Caochangdi, la comuna artística impulsada por el célebre artista Ai Weiwei en Beijing, cuenta con una nueva añadición a su dinámica escena de galerías. Sin embargo, el TJ in China Project Room se parece muy poco a sus prestigiosos vecinos como Pékin Fine Arts, Urs Meier o Alexander Ochs. De hecho, esta recién inaugurada sala de exhibición -la única promoviendo el arte latinoamericano en la capital artística de China- ocupa técnicamente la mitad de la casa-taller de sus dueños. China Files conversó con Daniel Ruanova y Mely Barragán, los dos artistas mexicanos al frente del TJ in China Project Room sobre este proyecto pequeño e íntimo, el único latinoamericano en China.
Ruanova y Barragán se trasladaron a Beijing a comienzos de este año con la idea de crear su propio centro de exhibición, inspirados por el éxito que tuvieron los espacios alternativos en darle vitalidad a la escena cultural de su natal Tijuana. Tras alquilar una amplia bodega y dividirla con un muro prefabricado, la pareja de artistas mexicanos convirtió este espacio en lo que ellos llaman una “sala de proyectos”.
La galería se inauguró hace dos meses con una muestra de obras de sus dos fundadores y del también mexicano Jaime Ruiz Otis. Le siguieron las obras fronterizas de Pablo Castañeda, Adriana Trujillo y José Inerzia, las instalaciones de Zhuyu, las animaciones del chino Dai Hua y los documentales del japonés afincado en Tijuana Shinpei Takeda.
¿Cómo llega una pareja de artistas tijuanenses y mexicanos a China?
Vinimos el año pasado a una residencia en una comunidad artística cerca de Huairou. Están tratando allí de generar una vida utópica en el mero cerro, con casas para artistas, un museo y una biblioteca que construyó una poetisa, para almacenar a la gente allá y sacarlos de la onda más comercial de Beijing. Desafortunadamente había algunas broncas políticas internas con los habitantes de la localidad y terminamos viniéndonos a Caochangdi, porque Daniel había rentado un estudio aquí hace tres años -cuando participó en la feria de arte CIGE de Beijing- y le había gustado mucho.
Fue en ese momento cuando decidimos: aquí es donde vamos a abrir este proyecto del que ya llevábamos fácilmente dos años intentando echar a andar. En México no entendían el por qué del proyecto, pero esto se debe a que no hay experiencias culturales entre los dos países. Nosotros creemos que eso se va a dar cuando comiencen a dar resultados los proyectos independientes como el nuestro.
Y así hicimos: llegamos a China a fines de marzo y abrimos el 18 de mayo.
¿Qué es exactamente TJ in China?
Más que una galería, es una sala de proyectos donde invitamos a artistas a exponer su proyecto. Nos gusta pensar que es como un pseudo-consulado ciudadano, donde los mismos artistas traen sus obras. Es un lugar independiente impulsado por dos artistas, porque nos damos cuenta -como artistas independientes- de que muchas veces los proyectos se quedan guardados, por falta de espacio o de tiempo. Es una apuesta para mantener una cierta independencia del mundo del arte que, como todo en la vida, está también lleno de traficantes, de banqueros y de seguros.
Y es además un espacio que sirve como puente entre la cultura en Beijing y la cultura en la frontera al sur de México y al norte de los Estados Unidos. Y de manera más amplia también con México y América Latina. Nos etiquetamos como tijuanenses, mexicanos y latinoamericanos con todo el gusto del mundo.
¿Cuál es el objetivo de montar esta “sala de proyectos”?
Siempre hemos visto la producción, las exhibiciones y hacer público el arte como una excusa para detonar conversaciones entre seres humanos. Y hacerlo en la puerta de tu casa es como tener a un público cautivo que te puede escuchar y al que tú puedes escuchar también.
Queremos crear ese diálogo: por qué, qué es lo que estoy viendo y de dónde es. Queremos hablar con la gente. Para eso les damos comida y cerveza en las inauguraciones: queremos que realmente se queden, no que simplemente vean rápido el espacio y luego se vayan. Invitamos a la gente que se sienta bien y se abra un poco. Asumimos que nunca vamos a dejar de ser laowais [extranjeros] y eso creo que es uno de nuestros valores. Estamos tratando de romper esa frontera con el diálogo.
Esa es una de las metas que nos propusimos: que se hable. A lo mejor tenían que llegar unos mexicanos aquí, de esos que siempre hablan de más. Pero quizá esa es nuestra función en el juego global.
¿Por qué precisamente Beijing y por qué Caochangdi?
Beijing es una especie de mutante en donde la historia se está escribiendo en el presente. Es uno de los nuevos centros globales y esa vibración pujante que tiene nos atraía mucho. No lo vemos como lejano porque está muy bien conectado con el resto del mundo.
Sentimos que se está dando esta comunidad de artistas en Caochangdi, que no está dado por los grandes nombres ni las galerías. Hay bastantes artistas de Alemania, de Italia y ahora de España, y por supuesto muchísimos chinos. Y así se van generando nuevos proyectos, artistas que la ven como su sala y como su espacio de estar.
Siempre hemos valorado mucho nuestra independencia creativa como artistas. Queríamos echar a andar un proyecto independiente propio y no sólo venir con nuestra obra para ver qué pega, sino traer esta oferta que sabemos que somos parte de esta red que se formó en Tijuana a finales de los años noventa y que podemos disponer de ella porque somos amigos y nos tenemos confianza. Y claro, que los artistas locales también vengan a exponer acá.
¿Cómo hacen para conciliar el arte con la curaduría?
Cada exposición dura tres semanas y luego dejamos pasar otras tres semanas antes de abrir la siguiente. Cuando no estamos haciendo esto es que volvemos a nuestra producción artística.
¿Por qué es tan importante Tijuana en este proyecto?
Se trata de producir, generar y multiplicar la expresión cultural en la que crecimos nosotros, porque lo hicimos en medio de un movimiento fuerte de música, arte, diseño y literatura.
Por un tiempo podías vivir en Tijuana y tener exposiciones en Barcelona, en Estados Unidos y en México. Todos los fines de semanas podías tomarte un café con un curador diferente. Les interesaba incluir lo que sucedía en este rincón del mundo. Siempre había esta diversidad de gente llegando a la ciudad.
Ese movimiento se empezó a disipar después del 11 de septiembre de 2001 por muchas razones. Una, porque ya no existía interés norteamericano en el sur de la frontera. Dejó de estar de moda ese laboratorio posmoderno, como lo llamaba Néstor García Canclini. La mayoría de nuestra generación tuvo la oportunidad de irse, porque la ciudad ya no daba las mismas oportunidades de antes.
Nos tocó un momento muy interesante, así que siempre nos rondó la pregunta. Si ya no hay esos espacios colectivos como antes, en lugar de quejarse uno, ¿por qué no abrir nosotros nuestro espacio? No una galería, porque no podemos llegar a competir con ellos. Al final, ¿de qué manera podemos dar lo que nosotros nos tocó a ayudar a estas generaciones? Está en nuestra mente esa constante lucha de que Tijuana no es sólo violencia y secuestro, sino que tiene este movimiento cultural muy importante y que puede volver a ser importante. Porque nos ha costado todo esto.
¿Cómo fue la experiencia de crecer y madurar como artistas en Tijuana?
Ser artista independiente en Tijuana era nadar contra de la corriente, no del arte sino de la sociedad. La sociedad no te permitía desenvolverte como artista, sino que tenías que hacer otra cosa. Por ejemplo, hubo un tiempo a finales de los ochenta en que todos los artistas eran médicos. Hasta que llegó el Border Arts Workshop, un grupo de chicanos del sur de California, y empezó a generarse otra cosa.
Después de que se comenzó a valorar el arte chicano del arte del sur de Estados Unidos se comenzó a ver a Tijuana como una joyita, como un laboratorio donde suceden cosas que no suceden en otros lugares. Se consolidó una escena que empezó muy underground y que se volvió incluso académica. De ahí surgieron músicos como Nortec Collective o artistas como Benjamín Serrano. Todo esto en una ciudad que no produce un mercado de arte, pero que produce mucho arte y mucha cultura. De ahí venimos nosotros.
A los 25 años, recién casados, ya aparecían en nuestra casa periodistas de revistas como Newsweek y a Tijuana la incluían entre las próximas siete mecas culturales del mundo, al lado de Ciudad del Cabo, Austin o Kabul. Imagínate, empezabas tu carrera y salías publicado en una revista como esa.
Nos tocaron eventos monumentales como InSite, que trajo a artistas de la talla de Alfredo Jaar y Martín Téllez, y en el que nosotros trabajamos de voluntarios con la fotógrafa brasilera Rosangela Rennó y con Betsabé Romero. Artistas como Felipe Ehrenberg -el Fluxus mexicano- o el venezolano Carlos Zerpa venían a dar talleres independientes ya que se daban cuenta de la falta de profesionalización de las artes. Sam Durant, que expone ahora en la Documenta de Kassel, tuvo un estudio allá. Nunca hubiéramos conocido a esta gente si viviéramos en Tepic o en Hermosillo, pero en Tijuana era así. Mucha de nuestra educación fue informal.
Nosotros no podemos olvidarnos de nuestra ciudad, no por nuestro club de fútbol ni algo por el estilo, sino porque crecimos en una generación que creía que tenía que encontrarle la identidad a nuestra ciudad.
¿Se ven como un puente entre México y China?
Puentes de contacto siempre ha habido. En Tijuana hay entre 10 y 15 mil chinos, ya se celebra el Año nuevo chino, hay consulado y se propuso incluso crear un Chinatown. Las maquilas que antes eran japonesas y coreanas cerraron y las compraron los chinos. También hay puentes de contacto entre lo más oscuro, como lo muestra el caso de Zhenli Ye Gon, un chino que se hizo muy rico en México importando pseudo efedrina para fabricar drogas sintéticas.
Pero justo ahora comienzan a tenderse algunos puentes de contacto en lo cultural. México y China van a hacer pronto un proyecto conjunto sobre cómo la cultura maya y la china veían el jade. Es algo que nunca se había hecho como exposición ni como intento académico. Se acaba de abrir un museo en Tijuana -el más grande que ha hecho el gobierno mexicano en el norte del país- y lo inauguraron precisamente con una exposición de Buda que patrocinó el gobierno chino. Conaculta tiene una beca de integración cultural con China desde hace dos años para que artistas mexicanos vengan acá a desarrollar su obra y hay ahora una oficina de difusión cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) aquí en Beijing. Nosotros aspiramos a contribuir a que se siga abriendo esa estela.
Ustedes son la segunda galería mexicana y latinoamericana en China. ¿Conocieron a la primera?
Arcaute Arte Contemporáneo, que fue quien nos trajo originalmente a China, trajo varios proyectos a las diferentes ferias de arte y tenía su galería aquí en Caochangdi, al lado de Three Shadows. Se fue de Monterrey cuando se puso feo la escena del secuestro.
Abrió aquí con una exposición de Teresa Margolles, la artista mexicana que causó controversia en una Bienal de Venecia cuando pintó un muro con la sangre de narcotraficantes muertos y que trajo a Beijing un chingo de escombros de Sichuan después del terremoto. Al final la galería cerró en la época de la gripa -que llamaban aquí la fiebre mexicana-, en la que él [Pepe Arcaute] tenía que decir que era chileno.
¿Es difícil que en América Latina entiendan el valor de proyectos culturales como el de ustedes?
Para muchos funcionarios en México nuestro proyecto resultaba rarísimo. Nos acercamos a instancias del gobierno mexicano, que no entendían lo que queríamos hacer. No lo podían ver si no les proponíamos que éramos una marca o un producto de cierto tipo. Como a la industria cultural no le llaman así… El problema es que en esas instancias en México se ve a China como un banco, no como una sociedad de personas. No existe una visión de llegar a tener una conversación fructífera a la par, ni que si solo pensamos en lo económico no se puede dar. Nosotros íbamos como cómplices, pero nos veían como si estuviéramos pidiéndoles un favor. Y todo esto cuando nosotros podemos promover a México con una fracción de lo que costaría oficialmente al gobierno. Nos dimos cuenta que la cosa no era por ahí: creemos que después de un año que estemos aquí, se le van a ir abriendo los ojos a la gente.
¿Cuáles son los próximos proyectos para TJ in China?
Clausuramos nuestro tercer proyecto con la obra de Dai Hua, un artista conocido por sus grafitis pero que no exhibe mucho en galerías. Es la primera vez en que todo el espacio se le dio a un solo artista. Siempre vimos en su trabajo nuestra introducción a la historia china, porque él habla mucho sobre China, sobre su actualidad y su futuro. Viene de esta generación que vivió la explosión digital y reflexiona bastante sobre lo que han venido perdiendo y lo que han ganado. Después tuvimos a Shinpei Takeda, un japonés que hace documentales y que vivió en Tijuana unos siete años, con un ciclo de cine documental sobre Japón.
De repente quisiéramos que en un futuro una exposición de TJ in China pueda ir fuera de China. También pensamos hacer un libro cuando llevemos un año de andar, con todo lo que sucedió y con un video, porque sufrimos de registro en Tijuana. Queremos a la larga llevar la información que aprendimos aquí de regreso.
¿Cómo llegar?
TJ in China Project Room
No.300 Caochangdi Village (al lado del CCD 300 Center)
Cincuenta metros al norte de Pekin Fine Arts y Egg Gallery, entrando por el patio
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