India, también se está viendo golpeada por la crisis mundial, las deudas de sus principales compradores y una caída de la rupia con respecto al dólar. Pero en el día a día, los efectos colaterales se ven en las pequeñas cosas: arroz, tomates y hasta aires acondicionados. Reportaje de Asia Files desde Santiniketan. Cuando hasta los artistas se convierten en economistas es momento de preocuparse. Sucede a Santiniketan, ciudad universitaria en medio del campo, a tres horas de Calcuta, en Bengala Occidental.
La Universidad Vishva Bharati de Bellas Artes, fundada por el premio Nobel de literatura Rabindranath Tagore y famosa en toda India, recibe cada año a aspirantes pintores, escultores y artistas de toda inclinación. El punto de encuentro por excelencia del grupo de estudiantes, desafiando el calor de junio, que alcanza los 48 grados, es el quiosco de té de Nabadwip, el peor té de la ciudad, pero el más conveniente: solo tres rupias.
“¿Has oído que la rupia bajó a 60 respecto del dólar?” preguntó Sajad, un pintor de Cachemira, región noroccidental de India. En lugar de pasar la tarde discutiendo de literatura o de los proyectos para las próximas exposiciones, como era común en esta zona artística, la preocupación es económica.
Y no les faltan razones. El crecimiento del país fue de 5,3% en el primer trimestre de 2012, menos del 6% previsto para ese período y lejos del casi 10% que llegó a tener durante muchos años de la década pasada, y que hizo ver en India a una naciente superpotencia económica.
La barrera “de los 60”, que se refiere a 60 rupias por un dólar, es considerada el punto de no retorno de la crisis económica India. Y la moneda, en las últimas dos semanas, cada día abre de forma desastrosa. El 31 de mayo, por ejemplo, los medios de comunicación despertaron las alarmas: “56.6 rupias por un dólar, alguien debe hacer algo”.
Sajad explica, con conocimientos recientemente adquiridos, que mientras más débil sea la rupia frente al dólar, más subirán los precios de las importaciones tecnológicas y de otros gadgets electrónicos que tanto gustan a la clase media india: computadoras, televisores, teléfonos, e incluso, ahora que realmente hace calor: aires acondicionados.
Hoy, el que quiere quitarse el antojo tecnológico prefiere esperar a un repunte de la economía india. Con una moneda débil, podría reiniciar con más fuerza su máquina exportadora, esperando por supuesto, la salida de la crisis de los grandes compradores mundiales europeos, del medio oriente y Estados Unidos. Pero esto muchos lo tienen por descontado.
India está sufriendo los efectos colaterales del endeudamiento europeo. Delhi, en un esfuerzo por frenar el impacto, anunció un aumento en el precio de la gasolina de 7 rupias por litro.
Poco después de la declaración del Ministro de finanzas Mukherjee –el hombre responsable por sacar a la segunda potencia económica de Asia del abismo- llovieron las críticas por parte de la oposición.
Las dos fuerzas de oposición, el Bharatiya Janata Party (Bjp, Partido conservador hindú) y los partidos de izquierda reunidos en el Left Front, encabezaron una huelga general nacional. El 31 de mayo se paralizó una gran parte de la actividad en las frenética metrópolis del subcontinente, incluyendo las grandes capitales Delhi y Mumbai.
En un país donde casi la totalidad de las mercancías transportadas se mueven por carreteras, un recargo adicional en el combustible está destinado a reflejarse en los precios de los bienes de consumo diarios. En las ciudades el precio de los productos han aumentado considerablemente. Con respecto al mes anterior, los precios del arroz y las verduras aumentaron en un 10%. En electricidad, gasolina y productos personales como ropa, subieron 12%.
Pero más allá de las cifras oficiales, el verdadero termómetro de la crisis se manifiesta en el día a día de los indios. En el mercado, frente a kilos de verduras, las señoras de Santiniketan inician todas las mañanas largos procesos de negociación contra los vendedores locales.
La práctica antigua del regateo es una de las pocas actividades permitidas a las mujeres de la sociedad rural de Bengala Occidental. Y con el esfuerzo que hoy ejercen este “arte” se nota que hay una preocupación adicional al simple hecho de reducir un precio.
Entre papas, ocras, tomates y berenjenas aprenden a modificar la lista de mercado dependiendo de los precios y de los consejos de los mejores analistas económicos del país. En este periodo, por ejemplo, es mejor comprar más papas y repollos, porque cuestan menos y duran más con el calor, en lugar de comprar ocra, coliflor o tomates, que vienen desde muy lejos y por lo tanto, cuestan más.
El arroz sólo aumentó una rupia al kilo, quizá pensando en la cantidad de arroz que se consume en India, especialmente en Bengala, donde desde el desayuno hasta la cena se consume bhat (arroz en Bengalí). El arroz es tan importante que cuando se quiere saber si alguien ha comido, se pregunta si ha comido arroz: “bhat kecho?”. Para ahorrar, muchos han decidido saltarse los intermediarios y ahora están viajando hasta los campos a comprarlo directamente del campesino. Pero esto solo es posible si se vive en la zona rural y continua siendo un sueño para los habitantes de las ciudades.
Como si no fuera suficiente, mientras el país espera una intervención del Banco de reservas de India para alivianar la presión de la inflación de los bolsillos de la gente común, India se prepara para la época de los monzones.
No sólo está en medio la crisis global, el débito europeo, las oscilaciones en el precio del petróleo del Medio Oriente –de donde India compra un 60%- sino que se mete la lluvia. El efecto que los monzones tendrán sobre las cosechas, incluso más que la misma política económica del país, será decisivo para determinar la dirección del próximo gigante asiático.
Publicado en La Nación, Argentina
[Foto cortesía de Eric Parker]