Última entrada de la serie “Crónicas de chinos en Colombia”. Natalia Marriaga, desde una perspectiva de las empresas chinas establecidas en Colombia, la relación entre la inversión china en el país y el beneficio que éste trae. La respuesta da un breve análisis hacia el cómo se están tejiendo las relaciones entre ambos países, donde cada país piensa que es fundamental para el otro. Pero la realidad muestra que ambos están usando del otro de forma instrumental, pero hay uno que está sacando mucho más que el otro. Muy a pesar de que Colombia crea que está en posición ganadora.
Es un día laboral común y corriente entre las calles 72 y 76, entre las carreras 7 y 15. Quien se pare en el techo de uno de los edificios de esa zona, sabrá el momento justo en que el reloj marque las doce del día, pues verá cientos de hormiguitas afanadas abandonar las oficinas y llenar las calles. Son los ejecutivos que salen a almorzar. Entre ellos sorprende la cantidad de chinos que colman restaurantes y cafés para tomarse un breve descanso antes de seguir produciendo ganancias para sus respectivas empresas.
Según datos de la Cámara de Comercio e Integración Colombo China (CCICC), en el país hay instaladas 22 grandes empresas que llegaron del gigante asiático, casi todas, en los últimos 10 años. La mayoría de ellas tiene sede en Bogotá y todos los días crecen. Basta subir al octavo piso de un edificio del sector y ver que el piso entero está poblado de unos setenta chinos inmersos en las pantallas de sus computadores. Más impresionante es la misma escena en la calle 93 con carrera 14, donde no es un piso sino un edificio completo del que brotan chinos en distintos momentos del día.
Después de la visita oficial del presidente Juan Manuel Santos a Beijing, esas 22 empresas están en el radar del gobierno. No parece importar la razón social de ellas, sean de tecnología, de autopartes o petrolera, su sola presencia en el país está acaparando la atención de los dirigentes colombianos. Empresarios y diplomáticos están convencidos de que juntos, China y Colombia podrán lograr grandes cosas.
Carlos Alberto Ospino, director de proyectos de la CCICC, también lo cree: “Ellos traen inversión y empleo. Este tipo de empresas benefician al país porque, aparte de sus actividades comerciales, también tienen programas de interés social. Hacen eventos y donaciones muy atractivas para nuestro país”. Para la muestra, un botón de la página oficial de Huawei: “Desde 2008, los empleados de Huawei Colombia han donado materiales y visitado huérfanos en Bogotá, en asociación con la Parroquia San Vicente de Paul” (Huawei Latin American Fact Sheet, 2011). Es satisfactorio saber que las empresas no solo practican capitalismo rampante, sino que también invierten en la comunidad y generan empleo. Por ejemplo, son colombianos los que ocupan la mayoría de los 800 puestos que ofrece la empresa de tecnología ZTE.
El director de proyectos se deshace en elogios de los beneficios que trae la cooperación mutua: “También quieren invertir en materia de infraestructura. Los chinos son los principales interesados en construir un canal férreo que comunique el Atlántico con el Pacífico. Adicionalmente, están interesados en la recuperación de la navegabilidad del río Magdalena. Eso, por supuesto nos trae beneficios”.
Por otro lado, Ospino explica que no solo es provechoso para Colombia que las empresas chinas se instalen en Bogotá, sino que el país les ofrece a los chinos un clima de inversión envidiable comparado con el de algunos vecinos: “Colombia ofrece una estabilidad que, por ejemplo, no tiene Venezuela, donde el presidente puede nacionalizar una empresa cuando se le antoje”, dice con su dejo a propaganda institucional.
El clima de inversión no puede ser la única razón. Huawei llegó al país en 2001 cuando la zona de distención concedida a las FARC no era el mejor aliciente para que una empresa extranjera viniera a Colombia. ZTE llegó en 2004, cuando la seguridad mejoraba, pero aún estaba lejos de ofrecer garantías. Incluso, en 2011, cuando los problemas internos del país no representaban una amenaza latente para los extranjeros, un grupo de chinos vinculados a una petrolera fue secuestrado en Caquetá. Si bien los medios le dieron gran protagonismo al suceso, pronto se apagaron las voces y sólo se volvió a saber de ellos cuando fueron liberados el pasado 22 de noviembre. En ese orden de ideas, tiene que haber algo más que hale a las empresas de la segunda economía del mundo a este pequeño rincón de América.
Un ejecutivo chino que prefiere mantener su nombre en reserva, aunque reconoce que el país ofrece seguridad a los inversionistas, deja la sensación de que igual irían al sitio que fuese si eso permite expandir sus ganancias. Él explica: “La razón para estar acá es sencilla: el mercado colombiano nos necesita. Nosotros venimos con empresas de alta tecnología y ustedes no tienen esa industria. Nuestra competencia son otras empresas extranjeras, ninguna colombiana”.
Xu Wenhua, cuyo nombre en español es Roberto y le cuesta trabajo pronunciarlo, es miembro del departamento de ventas de ZTE: vino con la multinacional, lleva varios meses en el país, no habla español y probablemente partirá cuando la empresa así lo determine. Sorprende verlo vestido de jeans y camisa cuando los ejecutivos de otras compañías usan traje y corbata, pero su informalidad es lo de menos, lo importante es que coincide con el anterior ejecutivo. “Para nosotros es conveniente establecernos acá. Colombia y Latinoamérica son mercados emergentes que se están desarrollando rápidamente. Eso representa muchas oportunidades para nosotros, pues no estamos compitiendo con ustedes, sino supliéndoles algo que no tienen”, afirma Roberto.
Lu Sun, gerente administrativa de ZTE, luce informal como Xu. Su historia, sin embargo, difiere de la de él, pues su padre vino a Colombia hace muchos años y hace cinco la convenció de que probara suerte en el país. Ella llegó hace cinco años sin saber una palabra de español y se dedicó a aprender el idioma y a enseñar mandarín. Hoy, habla un español impecable y se desenvuelve tranquilamente en cualquier tema. Hace tres años trabaja con ZTE y desde entonces adoptó el estilo de vida propio de los ejecutivos que la empresa trae desde China: vive cerca de la sede de la compañía en el apartamento que ésta le adjudicó, con quienes le dijeron que lo hiciera y almuerza lo que el chef de la compañía, chino, prepara todos los días para satisfacer el paladar chino. Más allá de su cotidianidad, ella hace énfasis en la oportunidad de crecimiento que supone para China instalarse en un país como Colombia. Explica que el tigre asiático produce muchas unidades de cuanta cosa existe e incluso se arriesga a afirmar: “El 95 por ciento de los productos que se consumen acá, son hechos en China. Ropa, computadores, carros; hasta agujas”. El 95 por ciento puede ser exagerado, pero la balanza comercial entre China y Colombia está claramente inclinada a favor de ellos.
Así, como en todo, la razón de venir a Colombia es crecer económicamente. No es que el país tenga una ventaja especial ni un lugar reservado en el corazón de los chinos, sino que, como lo dice Lu: “Nosotros estamos en todos los países; todos sin excepción. No escogimos venir acá. Simplemente es parte de nuestra estrategia de mercadeo”. Aunque la página oficial de ZTE dice que la empresa está presente en 140 países —eso es casi como estar en todas partes—, y si además la industria nacional se encuentra atrasada y el mercado está necesitado, los chinos hicieron moñona viniendo. Casi que le están haciendo un favor al país al proveerlo con lo que no ha podido desarrollar.
Puede que sí estén supliendo al país con mucho de aquello que los colombianos no han hecho por cuenta propia, pero tampoco están haciendo un favor. Si bien Ospino insiste en los incalculables beneficios que tendrá el impacto de empresas chinas en el desarrollo nacional, absolutamente todo tiene un precio: “Los chinos dicen: ‘Si nos sale muy costoso importar, por ejemplo, carbón, pues mejoraremos las condiciones para que no salga tan caro. Si les desarrollamos infraestructura es para que nos ofrezcan un precio más atractivo’. Ellos aspiran a que las inversiones que hagan en nuestro país sean retribuidas en competitividad”. Por supuesto. Eso tiene más sentido que el altruismo que parecía rodear las relaciones diplomáticas en donde se veían beneficios para todas las partes sin sacrificio alguno.
A lo anterior hay que añadir que la reunión del presidente Santos con su homólogo Hu Jintao era necesaria, después de todo, ya era hora de que el gobierno le diera su merecido reconocimiento a China. Sin embargo, es optimista decir, como lo hizo nuestro mandatario, que “Colombia ya está posicionada en Asia Pacífico”, cuando en 32 años de relaciones bilaterales ha habido tan solo cuatro visitas oficiales de presidentes colombianos a China. Por ello, Juan Camilo Romero, director administrativo de la CCICC, reconoce que la visita fue significativa, pero mucho menos fructífera de lo que el gobierno la percibe, empezando porque el impacto mediático de la cita presidencial en China fue mínimo en comparación con el que se le dio en Colombia. Su compañero, Ospino, considera que la reunión “fue positiva, pero hay mucha confusión y se crean falsas expectativas; se habló de cosas que están muy lejos de la realidad, como un TLC”.
La periodista política Paula Durán, una de las enviadas especiales que cubrió la reunión entre presidentes en Beijing, también notó que se habló muy alegremente de un TLC con China, y no está del todo segura de cuál sería su utilidad: “Todo lo que podemos importar de China ya lo estamos importando. ¿Entonces para qué un TLC? Es como si en Colombia quisieran coleccionar tratados”. Es posible, pero ahora que Colombia implementó el TLC con Estados Unidos, puede que quiera hacer lo mismo con China para no generar envidias.
No obstante, Ospino no ve el TLC con Estados Unidos como un problema para las relaciones comerciales con China y recuerda que el país es la ventana del gigante asiático a Latinoamérica. Incluso cree que es beneficioso para las empresas chinas, pues podrán entrar al mercado estadounidense a través de Colombia, ahorrándose la mitad del camino en transporte y sin tener que pasar por el rifirrafe político propio de las dos superpotencias que no suelen ponerse de acuerdo.
Todo es más claro ahora. Eso era a lo que se refería el director de proyectos cuando decía que Colombia era una ventana. No es el eslogan inspirador que plantea que el país es un punto neurálgico sin el que China no puede operar entre México y la Patagonia. No es que el país más poblado del mundo escoja a Colombia por su ubicación estratégica, gracias a la cual podrá llegar a otros países. La verdad es que puede ir a donde quiera con o sin ayuda; la labor colombiana es de facilitador y no tanto de jugador clave. Más que un aliado irremplazable, el país es una herramienta del coloso económico de Asia. Además, en vista de que China planea suplir lo que nuestra industria e infraestructura no han podido desarrollar, de algo les hemos de servir.
En ese orden de ideas, es preciso asumir el rol como lo que en realidad es. Creer ser el ‘socio estratégico preferente’ de China en América Latina es tanto exagerado como irresponsable, pues genera la sensación de que el trabajo con uno de los tigres asiáticos ya está hecho cuando Colombia sigue rondando la muralla china que hace falta penetrar. Y mientras el gobierno hace alarde de su estrategia en Asia, China continúa interpretando el papel que vino a desempeñar al país: el de proveedor. Así lo dice el ejecutivo que prefirió el anonimato: “Nosotros les damos productos baratos, de calidad, que en Colombia no producen. Ustedes por ahora escogen seguir comprándonoslos a nosotros”. Lo demás es ‘wishful thinking’.
[ Foto: Xinhua ]
Natalia Marriaga Martínez es periodista colombiana, graduada de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. Esta crónica hace parte del especial "Crónicas de chinos en Colombia", escritas como parte de su tesis de grado.
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Para leer las crónicas ya publicadas:
– Todos los caminos conducen a China