabajar en casa
06:00 pm — Dar clase
08:00 pm — Ir al puesto de fruta más cercano para romper el ayuno
08:30 pm — Cenar
10:30 pm — Dormir

Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Cambalú. Haz click acá si quieres saber más de este blog.

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