China y África ante el siglo XXI

In by Andrea Pira

Hubo risas. Cuando llegó el momento de la tradicional “foto familiar” con los cinco líderes de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), Xi Jinping, presidente de China desde el 14 de marzo, se equivocó durante el apretón comunal. En lugar de extender sus dos manos hacia los otros presidentes y colocarlas sobre las de ellos, cruzó los brazos, tomó una mano de Manmohan Singh, el primer ministro de India, y extendió la otra hacia Jacob Zuma, el presidente de Sudáfrica. Los jefes de Estado pronto le ayudaron a solucionar la confusión que entretuvo a la prensa, y el episodio, aunque breve, puso de relieve una característica recurrente durante la primera gira internacional de Xi Jinping: el presidente sonríe con facilidad y genera simpatía.
Xi debe estar satisfecho con los resultados de su gira africana, que terminó el 30 de marzo. Entre los líderes de África su carisma fue bienvenida como una brisa de aire fresco. En Tanzania, las referencias que hizo a una popular telenovela china que se emite en el país divirtió al auditorio de Dar es Salaam; en Durban, Sudáfrica, anunció durante la sesión plenaria de la quinta cumbre BRICS que “debemos priorizar el apoyo a África para que tenga un crecimiento más fuerte”; y en un comunicado que difundió poco antes de aterrizar en Brazzaville, dijo: “los lazos entre China y la República del Congo pueden ser catalogados como un modelo de cooperación Sur-Sur”.

En su gira, Xi le dio continuismo a una política china que cumple cerca de una década, y que promueve el estrechamiento de los lazos con África. Ningún otro continente del mundo ha recibido una atención tan diplomáticamente afable por parte de China como África. Ningún país de este continente, a su vez, es antagónico hacia China, que ha mantenido una controversial política de no interferir en los asuntos internos de los países con los que coopera. La velocidad con que han aumentado las inversiones directas, el comercio y la inmigración proveniente de China es inédita en la historia del África.

La punta de lanza en esta gira, que también es la manifestación más visible de la inversión directa de China en África, fueron los proyectos de infraestructura. El anuncio de invertir aproximadamente US$10.000 millones para construir un puerto en la ciudad tanzana de Bagamoyo, y la financiación de 500 kilómetros de autopista para conectar Pointe-Noire, la capital económica de República del Congo, con Brazzaville, su capital política, son dos megaproyectos que sustentan con hechos el discurso de cooperación.

La inversión directa de China en África aumentó de poco más de US$100 millones en el 2003, según el New York Times, a unos US$14.700 millones en el 2011. Los efectos más visibles de esta inversión han sido en infraestructura. En proyectos como la hidroeléctrica TEKEZE de Etiopía, la primera autopista de ocho carriles en Kenia, la modernización del aeropuerto Vilankulo en Mozambique, y la inversión de US$1.000 millones para desarrollar la infraestructura de telecomunicaciones de Nigeria.

Buena parte de esta infraestructura viene acompañada de un proyecto minero extractivo, otra no. Existe un interés comercial para muchas de estas inversiones, y su utilidad se ha visto reflejada en un boom atómico que ha llevado el comercio total entre África y China de poco más que US$20.000 millones en el 2003, a unos US$200.000 millones en el 2012.

La mayoría de este comercio se debe a la extracción de petróleo, minerales, madera y otros commodities por parte de multinacionales chinas. De allí las críticas por parte de quienes llaman ésta una relación neocolonialista. Sin embargo, no hay nada ilegítimo en que las empresas chinas busquen extraer commodities de África. De esta dinámica lo que resulta un punto sensible es el impacto ambiental de los megaproyectos extractivos.

Y aquí entra en juego la difícil relación del gobierno de China con las organizaciones no gubernamentales. En muchos países de África las ONG han perdido poder ante la expansión de China. Si antes estas organizaciones podían ejercer presión sobre los gobiernos de las multinacionales, para las ONG los burócratas chinos son prácticamente inaccesibles. El ejercicio de control que antes realizaban sobre las empresas en prácticas laborales y ambientales, y en la transparencia estatal, se ha debilitado.

Entre la población, por supuesto, existe una variedad de posiciones cuyos extremos malsanos son el rechazo xenófobo y el entusiasmo utopista. Ambas se nutren de mitos y expectativas sobredimensionadas. Un mito, por ejemplo, es que los chinos exportan sus trabajadores para ejecutar los proyectos que realizan las multinacionales chinas en África, y que contratan pocos africanos.

Según datos que ofrece Deborah Brautigam, directora del Programa de Desarrollo Internacional de la Universidad John Hopkins, la mayoría de los proyectos de infraestructura financiados por china contrataron por lo menos 30 africanos por cada empleado chino.

Por otro lado, una expectativa sobredimensionada es pensar que, como acontece con cualquier mega-inversión, está garantizada la transparencia y que el impacto ambiental no es preocupante. También lo resulta la dificultad de medirlo.

Para el africano corriente, el contacto más directo es con la enorme cantidad de tiendas que han comenzado a competir con los negocios tradicionales. La ola de inmigración legal e ilegal de chinos al África durante esta década, ha venido acompañada de una proliferación de tiendas que, según encuestas realizadas en el 2006, llevaron al cierre de aproximadamente 28% de las tiendas de africanos en Etiopía. La competencia es todavía más dura en el sector de las manufacturas. Un estudio de la Escuela de Desarrollo Internacional de la Universidad de East Anglia, afirma que entre 1990 y el 2010 se perdieron 350.000 empleos en el sector de manufacturas sudafricano, probablemente a causa de la competencia generada por los artículos chinos. Esto ha motivado algunos de los comentarios negativos hacia la presencia de China en África.

No obstante, el acceso de africanos a artículos electrónicos, teléfonos, televisores, electrodomésticos y vehículos de bajo costo, es de lejos el cambio más inmediato que China ha generado en la vida corriente del africano. Esto ha transformado la vida de millones de personas.

Aunque el entusiasmo casi incuestionado de las élites políticas africanas hacia China no siempre logre contagiar a la población, a algunos académicos y a miembros de organizaciones no gubernamentales, durante los últimos diez años, la presencia de China en África ha cambiado el rostro del continente y seguirá influyéndolo desde la vida cotidiana hasta las estrategias macroeconómicas.

“Los discursos grandilocuentes están siendo rápidamente reemplazados por experiencias cotidianas en la esfera comercial”, afirma Chris Alden, profesor de Relaciones Internacionales del London School of Economics, en su libro China en África. “En el futuro, las relaciones entre China y África serán determinadas en mayor medida por las experiencias de los africanos corrientes, y no por las élites de África o Beijing”.

Es imposible comprender la proyección de China y África ante el siglo XXI sin tener en cuenta los lazos que han construido durante los últimos diez años, y el compromiso de Xi Jinping con estrecharlos.

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