Desde el Far West chino: El comienzo en el restaurante

In by Simone

Ve al restaurante que está en Yan’An Lu y pide trabajo –me dice Laila por celular. Es octubre de 2012.

Me doy una ducha, me paso la rasuradora, el desodorante, y salgo del triste hostal oliendo a perro limpio. Es una cálida mañana de otoño, de las últimas antes de que llegue el aplastante invierno. Tomo un bus al Gran Bazar y de ahí camino hasta el restaurante. Laila me había dicho que no fuera a la hora de comida. Miro reloj y decido esperar en un KFC. Pese a que pido un café, me quedo dormido en la mesa.

Despierto una hora después, y vuelvo al restaurante. Las puertas giratorias me llevan a otra dimensión: la dimensión turca. En la entrada, tienen a un hombre de más de dos metros de altura vestido de sultán, que se pasea por los salones. Tiene los ojos pequeños y las manos huesudas. Hay candelabros inverosímiles, muebles con diseños arabescos y chicas vestidas con trajes típicos de la región. Me acerco a la recepcionista –una linda chica uigur con demasiado delineador– y le digo que estoy buscando trabajo. Ella me dice que tengo que ir al edificio a un lado, al piso decimosegundo. Le pregunto su nombre y ella me responde algo como “Miri”. Miri. El hombre sultán me mira desde sus alturas. Me escabullo antes de que decida comerme.

Los pasillos del edificio administrativo lucen viejos y arruinados, lo que hace parecer a la escena anterior un sueño. Nadie se molestó en prender la luz del pasillo. Hago escala en el baño para liberar el café del KFC y el mingitorio no está conectado a la tubería, así que tan pronto sale la orina, es orina que cae por abajo y salpica mis zapatos. Busco papel pero no hay, ni siquiera jabón o agua.

Hay una puerta con un papel pegado, en idioma uigur. Toco la puerta y entro. Adentro, hay unas quince personas reunidas que voltean a verme y dejan de hablar o moverse, como si estuvieran secreteándose. Cierro la puerta y decido esperar. Siento mi cara sonrojada. “¿Qué hago aquí?” Me voy a una esquina y miro hacia el suelo. Mis zapatos siguen salpicados.

Después de una hora de espera, se abre la puerta y me piden que pase. Les hablo en chino pero no parecen entenderme. Cinco minutos después aparece alguien que puede hablar inglés. Le digo que busco trabajo.

– ¿Qué sabes hacer?

Veinte años de educación privada y apenas puedo decir:

– Eh… aprendo rápido…

Se ponen a discutir entre ellos en uigur y a mí me empieza a dar sueño. Me siento en el sillón y me relajo mientras ellos hablan y hablan. Cuando estoy nervioso, mi cuerpo se apaga y entra en modo ahorro de energía.

– ¿Cuánto quieres trabajar?

– Cuatro o cinco días a la semana; cuatro o cinco horas diarias.

– ¿Cuánto quieres ganar?

No tengo ni idea, así que le tiro a lo alto, como el gigantesco sultán:

– Eh… no sé… ¿tres mil? ¿cuatro mil?

– Los meseros ganan mucho menos.

– ¡Bien! –grito eufórico y todos en la oficina voltean a verme.

– ¿No quieres ver primero el restaurante?

El restaurante tiene cinco niveles. El primero vende productos importados; el segundo es de comida turca, estilo familiar; el tercero es de pescados y mariscos; el cuarto es de hot pot; y el sótano es el de música en vivo. Me decido por este último. Me presentan al mánager, al capi, al profesor Ajmed y al resto de los meseros. El gigantesco sultán entra al salón y todos nos hacemos a un lado en silencio para que pase. Se pasea con una solemnidad de una vaca sagrada. Cuando sale, reanudamos lo que estábamos haciendo.

De vuelta al piso doce, me dan un montón de papeles en chino y en uigur. Finjo entender lo que dicen, haciendo ruidos como “ahh”, “oh”, “ya veo”. Miri entra y me pregunta que si hay algún problema, yo digo “ninguno, Miri”. Después firmo absolutamente todo, y me dicen que empiezo el miércoles.



Jorge A. Ríos escribe desde Urumqi. Su blog se encuentra en China Files y en Desde el far west chino. Haz click acá si quieres saber más de este blog.