Tercera entrada de nuestro especial "Crónicas de chinos en Colombia". Esta vez, tenemos a Kevin o Zhou Xuan, un ejecutivo chino que se enamoró en Colombia y se asentó en el país. Kevin pertenece a esa nueva oleada de chinos que llegaron a Colombia como parte de la movida empresarial que ha impulsado China en América Latina en los últimos años. Kevin llegó con Huawei. Pero a diferencia de los otros, Kevin ya comienza a llamar “casa” a Colombia.
La cápsula
Cápsula: casquillo metálico con que se cierran herméticamente las botellas después de llenas y taponadas con corcho (Diccionario de la Real Academia Española, 2011).
Zhou Xuan, o Kevin, como lo conocen en occidente, es un hombre muy especial. Eso dice él y yo le creo.
Este ejecutivo, ingeniero electrónico de profesión, a sus 33 años ha vivido más de seis en Latinoamérica. Su experiencia abarca Colombia, Perú y Bolivia. En 2011 se asentó definitivamente en Bogotá, toma clases de español en la Universidad Nacional de Colombia, y tiene un hijo con una colombiana. En principio, no parecería algo imposible ni impensable; después de todo, no es la primera persona que va al extranjero, sea cual sea su motivación inicial, y termina quedándose en el nuevo lugar, adoptando sus costumbres e incluso, haciendo familia. Sin embargo, al co nocer las historias de otros ejecutivos chinos en Bogotá, nos damos cuenta de que el caso de Kevin sí es excepcional, y de que él es un hombre verdaderamente especial.
Kevin llegó a Colombia, por primera vez, en 2005. Como la mayoría de ejecutivos chinos en el país, llegó porque la multinacional para la que trabajaba, Huawei, la empresa china con mayor presencia en Colombia, lo ubicó acá. Kevin explica que la razón por la que lo trasladaron a él y a muchos otros compañeros de trabajo es que Huawei es china, y necesita chinos que la manejen y la administren. Lo dice como si fuera apenas evidente. Su tono denota sorpresa por tener siquiera que dar la explicación y al fondo se asoma cierta condescendencia, como si todos debiéramos saber la regla de oro que indica que una empresa china solo puede ser administrada por chinos. Le pregunto si, acaso, en todas las sedes que tienen alrededor del mundo cuentan con comitivas enormes como la de Bogotá, que es de unos 80 chinos. ¿No podrían tener solo un puñado de chinos que supervise y que el grueso de la maquinaria de la empresa funcione con personal local? Él solo mira perplejo y repite: “La empresa es china y necesita chinos”. Lo repite varias veces mientras explica que la empresa está abierta a cualquier posibilidad y que tanto chinos como extranjeros, pueden ascender. Sin embargo, si se trata de uno de estos últimos, debe estar muy comprometido con la empresa, demostrar su lealtad con la compañía en tiempo y experiencia, y debe respetar y asumir la cultura empresarial china porque, como él lo dice: “la casa matriz de esta compañía es en China y tiene una fuerte influencia cultural de ese país”. Infiero, entonces, que la empresa no está tan abierta a los extranjeros como Kevin insinúa. Que para realmente crecer en ella hay que tener un grado de compenetración cultural que es difícil de alcanzar por un extranjero, sobre todo un occidental. La frase que a estas alturas ya se convirtió en un leit motif, empieza a cobrar mucho más sentido. Tal vez por eso es que aunque la mayoría de chinos viene y se va en lapsos de pocos años, como “la empresa es china y necesita chinos”, unos se van, pero siempre llegan nuevos.
Aunque Kevin la describe como “métrica”, la empresa tiene una estructura administrativa piramidal. Es decir, en cada sede extranjera hay un gerente general que controla y se responsabiliza de todo. Debajo de él están los gerentes de departamento que le rinden cuentas al gerente general y también al gerente de su respectivo departamento en la casa matriz. Los cargos están claramente diferenciados y las funciones no se traslapan. De no ser así, la alta rotación de los ejecutivos en distintos países (en menos de seis años, Kevin vivió en tres) sería mucho más desestabilizadora para la empresa. Es, precisamente, ese constante traslado el que hace que los ejecutivos no se integren a su nuevo destino, y ello no solo se aplica a los ejecutivos chinos, sino a la gran mayoría de ejecutivos del mundo. ¿Para qué aprender el idioma, entender la gastronomía y crear un vínculo fuerte con el sitio si a los dos años les tocará irse a un lugar donde las dinámicas pueden ser totalmente diferentes? Lo entiendo y es normal. Si hoy vivo en Francia y debo mudarme a Corea un tiempo y después atender las necesidades de la compañía en Sur África y luego en Argentina, no es posible que me involucre de lleno en cada una de esas sociedades. No hay que olvidar que es una misión empresarial y no sociológica o cultural.
Kevin cuenta que cuando se enteró de que sería enviado a Colombia, sus familiares estaban escandalizados, pues el imaginario que tenían de este país era el de una jungla plagada de drogadictos, narcotraficantes y guerrilleros. No ayudaba que en su natal China no hubiera ni drogadictos, ni narcotraficantes ni guerrilleros (al menos no de manera visible y evidente como si los hay en otros lugares), por lo que los referentes de Colombia estaban basados más en estereotipos cinematográficos que en hechos concretos. Por su parte, sus amigos y demás compañeros, también siguiendo unos estereotipos muy marcados, le decían que no le había ido bien porque no lo enviaron a Europa, donde, por supuesto, todo ha de ser maravilloso. Sin embargo, lo consolaban diciéndole que hubiera podido ser peor: hubiera podido ser África, donde, naturalmente, hubiera estado expuesto a hambre y pobreza. Él, en cambio, no tenía expectativas. No sabía nada y no esperaba nada. Esa es la razón, según él, por la que su llegada lo sorprendió gratamente. También debió ayudar el hecho de que, para desagraviar a los expatriados por los inconvenientes que supone alejar a alguien de su entorno social, familiar, cultural y de negocios, la empresa compensa con salarios, bonos y beneficios accionarios que alcanzan los 200.000 dólares al año para los cargos más elevados, como los que ocupó él.
-¿Y para el resto? Pregunto con ingenuidad.
Kevin no especifica el salario de otros ejecutivos que, con menos experiencia, ocupen posiciones de menor autoridad, pero se limita a decir: “Cada caso es distinto. Depende de su historia dentro de la compañía. Lo que sí puedo decir es que el monto varía enormemente dependiendo del cargo”.
Te di todo lo que querías para que nunca conocieras nada más
Spiralling – Keane
La compensación económica es sólo una parte de aquello que hacen las multinacionales chinas, para resarcir a sus empleados por los cambios de locación. Cuenta Kevin que las empresas también suelen resguardarlos como si los estuvieran protegiendo de la peste negra. Ellos no llegan y se aventuran a ver dónde, cómo ni con quién quieren vivir. La empresa les consigue apartamentos en los que viven solos o con otros chinos de la misma compañía. Les asigna empleadas del servicio a las que entregan una lista detallada de las labores domésticas que deben realizar, por lo que los chinos jamás tienen que interactuar con ellas. Mejor lo explica Nicolás Shi, jefe de relaciones internacionales de Huawei, quien después de 14 años en Bogotá no articula tres frases en español; no por incompetencia ni mucho menos, sino porque jamás ha tenido la necesidad y, por consiguiente, no ha sentido interés por aprender.
Al preguntarle cómo se comunicaba con su empleada, respondió tajante, también como si debiera ser obvio: “Yo no tengo que hablar con ella. La empresa se encarga de decirle qué hacer, no yo”. En vista de que no hablan con ellas, ¿será que entrenan a las empleadas para que cocinen comida china con sazón chino? Por supuesto que no. Grandes empresas como Huawei, productora de tecnología para las comunicaciones, cuentan con chefs chinos que, todos los días, preparan el almuerzo y suplen cualquier necesidad gastronómica de los expatriados. De este modo, ellos no tienen que contentarse con una papa chorreada cuando lo que en realidad quieren es pollo gongbao.
Para hacernos a una idea del grado de aislamiento de los ejecutivos chinos en Bogotá, Shi provee el ejemplo perfecto. Es necesario precisar que él tampoco es un caso típico, pues lo usual es que se queden uno o dos años antes de ser trasladados nuevamente y el lleva más de una década acá. Sin embargo, vive como cualquier otro ejecutivo chino en su primer o segundo año: no habla español. No come comida colombiana a menos que sea estrictamente necesario. Su esposa y su hijo viven en China y jamás lo han venido a visitar; él va dos veces al año. En sus muchos años en Bogotá, nunca ha viajado por el país por placer; lo poco que conoce es porque la empresa lo ha llevado. Así las cosas, tal vez no es que no le interese, sino que la compañía se encarga de proveerlo con todo lo que necesita para que nunca tenga siquiera el deseo de explorar otras cosas. Así, pues, la mayoría vive en una pequeña cápsula china en Bogotá, herméticamente cerrados.
No son los únicos. Por ejemplo, los chinos que vienen al país como parte del cuerpo diplomático tienen experiencias similares. Carlos García Tobón, docente de la Universidad Nacional de Colombia, y estudioso de China, relata que unos 20 chinos viven en una casona en Bogotá en la calle 78 más arriba de la carrera séptima. Precisamente porque viven todos juntos, interactúan entre ellos, que comparten costumbres más similares a las que pueden compartir con colombianos, y su integración con locales fuera de las oficinas es prácticamente inexistente.
Lo anterior, pero para el caso de los ejecutivos, lo corrobora Daniela Sánchez, directora comercial y administrativa de la Cámara Colombo China de Inversión y Comercio, quien semanalmente está en contacto con ejecutivos chinos de múltiples empresas. Ella explica que el grado de aislamiento y sobreprotección que las empresas emplean para asegurar la comodidad de sus chinos no es descabellado ni exclusivo de la comunidad china y que es vital para la adaptación de los ejecutivos. Le pregunto si, considerando que no interactúan verdaderamente con el entorno que los rodea, si es una adaptación legítima, a lo que responde: “Yo creo que se adaptan, pero a su manera. La barrera cultural e idiomática es muy fuerte, por lo que la interacción con colombianos es muy poca, se limita a lo laboral. Por eso [les brindan] todas las comodidades. Esas son comodidades que muchos ejecutivos tienen cuando llegan, no solo los chinos”.
Kevin, insiste, y yo le creo, es especial. Él mismo reconoce que lo más duro de venir a Colombia fue dejar la comida. Según él y según todos los chinos que conozco y han pasado por la ciudad, no hay ni un restaurante chino ‘decente’; todos han cambiado demasiado el sabor original de la comida para adaptarse al paladar colombiano. No me he encontrado con el primer chino que recomiende un restaurante en la ciudad. Por ejemplo, Nicolás Shi indica que si él va a un restaurante chino es porque conoce al chef y le preparan comida especial, pues nada en la carta lo satisfaría. Incluso Wu Min Jia, oriunda de Hangzhou y dueña del restaurante La Chinita, dice que ella no tiene clientes chinos porque su comida no es realmente china, sino que es una mezcla de cosas que complacen el paladar local. Por ello, ambos ejecutivos agradecen el servicio que provee Huawei.
Como Kevin es especial, desde que llegó a Colombia se acostumbró a tomar café. Lo hace a regañadientes porque en realidad no le gusta el sabor amargo de nuestra oscura bebida, pero en vista de que en Bogotá se lo ofrecen constantemente, toma casi a diario. Sin embargo, como todo chino, prefiere su propia sazón, así que cocina en su casa con lo más parecido a los ingredientes que encuentra en el mercado local: “Me hacen falta los vegetales. Ustedes comen muchas harinas”. Aunque hay especies, raíces, tipos de té y hasta carnes de uso cotidiano en China, pero que acá no consigue, defendió a la capital del país diciendo: “Claro que no encuentro todo lo que quisiera, pero ahora hay muchas más cosas que cuando llegué en 2005”. Aun así, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, empezó a incursionar en los sabores latinoamericanos. Hoy disfruta felizmente de una empanada y una porción de lechona. Claro está, esa lechona y esa empanada no vienen de algún puesto ambulante en una esquina cualquiera, sino que la come en uno de los restaurantes exclusivos de la ciudad, preferiblemente en Usaquén o las zonas T, Rosa y G. Aún así, vale la pena reconocer el esfuerzo, pues es más de lo que hacen muchos de sus colegas quienes pueden pasar meses en el país y nunca comerse una arepa.
***
Después de su paso por Colombia, fue trasladado a Perú y luego a Bolivia. De Perú tiene muy gratos recuerdos. Le encantaba tener la playa a un paso, el clima cálido, la comida, sobre todo la de mar. Sus padres lo visitaron en 2009 y les complació saber que su hijo estaba rodeado de una comunidad china enorme. Igual que en Bogotá, vivía en una zona exclusiva de la capital peruana. Recuerda que, como en la mayoría de ciudades latinoamericanas, los contrastes socioeconómicos eran muy marcados. Las zonas bellas y prósperas eran supremamente bellas y supremamente prósperas, pero las zonas pobres y devastadas lo eran en extremo. Esas enormes brechas, sin embargo, no lo afectaban. Como descubrimos anteriormente, las empresas los resguardan de todo. Así, Kevin vivió un idilio en el que todo le parecía maravilloso. Aun sabiendo que la desigualdad estaba allí, no la notaba, no lo tocaba. Hasta que lo llevaron a Bolivia.
Kevin dice: “Bolivia parece África. Todo es pobreza, todo es suciedad, hasta lo bonito es, bueno, no tan bonito”. La idea que se tiene de África es la de un continente sumido en la miseria donde todo es arena, calor y hambre y no hay un solo vestigio de modernidad. Además, los chinos mantienen las apariencias ante todo, por lo que no es usual que critiquen o se quejen de aquello que les molesta. Menos cuando lo que critican puede llegar aludir al receptor del mensaje; es decir, un chino no hablaría mal de América Latina con una latina. Por ello, sorprende que Kevin hable de Bolivia en términos tan punzantes. Pero él es especial y yo no solo le creo, lo constato.
Pasó su tiempo en Bolivia y, contra todo pronóstico, dejó Huawei. Él se reserva los motivos de su salida de aquella empresa que lo había acogido y con la que había estado tantos años. Se limita a decir que era hora de cambiar, que ese ciclo había terminado. Se nota su incomodidad al hablar del tema, frunce el ceño y evade la pregunta como mejor puede. Su novia, una abogada colombiana, lo nota, así que cambiamos de tema rápidamente y entendemos por qué Kevin es tan especial.
-“¿Si ya no estaba vinculado con la empresa y no tenía razones para estar acá, qué lo trajo de vuelta? ¿Por qué Colombia y no uno de los otros países?”- Le pregunto al ejecutivo que, al volver a Bogotá para reunirse con su novia, consiguió trabajo con la firma asesora de proyectos sísmicos Petro Seismic.
-“Porque quería estar con ella (…) Perú me parecía maravilloso, pero acá está la gente a la que amo”- responde Kevin mirando a la mujer que, en el momento de realizar la entrevista, lleva a su hijo en su vientre.
Él habla muy poco español, ella no habla mandarín. Ninguno de los dos tiene un excelente inglés. La comunicación entre ambos llega a ser engañosa y a veces traicionera, pero llevan años juntos y han desarrollado el lenguaje propio de quienes se tienen mucha confianza. Una mirada, un gesto, una señal ininteligible basta para que ellos se entiendan. Es más, a veces, eso les funciona mejor que las mismas palabras.
Yo creo que Kevin es especial, y él mismo lo reconoce así, porque se ha apartado de las convenciones sociales y los pasos que, en teoría, debería seguir un chino de su posición. Él es especial por atreverse a experimentar, por salirse de su zona de confort, por quitar la cápsula que lo mantenía aislado de la sociedad en la que vivía para poder descarrilarse hacia senderos inexplorados por la mayoría de sus coterráneos. Yo creo que él es especial, pero no puedo evitar preguntarme si los demás lo consideran especial o desadaptado. Viniendo de una sociedad donde tener cara (conservar el honor) lo es todo, ¿qué opinará su familia? ¿Qué dirán sus amigos?
Con cautela empezamos a abordar temas más personales y menos laborales, después de todo, la vida laboral de cualquier ejecutivo es muy similar y lo que varía es lo que hacen en su tiempo libre. Hacer la transición hacia su vida fuera del trabajo es difícil; encuentro resistencia, duda, incomodidad. Preguntas tan sencillas como cómo y cuándo había conocido a Ángela, su novia, lo ponen inmediatamente en una actitud defensiva que no oculta: “¡Que pregunta tan personal!”, dice Kevin, lo cual es irónico considerando que el chino promedio lo primero que le pregunta a un extranjero es la edad y el estado civil (para determinar si ‘lo dejó el tren’ o si todavía hay tiempo), el peso (para aconsejar qué hacer en caso de estar pasado de kilos), y el sueldo (posiblemente la más incómoda de todas las preguntas porque en muchas ocasiones lo comparan con el de ellos). Aún así respondió que se habían conocido durante su primera estadía en Bogotá, en 2007. No quiero indisponerlo porque se viene una serie de preguntas mucho más personales que esa; la rara avis que tengo al frente es única y es preciso indagar en aquellos aspectos que lo hacen tan diferente a la mayoría de sus semejantes.
Kevin decidió venir a Colombia única y exclusivamente para estar con su novia, y criar a su hijo acá, algo un poco inusual, por no decir escandaloso, porque no se han casado. Él mismo es el primero en afirmar que sus padres estaban muy impactados con la noticia, que no se lo esperaron jamás, que, “nunca creyeron que fuera a tener un bebé mitad colombiano” y menos que lo fuera a criar lejos de casa donde no contaría con una influencia cultural china fuerte. Pero que aún así, estaban emocionados por el prospecto de un nieto.
Esa falta de una presencia cultural china fuerte es uno de los mayores retos que debe enfrentar en el proceso de crianza del pequeño Simón, su hijo, quien nació a principios de febrero. Tiene claro que quiere que su hijo aprenda mandarín, pero al preguntarle cómo logrará eso si acá el niño no tendrá mayor exposición al idioma aparte de la que tenga con él, mira perplejo, hasta desconsolado. Sin embargo, se confía del hecho de que no es el único expatriado que quiere transmitir sus tradiciones a la nueva generación cuando están lejos de casa: “Simón únicamente podría aprender estando conmigo. Mucha gente tiene esta situación, solo que yo aún no sé cómo abordar el problema”.
Sabe que quiere proveerle la mejor educación, pero, aunque no duda que la educación en Colombia es de excelente calidad, lo poco que sabe es que para acceder a ella hay que pagar mucho dinero. Le pregunto si, en ese orden de ideas no quisiera volver a China y criar a su hijo allá, o mudarse a cualquier otro sitio donde esos interrogantes sean de más fácil solución. ¿Por qué quedarse en un país que no entiende del todo, con gente que tampoco lo entiende a él, con un sistema político que no comprende y un sistema de democracia participativa que desaprueba? Trayendo a colación la experiencia de un ejecutivo a quien han trasladado varias veces, Kevin mira a Ángela y repite, lo que ha dicho en otras ocasiones: “Devolverme a China es algo que veremos después. Depende de dónde trabajemos, dónde vivamos, cómo queremos educar a Simón. Ahora estamos acá. Nuestras carreras están acá. La gente que amo está acá. Ahora esta es mi casa”. Concluye este personaje que salió de la cápsula, diciendo: “Es que yo soy especial”.
*Natalia Marriaga Martínez es periodista colombiana, graduada de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, Colombia. Esta crónica hace parte del especial "Crónicas de chinos en Colombia", escritas como parte de su tesis de grado.
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