¡Autocrítica, compañeros!

In by Andrea Pira

Xi Jinping ha participado recientemente en numerosas reuniones formales en las que los funcionarios provinciales han sido animados a hacer autocrítica. Lanzar más señales de inmediato contra la corrupción, he aquí el intento de Xi. Después de caído el tigre Bo Xilai, ahora va por las moscas.
En una reedición puesta al día de la Revolución Cultural, el presidente chino además de secretario del Partido comunista, Xi Jinping, ha puesto sobre la escena las palabras "autocrítica y crítica" entre las masas, llevando a cabo reuniones formales en que los cuadros provinciales han sido animados a admitir los mismos errores y a ofrecer ideas para corregir el comportamiento propio.

La agencia de corte oficialista Xinhua ha informado que, a partir de lunes, Xi ha participado en cuatro encuentros, de medio día cada uno, con los miembros del Partido de la provincia del Hebei. El presidente ha escuchado las autocríticas de los funcionarios, ha afrontado con ellos los problemas más graves y ha programado "planes de rectificación."  

En un auténtico lavado de los paños sucios en público o si se quiero en un tipo de sesión de autocrítica colectivo – "cada miembro del comité permanente de Partido ha hecho autocrítica y escuchado críticas de parte de otros compañeros", escribe Xinhua. La memoria corre a imágenes en blanco y negro de los años sesenta, en cuyo inermes señores, generalmente ancianos, comparecieron con carteles colgados al cuello en donde se anunciaban sus culpas. Fue el asalto al "cuartel general" querido por Mao, la revolución proclamada por lo alto contra la burocratización del Partido.

Hoy no tenemos nada de eso, hoy, pero Xi Jinping evoca en todo caso a una de las tradicionales formas de gestión del poder de las "contradicciones". Y la publicidad hecha al acontecimiento tiene un fuerte valor simbólico. También existe hoy un "cuartel general" que bombardear, representado por todos los que se han enriquecido por el Partido y que no parecen decididos a parar de hacerlo. El punto es que hoy Beijing ya no puede permitírselo: mientras la economía se estanca, el desigualdad social ha alcanzado niveles altísimos.

Y el comportamiento arrogante de quien cruza la ciudad en un Porsche anaranjado agudiza el odio oprimido de quien no puede permitírselo. Las más recientes noticias de una economía que vuelve a crecer parecen ser desmentidas por una búsqueda exagerada de mostrar que las cosas se ordenan. A pesar de la caída en desgracia, Bo ha conservado una notable popularidad, especialmente entre las clases sociales subalternas, en cuánto partidario de una política populista pero eficaz que reprimió duramente la criminalidad e inmoralidad haciendo al mismo tiempo crecer a doble la ciudad que administraba.

Xi semeja apropiarse su papel de fustigador para evitar que lo se añore demasiado. El presidente ha invitado recientemente a los funcionarios a seguir una "línea de masa resonando un modelo de liderato maoísta basado sobre una estrecha conexión entre las cumbres y la base del Partido qué consiste en la lucha contra los formalismos, la burocracia, el hedonismo y la extravagancia entre los cuadros de base.

"Después de que hemos sido promovidos funcionarios y hemos conservado el cargo por largo tiempo, hemos empezado a sentirnos demasiado bien hasta y asumir una actitud arrogante", habría declarado un anciano cuadro del Hebei.

Los gobiernos locales se han concentrado en políticas que cambien la imagen e inyecten dinero en lo inmediato. "Golpear a las moscas y a los tigres", es el eslogan lanzado por Xi. Y los 25 miembros del Politburó del Partido, del que él es la cumbre, habrían cumplido. Ya fueron por los tigres, ahora Xi va la caza de las moscas.

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